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El G20 debe revertir la insolvencia global

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16 noviembre de 2020

Por Jorge Riaboi  Diplomático y periodista

La columna de esta semana fue inspirada por un aparente resbalón informativo y analítico de un par de famosos conductores periodísticos. El objetivo de este ejercicio es discutir los efectos y la sustancia de esos enfoques, sin poner en tela de juicio el sacrosanto e irrestricto derecho de opinión. El punto a dirimir es si resulta lógico ningunear en abstracto a las pocas instituciones multilaterales de gobernabilidad que hoy siguen en pie y despliegan trabajo útil. Al preguntar retóricamente “¿y qué hace el Grupo de los 20 (G20) acerca del coronavirus?” y decir “supongo que nada”, se genera un infundado y quizás involuntario golpe bajo.

Si bien tal foro no está en su mejor momento, exhibe los recursos y los mecanismos de trabajo adecuados para encabezar la reconstrucción del planeta que surgirá tras los diversos ciclos de pandemia y de la paralela y devastadora crisis económica en curso.

El G20 atesora la ventaja de servir con generosidad a quienes logren purgar los sabotajes políticos y operacionales que introdujo el Gobierno de Donald Trump, con la ayuda de los líderes que lo dejaron hacer por miedo a que desaparezca el foro y lo que resta del endeble armazón multilateral. Los problemas que hoy dirime activamente el G20 son muchísimo más graves que la crisis financiera (subprime), energética y alimentaria que consiguió domar entre 2008 y 2011.

La libertad de expresión obliga a no desdeñar ni distorsionar la realidad hasta convertirla en relato subjetivo. Muchas deducciones supuestamente “piolas” suelen ocultar baches informativos o debilidad analítica.

También es obvio que cuando uno formula una genuina pregunta, debería estar dispuesto a escuchar la respuesta. Ese antiguo vínculo se conoce como el “derecho a réplica” y es parte del patrimonio del periodismo responsable. Suponer que si uno o su habitual entorno no tiene la más pálida idea del asunto en debate, esa realidad no existe o es descartable, genera el riesgo de caer en el jardín de la ignorancia o la soberbia. Todo sermón suele ser respetable cuando uno se toma el laburo previo de investigar qué diantres pasa con el tema, halla fuentes apropiadas de consulta y entiende a cabalidad el mensaje que recibe. Semejante proceso importa más cuando la frivolidad hace estragos en la lucidez selectiva de los medios de comunicación, las redes sociales o en la mera primacía de los referentes con mayor y genuino fogueo científico, político o espiritual.

Pero vayamos a los steaks como diría el meteorólogo sajón de Radio Mitre. Cualquiera que desee saber en qué anda y si anda el G20, puede trocar sus pálpitos por los Comunicados y Declaraciones sobre las actividades vinculadas con la actual pandemia que hacen los Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales; los Ministros de Salud y otros protagonistas similares como la Organización Internacional del Trabajo (la OIT), la OCDE y los organismos financieros multilaterales, regionales y nacionales relevantes (entre otros el Banco Mundial, el FMI y el BID).

Los temas que se debaten en el seno del foro se relacionan con la magnitud, administración y distribución de la liquidez que necesita la economía global para no frenar artificialmente los niveles de actividad; el acceso a los recursos humanos, los equipos médicos y las facilidades edilicias para atender la población afectada a la hora de emplear parte de los fondos, así como el proceso destinado a garantizar el acceso no discriminatorio a las medicamentos y vacunas que se vayan creando. Todo ello se extiende al propósito de evitar la escasez artificial de alimentos y la obligación de no descuidar la atención de los problemas ambientales y climáticos.

Ese paquete no excluye las reglas orientadas a restaurar la conectividad y la educación. La crisis del turismo hace, por sí sola, descomunales daños en todo el globo terráqueo. Además, lo que hasta hace poco era un gravísimo problema de liquidez, hoy constituye un sustantivo proceso de recesión sistémica y una visible crisis de insolvencia económica.

Los futuros apagones del desarrollo surgirán de la parálisis en curso y de la reincidencia de nuevas formas de pandemia (segunda ola del coronavirus), que ya determinan el comportamiento de la demanda global y la ausencia de inversión. Las reactivaciones se están frenando y no son muy promisorias en las naciones que fungen como polos de crecimiento global excepto China y algún otro milagro asiático. Algunos de esos temas se fueron discutiendo con entidades nacionales de financiación al comercio exterior.

El conjunto de esas gestiones responden a los lineamientos adoptados en abril pasado por una Cumbre corta, virtual (Zoom) y extraordinaria de los líderes del G20, en la que se dispuso centralizar las acciones globales antipandemia en los trabajos sectoriales de los ministros de Finanzas del Grupo.

La antedicha decisión no sustituye los deberes que están a cargo de las entidades operativas como la Organización Mundial de la Salud (cuyo actual funcionamiento es harto discutible) o el Banco Mundial e instituciones similares. Muchos de los Ministros que van al G20 “son los gobernadores” reales del ser y devenir de cada una de las instituciones financieras que aportan recursos de cooperación y reactivación económico-sanitaria. El foro discute las prioridades financieras y multidisciplinarias de los problemas, lo que requiere ciencia y paciencia.

