El Economista - 70 años
Versión digital

mar 16 Abr

BUE 16°C

“Middle Class” Joe

18 noviembre de 2020

Por Claudio Robelo Guzmán  Politólogo, investigador y coordinador del Programa de Estudios sobre EE.UU. de la UCA

La actualidad tumultuosa de Estados Unidos, luego de sus comicios electorales, han llevado las miradas a sus pujas domésticas y a la actuación de Donald Trump, que en el cierre de su controversial administración quebró todas las tradiciones presidenciales. En este contexto es necesario remarcar que los resultados electorales norteamericanos tienen efectos globales y la pregunta fundamental es cuáles serán los efectos en el mundo y que podemos esperar de una política exterior de Joe Biden.

Como vicepresidente, Biden no dominaba el proceso de toma de decisiones aunque estaba profundamente involucrado y era una figura de peso para llevar adelante la agenda política de Barack Obama. Sin embargo, el ingreso a la Casa Blanca de Biden no significa una continuación sin quiebres a la agenda del segundo mandato de Obama, sino que existen compromisos en los que Trump incurrió de los que no se liberaría Biden, con serios efectos en la política internacional.

Nuevamente, hay que prestar atención a los resultados electorales para analizar el grado de libertad que tendrá Biden para desandar el legado de la administración republicana saliente ya que, con un récord de participación, la magnitud del apoyo a Trump en la población se amplió, pasando de 62 a 72 millones de sufragios. El balance electoral también es fundamental para evaluar la capacidad de acción en el uso de instrumentos de política exterior que requieran de acuerdos del Congreso, como acuerdos comerciales o aprobación de asistencia económica directa, donde el delicado balance bipartidista históricamente ha obligado a los mandatarios a hacer uso de facultades exclusivamente ejecutivas, como el despliegue de tropas o aplicación de sanciones económicas, para llevar adelante sus objetivos de campaña.

Por otra parte, para matizar las interpretaciones puramente electorales, hay que señalar que la política exterior no es un tema central para la mayoría de la población norteamericana excepto en el posible impacto económico doméstico. Justamente, Trump garantizó su popularidad llevando adelante una agenda poco popular en el plano internacional, aunque aplaudida en el sector doméstico. La baja de gasto asignado a la defensa de otros países en el contexto de alianzas como la OTAN, por ejemplo, es una discusión difícil que Trump llevó adelante exitosamente.

Ahora bien, la agenda disruptiva de Trump logró beneficiar tanto a la economía como a la opinión pública al respecto y es poco realista considerar que el nuevo líder revertirá gratuitamente los logros de otro mandatario, sea porque los costos simbólicos a la imagen norteamericana ya los pagó la administración anterior o porque la reversión será impopular domésticamente.

Finalmente, otro aspecto de peso es la trayectoria de Biden y su experiencia en el plano internacional, con un perfil de insider que tuvo roles de peso como vicepresidente y miembro del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Su experiencia implica que conoce como pocos la jungla burocrática del Gobierno, donde los nexos personales llevarán fácilmente a las puertas que hay que golpear para llevar adelante su agenda demócrata moderada. Esta trayectoria también quiere decir que conoce personalmente a los mandatarios y líderes del globo como Xi Jinping, Vladimir Putin o Angela Merkel, facilitando los diálogos personales.

Todo esto nos lleva a pensar que Biden al frente de la Casa Blanca no dará un giro de 180 grados en todos los aspectos de las relaciones exteriores de su país, sino que llevará adelante una recetario de política exterior más nutrido en instrumentos y selectivo en los temas sobre los que estará activo.

Sin embargo, para delinear su estrategia tendrá que diagnosticar el escenario internacional desde todos los ángulos. Para ello tendrá que volver a empoderar el Departamento de Estado, cuyo personal decreció en la administración Trump de 34.000 empleados civiles en 2016 a 27.000 en 2019, medida opuesta al incremento de personal civil del Departamento de Defensa en el mismo periodo, que pasó de 725.000 a 741.000. Este desbalance entre agencias implica una capacidad dispar de atención para llevar adelante la agenda internacional, con un sesgo a la óptica militar y relegando otras visiones, lo que llevan a una ceguera en regiones donde la defensa no es la principal preocupación.

En este orden de ideas, la faceta diplomática será uno de los principales recursos que poseerá Biden a nivel internacional luego del legado negativo de Trump. El hecho de ser un moderado con trayectoria y sensibilidad diplomática en la arena internacional, restablece el capital simbólico de la figura del Presidente de Estados Unidos, sin que ello anule la posibilidad de ser agresivo en zonas y temas de interés vital. Ello implicará una abultada agenda de reuniones con aliados y asistencia a foros para enmendar las relaciones y, aunque pocos acuerdos se materialicen de dichas reuniones, las fotos de mandatarios estrechando sus manos servirán para el diálogo y para aplacar las expectativas en la opinión pública internacional, los medios y los mercados.

Teniendo en cuenta el legado de reuniones bilaterales con rivales, una guerra comercial declarada y abandono de acuerdos multilaterales, seguramente uno de los puntos más interesantes para ver estos cambios y continuidades será Asia.

Por una parte, habrá un renovado acercamiento diplomático con todos los actores de la región para establecer el rol de EE.UU. como garante de seguridad en la zona económicamente más dinámica del mundo, donde el conflicto implica pérdidas para todos. Este acercamiento seguramente se llevará a cabo en espacios multilaterales, para demostrar un renovado compromiso con el diálogo en pleno acuerdo y consenso. Mientras tanto, se llevarán adelante reuniones bilaterales con los actores de peso de la región como Japón y Corea del Sur, sin que ello implique una renegociación de los aportes monetarios de esos países para mantener la presencia militar norteamericana. Adicionalmente, resucitarán las expectativas de acuerdos de libre comercio en la región para contrabalancear a China y equiparar los efectos sobre la economía norteamericana de las mutuas medidas proteccionistas, dejando en claro que cualquier acuerdo en esta área se limitará a cuestiones arancelarias bajo potestad ejecutiva exclusiva.

Al igual que en Asia, en todo el globo una “vuelta al mundo” de Estados Unidos necesitará de una combinación de zanahorias y garrotes, donde la mayor incertidumbre será en la capacidad doméstica que tenga Biden para poder pivotar entre instrumentos de política exterior. El tenue balance electoral a favor suyo puede conspirar en contra sin dejarlo zigzaguear entre iniciativas como proyectos de inversión directa para el desarrollo, acuerdos comerciales, sanciones económicas o demostraciones militares para convencer a los demás países de que se comporten bajo los lineamientos norteamericanos. En este tenue balance, la esperanza es que la administración Biden no siga los pasos de Obama y se vea tentado a utilizar en exceso su mejor instrumento y el que tiene bajo su control exclusivo: el instrumento militar.

En esta nota

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés