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Estados Unidos tiene muchas incógnitas y pocas respuestas

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Atilio Molteni 02 noviembre de 2020

Por Atilio Molteni  Embajador

Si la opinión pública espera que las elecciones presidenciales de mañana repongan los niveles de certidumbre, armonía social, respuestas sanitarias y el liderazgo económico y político que Estados Unidos solía exhibir en tiempos pasados, se va a llevar una gigantesca desilusión. Si gana Donald Trump, vamos tener más de lo mismo y su Gobierno tenderá a profundizar su estilo anárquico y poco contenido. El hombre cultiva su fama de impredecible.

Si gana Joe Biden, es posible que reaparezcan símbolos de mayor educación y convivencia democrática, pero su gestión puede vérselas negras con la enorme lista de problemas pendientes como la grieta social, el desastre económico y el incierto devenir de la lucha contra la pandemia que hoy determina la vida del planeta. Nadie imagina grandes cambios de dirección económico-social o una política tendiente a revertir el proteccionismo bautizado como América Primero (America First) ni grandes innovaciones en la vida internacional. Quizás haya mayor racionalidad, pero real compromiso con los avatares profundos del multilateralismo. Obviamente, ninguno de tales asuntos podrá quedar al margen de la muy difícil situación existente.

La elección en sí es otra incógnita. Las decisiones del Colegio Electoral, que entraña la función del verdadero órgano decisorio en la selección del futuro mandatario son bastante imprevisibles, pues sus miembros son los electores (538). En otras palabras, los votantes eligen al Consejo

Electoral y éstos al futuro Presidente. Por eso, el objetivo de ambos candidatos es asegurarse por lo menos 270 votos en ese Consejo. En 2016, Trump ganó con 304 electores a pesar de que en la votación popular sacó menos votos que Hillary Clinton.

Otra característica del proceso electoral estadounidense es que alrededor de 20 Estados son tradicionalmente republicanos y un número similar son demócratas, una realidad que asegura el 45% de los votos a cada uno de los dos partidos mayoritarios. Por ese motivo, la elección se decide en los 10 Estados restantes, el “campo real de batalla”, que es donde la elección se inclina en favor de uno u otro de los candidatos. En esta oportunidad existe una visión totalmente distinta acerca del futuro de Estados Unidos, cuyo destino se halla íntimamente ligado al curso de la pandemia, la crisis económica y los efectos de los problemas raciales.

En la noche del 3 de noviembre, el día de la elección, no será posible saber quién es el candidato ganador. Ello se debe, entre otras razones, a la cantidad de Estados “pendulares”, donde las diferencias de votos son reducidas, y por aquellos en los que la legislación local no permite el procesamiento de los votos por correo hasta el día de la elección, o existen otros plazos de recepción.

En Carolina del Norte, Pensilvania, Michigan y Washington la legislación local permite terminar los cómputos días después de la elección debido a la pandemia y a las demoras del correo. Trump supone, como es habitual sin fundamento conocido, que ello favorece a sus oponentes, motivo por el que critica la utilización masiva del voto por correo, bajo el supuesto de que ello originará la votación más fraudulenta y poco fiable de la historia del país. Sólo acepta este sistema para las personas ausentes que puedan justificar su no concurrencia a votar, pero no como una opción aplicable a todos.

Por su lado, los demócratas alegan que los ciudadanos no tienen por qué elegir entre su salud y su voto, dando munición a un debate judicial que puede impedir la determinación del ganador dentro de un plazo razonable.

Según varias encuestas a nivel nacional, Biden supera a Trump, en intención de voto, por más de siete puntos, algo que es tendencia desde marzo. Una evolución parecida se vio en 2016, cuando el actual Jefe de la Casa Blanca compitió contra Hillary Clinton, quien en la semana anterior a la votación lo superaba por dos puntos, una ventaja que no impidió que el candidato republicano ganara en el Colegio Electoral. Y si bien desde entonces los encuestadores perfeccionaron sus métodos, el mencionado no deja de ser un ejercicio teórico muy difícil de aplicar en ciertos Estados. En tales ponderaciones inciden las características raciales y la localización de los individuos, ya que muchos encuestados ocultan su intención real de voto.

Los encargados de la campaña de Biden tomaron en cuenta los errores de percepción de Hillary, quien en cierto modo hizo posible que el actual presidente le ganara por más de cinco puntos porcentuales en ciertos Estados. Ahora, el escenario parece ser diferente: en Iowa, Ohio y Georgia hay sensación de empate, por lo que técnicamente el resultado final sólo será conocido con la votación.

Tres Estados industriales del Norte del país fueron muy significativos en la victoria de Trump. Éste cosechó una diferencia de 80.000 votos en Pensilvania, Michigan y Wisconsin. En esta ocasión Biden parece superar al Presidente por un margen importante. En cambio, en Texas el primer mandatario lleva una delantera de 3 puntos (en 2016 había ganado por nueve), mientras en Florida el panorama no es claro y la votación se puede decidir por un margen muy estrecho.

El mejor escenario para Trump sería conservar las ventajas que tuvo en 2016, e inclusive ello le daría margen para perder en un par de Estados pendulares. Además, los demócratas piensan que en Arizona, Carolina del Norte y Maine ellos irán al frente, mientras los republicanos especulan con el triunfo en alguno de los Estados que son tradicionalmente demócratas como Nueva Hampshire, donde Clinton triunfó en 2016.

A una semana de la elección ya depositaron su voto, por correo o personalmente, 80 de los 154 millones de las personas registradas, un nivel mayor al de 2016. Los gastos en las campañas electorales alcanzarían a un total de 15.000 millones de dólares

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