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Donald Trump no se rinde

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Atilio Molteni 24 noviembre de 2020

Por Atilio Molteni Embajador

El 7 de noviembre, medios de prensa estadounidenses anunciaron la victoria de Joe Biden sobre Donald Trump, basados en la información electoral no oficial, que daba cuenta de que había superado el número de electores para ser consagrado como presidente electo por el Colegio Electoral, que se reúne el 14 de diciembre. No fue la victoria aplastante que preveían las encuestas, pero los candidatos demócratas obtuvieron su objetivo. Por su parte, Trump sigue insistiendo que ha sido víctima de un fraude para impedir su reelección, cuestionando los resultados en varios estados donde ganó en 2016.

En algunos de ellos continúa el conteo de verificación de los votos y la lenta certificación de los resultados, en un ambiente de tensión y sin que avancen las presentaciones judiciales de Trump y sus cuestionamientos a dicha certificación, cuyo plazo se extiende hasta el 8 de diciembre. Su último objetivo consistió en tratar de convencer a legisladores de Michigan que dejen de lado la victoria de Biden en ese estado y formulen su propia propuesta de electores, en lo que tampoco tuvo éxito, mientras los demócratas calificaron esta acción como un ataque irresponsable al sistema electoral.

Por otro lado, muy gradualmente los líderes republicanos, que no se manifestaron en favor del cuestionamiento de Trump ni reconocieron la victoria de Biden, comienzan a cambiar su actitud, teniendo en cuenta la identidad del partido y su futuro, pero un alto porcentaje de sus votantes comparten las críticas del actual Presidente, que salió bastante bien parado de las elecciones, pues obtuvo más votos que en 2016. Se puede especular que ambiciona competir para regresar a la Casa Blanca dentro de cuatro años, a pesar de que quedó demostrado que su desempeño acentuó las múltiples causas de la división que ya existía entre los estadounidenses.

Es un escenario muy preocupante, que lesiona la imagen del país en el mundo e impide una transferencia ordenada del poder, afectando sensiblemente las bases de la estructura democrática y la seguridad de Estados Unidos, pues Biden aún no recibe los informes de inteligencia, ni tiene acceso a las oficinas gubernamentales que le permitirían la organización adecuada de su Gobierno.

Además, Trump crea un ambiente difícil para la administración Biden, pues está retirando tropas de Afganistán, donde las negociaciones con el Talibán no avanzan y también de Iraq y de otros escenarios en los cuales existen conflictos, en tanto se anuncian nuevas sanciones contra Irán y China, que constituyen la mayor preocupación del nuevo Gobierno. Incluso existen versiones de que el 12 de noviembre Trump habría analizado con sus asesores un eventual ataque a las instalaciones nucleares iraníes, lo que es un antecedente muy negativo para el intento demócrata de revivir el Acuerdo Nuclear del 2015.

Biden, como presidente electo, está por anunciar los miembros más destacados de su Gabinete. Luego, deberá hacerlo con los altos niveles de su administración, que suman cerca de 1.800 cargos políticos o de carrera, dependientes del nuevo Poder Ejecutivo. Tanto los ministros, como cierto número de funcionarios y los embajadores, requieren el acuerdo del Senado.

El Partido Republicano cuenta con una mayoría de 50 bancas en el Senado, situación que limita las posibilidades del Ejecutivo, y que no se presentaba desde 1989. Sólo podría modificarse, si el 5 de enero los dos candidatos demócratas son electos en una segunda vuelta en Georgia y se unen a los 48 senadores de su partido. Para ser aprobados los funcionarios dependientes de un acuerdo, deben ser votados no sólo por los demócratas sino también por algunos senadores republicanos, limitando así la posibilidad de Biden de proponer figuras progresistas.

El Presidente electo declaró que su objetivo es “restablecer el alma de la Nación” y que, en sus primeros cien días de mandato, va a “reparar y reconstruir el país para superar la ruina económica y la crisis del sistema de salud, causadas por el fracaso del presidente Trump de proteger América”. Sin embargo, para lograr estos objetivos Biden necesitará presentar propuestas capaces de obtener amplios consensos.