Ese enfoque es algo más que el clon concebido por el G20 para remontar con éxito la crisis financiera (subprime), energética, alimentaria y social de 2008/2011 en la que nació la actual versión del foro.

¿Se está haciendo todo lo posible y necesario?. Hay buenas razones para dudarlo. Entre las ideas que vale la pena tener en cuenta figura la síntesis de la propuesta que distribuyó el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington DC (CSIS en inglés), elaborada por uno de los creadores técnicos del G20 (el boletín circuló hace seis días). El texto es de Mark Sobel, quien encabeza el Foro de las Entidades Monetarias y Financieras Oficiales (la sigla inglesa es OMFIF).

La reflexión se titula “Resucitar el G20 y la economía mundial” y agrega el subtítulo “Como puede liderar Biden la batalla colectiva contra el Covid y sus consecuencias”.

El contenido es simple y directo. Sostiene que el futuro Presidente de Estados Unidos debería reponer lo antes posible una actualizada versión original del G20 y de todo el sistema multilateral que saboteó Trump, sobre la base de un plan específico y selectivo. Sugiere manejar con otra racionalidad la pandemia, apelando a criterios macroeconómicos y sanitarios funcionales. Como exfuncionario de la Tesorería, dedica muy pocas de sus 10 páginas a la política comercial y a la economía real (cuyos errores originaron gran parte de la crisis del 30 y de la actual recesión pre-pandemia, acotación mía).

La prosa destaca que los líderes de la primera Cumbre del foro (realizada en Washington), acordaron combatir la crisis de entonces sin poner barreras artificiales al comercio y la inversión, ni aplicar ajustes proteccionistas (devaluaciones competitivas por ejemplo). Ese enfoque tiende a poner en pie de igualdad una devaluación del dólar, el euro, el yen o el renminbi cuyas oscilaciones afectan la economía global, con las devaluaciones del peso argentino que sólo generan más consultas psiquiátricas y psicológicas (acotación mía).

Esas valiosas definiciones se fueron evaporando de las Declaraciones de las Cumbres a los largo de los últimos años para culminar en un completo desalojo cuando apareció Trump. El resultado de esa laxitud política y legal fue la escalada mercantilista y las guerras comerciales empolladas en la Casa Blanca.

Al mismo tiempo Sobel dice que la parálisis de la OMC ocasionada por la tradición de apostar al consenso no puede ocasionar un escenario en el que un país o región siga bloqueando, por sí mismo, el progreso de negociaciones importantes (mensaje que da la sensación de estar dirigido a Washington y Nueva Delhi, los grandes saboteadores del sistema).

Propone que la reforma de esa organización sea encarada por gente ajena a los detalles cotidianos de la política comercial, una genialidad ya utilizada sin éxito en varias oportunidades. Además sostiene que Washington y Pekín tendrían que desarmar la bomba y resolver problemas estructurales como los subsidios que reciben o se procesan mediante el uso de Empresas del Estado y definir reglas sobre política industrial (tema que en Bruselas, Estrasburgo, París, Washington y Tokio se discute hace rato: ver mis columnas anteriores).

El hombre también pide que el viejo matrimonio entre Bruselas y Washington deje la neurosis de lado, haga las paces, resuelva en una mesa de negociaciones la guerra de subsidios de Boeing y Airbus y se pongan a trabajar. Una vieja y buena idea.

El resto del menú son ítems standard en materia fiscal, como aplicar o desechar los impuestos a las empresas GAFA  (Google, Apple, Facebook y Amazon); concebir políticas impositivas y de ingresos globales a largo plazo que reviertan la participación decreciente de la clase media y la clase baja en los ingresos nacionales (una versión de la tesis Picketty); y usar los mecanismos fiscales para mitigar el cambio climático y el deterioro de los sistemas ecológicos y otras medidas complementarias.

El G20 absorbió de entrada  la noción de perdonar o refinanciar generosamente una parte sustantiva de las deudas internacionales de los países de menor desarrollo relativo. En el caso de las naciones emergentes, Sobel propone estudiar los planes caso por caso, con la advertencia de que habrá numerosos pedidos de asistencia, ya que algunos países deberán conseguir ayuda financiera de nueva generación y hacer significativos ajustes internos. Pero el tema del día es la insolvencia, no la iliquidez. Sostiene que las reestructuraciones deberían cubrir tanto la pandemia, como la nueva y previsible situación de insolvencia económica y los problemas que esos países llevan de arrastre.

Por otra parte, el FMI debe resolver de una vez el problema de la reasignación de sus cuotas de capital, proceso que en teoría culminará en 2023. Sobel alega que  China, que aporta el 16% de la economía mundial, no puede seguir con sólo el 6% del capital. Pero el autor no dice nada acerca de la viabilidad real de sus propuestas.

Ninguno de los  complejos insumos de este enjambre nos hace pensar que el G20 duerme la siesta. Eso no incita a arruinar (¿spoilear?) una siestita panza arriba de la crema y nata de nuestros conductores periodísticos.

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