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Los milagros de la Corte

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Carlos Leyba 06 noviembre de 2020

Por Carlos Leyba

Lejos de mí evocar la obra de Víctor Hugo en la que visita la París medieval plena de mendigos, ciegos, enfermos (La corte de los milagros). Personajes falsos que, una vez llegada la noche, ahí la sorpresa, recobraban su pleno y verdadero estado de plena salud.

Como en antigua revelación fotográfica la obscuridad hacía la luz. Develaba el retrato de la realidad. ¿Acaso la reciente resolución de la Suprema Corte pasa de la obscuridad a la luz?

Tampoco remito a Ramón del Valle Inclán que, en “La corte de los milagros”, recorre la corrupción de la Corte de Isabel II. No.

Aunque no es menos cierto que todo lo que está detrás de esta discusión, de la permanencia o despido de unos jueces, son acusaciones de corrupción.

Las más publicitadas, las ocurridas durante la década K o las no tan publicitadas acusaciones, y próximas a ventilarse, acaecidas durante la breve temporada M.

La observación de los hechos del pasado, que es lo que juzgamos, se hace más nítida y verdadera, según la transparencia de los cristales.

Ahí resuena la Ley de Campoamor que el poeta resumió diciendo: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Color y transparencia.

Nada hay de novelesco en el título de esta nota. Todo lo contrario.

Algo real y presente, aunque no por ello menos milagroso.

Es que aquí apunto a uno de los verdaderos milagros que ha producido, en estos días, la Suprema Corte. Veamos.

Al reponer en sus cargos, aunque sólo sea transitoriamente, a los jueces que Cristina, la única Cristina, había decidido eyectar, la Corte generó un escenario original.

La decisión suprema, por la mayoría de cuatro jueces tres peronistas y una jueza albertista, todos confesos, produjo, entre otros, el milagro de tipo 1. ¿Cuál?

Patricia Bullrich, la voz oficial del macrismo al cuadrado gritada desde el extremo, señaló que la decisión de la Corte no la beneficiaba a CFK. Que Cristina no se había salido con la suya. Sorpresa.

La Bullrich casi coincidía con la suprema mayoría judicial peronista.

Lo dijo con una claridad, una serenidad, una moderación, todas virtudes más que asombrosas en ella que nació políticamente con la violencia de las armas para imponernos a sangre y fuego sus razones y que habitualmente se expresa con la vehemencia e intolerancia que alimentan a los extremos de la grieta. Patricia es el extremo de la grieta del lado PRO, como lo son Cristina y sus íntimos, los extremos de la grieta del lado K.

Patricia tiene la euforia de los conversos. No pasó sólo de militar en Montoneros a hacerlo hoy por la República, sino que, en 2003 (ayer no más) cuando peleaba por la Capital, dijo: “con Macri tengo diferencias oceánicas”; “peleo por la construcción de espacios públicos que no sean cómplices (?) esta es la diferencia con Macri"; "no hay cómplices con los negociados, con los favores a determinados sectores de interés” (Debate, 25/7/2003).

Todo cambia. Fue Patricia la primera que dijo que la Corte no había beneficiado a CFK. No fue lo que dijeron los principales medios que abundaron en columnas críticas al kichnerismo del fallo.

Patricia contribuyó a desnudar políticamente la decisión de la Corte.

Recordemos. Este problema, que cayó en manos del Alto Tribunal a raíz del per saltum solicitado por los jueces eyectados, nació en el Consejo de la Magistratura. Y fue posible gracias al enjundioso voto de Graciela Caamaño quien responde políticamente a Roberto Lavagna.

Roberto es un aliado de Alberto Fernández desde afuera del Frente de Todos, pero desde adentro del gobierno del Frente de Todos.

El milagro de tipo 2, que produjo la decisión de la Corte, es que devolvió la pelota a quien la había arrojado.

La decisión de volver transitoriamente a los jueces a sus cargos implica, materialmente, volver la situación al estado en el que se produjo la decisión del Consejo de la Magistratura.

Es decir la suerte de los jueces, es decir “el tiempo” en que serán transitorios en sus cargos, depende ahora de lo que decida el Consejo.

La mayoría simple del Consejo, las decisiones que se toman de ese modo, depende otra vez de Caamaño.

Al igual que en la elección de EE.UU., que la definen los “estados pendulares”, la representación lavagnista en el Consejo es el “voto pendular” para la mayoría simple. De ese voto depende que las cosas correspondientes a esa mayoría vayan para un lado o para el otro.

La decisión de la Corte generó la lectura serena y desapasionada de la más extrema voz del PRO. Ese fue el milagro de tipo 1: puede “desagrietar” el debate por la decisión cortesana.

Y al devolver la decisión primero al Consejo de la Magistratura y después al Senado, acerca de qué jueces se ocuparan de temas tan complicados como los que apuntan a juzgar si hubo o no corrupción en los últimos gobiernos, puso la cuestión, creo, a fojas cero.

Es cierto que es la Justicia la que debe resolver.

Pero en la decisión anterior del Senado se eyectaba a unos jueces que la mayoría K imaginaba poco favorables a los intereses del kirchnerismo; y ahora, más allá del tiempo que dure el trámite, deberá hacerse un nuevo concurso, elegirse una terna y asistir a la votación normal del Senado.

No es lo que tenía preparado el kirchnerismo. La pelota volvió a un lugar inesperado: tendrá que haber consenso. Es un milagro de tipo 2.

El tercer milagro que esta decisión produjo es el de poner en blanco sobre negro que los acuerdos (o desacuerdos) de

Consenso Federal no podrán limitarse a algunos cargos periféricos (embajadas, directorios, entes, etcétera) que otorgó Alberto Fernández más que nada por admiración.

Ahora gracias a haber apoyado la jugada de CFK para la eyección de los jueces, ese agrupamiento político ha quedado habilitado para concretar un paso más: seguir la misma línea en el Consejo de la Magistratura y acelerar el proceso de designación procurando, entretanto, la renuncia de los jueces.

En ese caso, si el plan político de CFK retorna con el vigor que tuvo luego de la expulsión de los tres jueces, entonces, tal vez, se habilitará el ingreso de un nuevo equipo económico presidido por el exministro Lavagna.

Ese compromiso político, y no la solvencia técnica o el prestigio, es, por parte de CFK, la condición necesaria para admitir retornos.

La reciprocidad, que seguramente habrá de exigir RL, para retornar al ruedo, es que se haya concretado el acuerdo con el FMI, que hayan ingresado algunos dólares que fortalezcan las Reservas del BCRA y que las medidas de ajuste u ordenamiento hayan sido tomadas por el ministro Martín Guzmán. Estamos en camino de eso.

Por otra parte y de si milagros se trata (suceso extraordinario que causa admiración o sorpresa) apunte que el paralelo está en una corriente bajista y la soja está llegando a los US$ 400 la tonelada. En esas condiciones el nuevo equipo puede soplar confianza.

No es que la economía esté en una burbuja aislada de los virus ingobernables que la vienen sopapeando desde hace añares.

Tampoco que los males estructurales se hayan curado. Sin ello “la confianza es un soplo”.

Esos males profundos, como la paupérrima tasa de inversión y la desesperante tasa de pobreza; sus consecuencias, la lastimosa productividad media y la decadente tasa de distribución de riqueza, seguirán ahí. ¿Por qué?

Es que la tradición política argentina de los últimas décadas es apostar a la “sustentabilidad” del equipo: a la continuación de la cofradía en el poder.

La coyuntura, los momentos dulces, el buen tiempo, es aquello para y por lo que, se ha administrado el poder.

Que entre luz por la ventana aunque los cimientos se estén hundiendo a causa de que lo poco y mal que construimos.

Todo en esas condiciones dura poco.

Para esa mirada de la política lo único importante es que dure hasta la próxima y faltan sólo unos meses.

La chapa y pintura, que agrada al FMI, y que los medios, unos por oficialistas y otros por observar los números que se contabilizan con frecuencia (tasa de interés, déficit fiscal, cotización del dólar, nivel de las reservas, etcétera) siempre celebran los pum para arriba de las series que se publican y observan diariamente.

Pero, como casi siempre en la vida, lo que esos números, los que se publican, informan no son aquellos que corresponden a las realidades profundas, estructurales, que son las que nos gobiernan.

No importa que usted camine adentro del tren pasando de un vagón a otro en dirección a Retiro. Si el tren va en dirección contraria, usted, creyendo lo opuesto, también va en dirección contraria.

El tren de la historia, de la economía y de la sociedad, va en la dirección de la inversión reproductiva y la equidad social.

El presente aguanta con “lo que hay”. Pero el presente es donde estamos dejando de vivir.

Donde vamos a vivir es el futuro. Ahí lo que cuenta es cuanto estamos acumulando socialmente y como estamos desarrollando a cada una de las personas que vivimos aquí.

Lo que estamos anotando en la libreta estructural, aunque no lo veamos o no lo queramos ver, es una cuenta impagable.

Los milagros de la Corte (esos sucesos que sorprenden), la serena interpretación de Patricia, la pelota en la cancha de la política posibilitando un consenso y las operaciones decorativas de Guzmán dando paso a una gestión económica para el "operativo elecciones", son sólo pequeñas cosas mientras el tren de la historia va en dirección contraria sin que el Gobierno siquiera se preocupe por hacer un “cambio de vías”.

Sólo no puede. Pero si lo quisiera hacer necesitará un consenso.

Ese no sería uno de los citados milagros de la Corte. Será el milagro del corte en jirones de la grieta.

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