Las diferencias entre ambos partidos conciernen fundamentalmente a la política interna. Por ejemplo, “la energía verde”, los contratos laborales o el cuidado de la salud, pero en lo relativo a la política exterior, es posible volver a un acuerdo bipartidario que fue rechazado por Trump desde 2016, afectando sus relaciones globales y llevando adelante acciones impredecibles y riesgosas.

Trump, que nunca perteneció al sistema político tradicional, tuvo en cuenta el nacionalismo, las consecuencias de la globalización, la sobreextensión militar y su costo creciente. Debido a ello cuestionó a sus aliados por su dependencia de Washington en cuanto a la defensa común, emprendió guerras comerciales sin lograr disminuir su déficit comercial, no dio la importancia debida a los derechos humanos y a la democracia, además de retirarse de acuerdos internacionales muy significativos y de organizaciones internacionales. Sin embargo, el Congreso frenó sus acciones con referencia a Rusia y a Corea del Norte, mientras que debió atenerse a leyes que cuestionaron acciones de Beijing.

Los analistas señalan que para que una política bipartidaria tenga éxito, es necesario que Estados Unidos no trate de solucionar todos los problemas ni se responsabilice del mantenimiento del orden mundial, y aconsejan una participación selectiva, respondiendo a sus propias necesidades de seguridad y sus consecuencias en la política doméstica. Es una tarea muy demandante en un momento de grandes crisis, como la pandemia global, pero Biden cuenta con la experiencia y la empatía suficientes para llevarla adelante.

En ese sentido, desde los tiempos del presidente Barack Obama, se enfatizó el Asia-Pacifico, mediante lo que denominó el “giro” hacia esa región, ahora acrecentado por la mayor influencia de China, que constituye su problema esencial pues, sin limitarse a lo comercial o tecnológico, se tiene en cuenta su contención geopolítica, sobre lo cual ya existe un acuerdo bipartidario.

Al respecto, la política de Biden con relación a Beijing otorgará mayor importancia a sus aliados regionales para desarrollar una estrategia común (que incluya a Corea del Norte) pues, a diferencia de Europa con la OTAN, en Asia no existe una organización de defensa sino un sistema de diversas alianzas con potencias regionales, y un proceso en marcha de una gran vinculación estratégica con India. Al mismo tiempo, es necesario un nuevo enfoque de las relaciones bilaterales con China sobre bases distintas de las planteadas por Trump.

Por su parte, Beijing promociona intensamente sus propios objetivos. El 14 de noviembre suscribió en Hanoi, con 10 países del sudeste asiático (miembros de la ASEAN) y otros Estados muy significativos como Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelandia, la Asociación Económica Regional Comprensiva (o RCEP), consistente en una liberalización sustancial de tarifas y facilidades comerciales, favorable a las cadenas de manufacturas que aumenta su competitividad, cubriendo una cuarta parte del PIB mundial. Esto demuestra que está disminuyendo la influencia económica y comercial regional de Washington, donde se encuentran los mercados de mayor crecimiento.

Con Europa, la relación del Gobierno demócrata va a ser diferente de la de Trump que llegó a manifestar que la Unión Europea era “un enemigo”, cuestionó sus aportes a la OTAN y quedaron en pie varios problemas comerciales y arancelarios muy significativos representados, por ejemplo, por la aplicación de represalias recíprocas por los subsidios a Boeing y Airbus.

Biden posiblemente tratará de vigorizar la relación transatlántica, la defensa común, la “autonomía estratégica europea”, la unidad frente al cambio climático y los valores democráticos, puestos en peligro por algunos de sus miembros. Estas políticas no sólo tienen por objeto contener a la Federación Rusa, sino también a China, que por medio de su iniciativa de la Franja y de la Ruta, y de su capacidad tecnológica y comercial expande su influencia en el Viejo Continente, por lo cual Washington debe fortalecer su liderazgo reforzando la solidaridad europea para lograr paz y estabilidad.

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