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Coronavirus, mundo y Argentina: enfrentar el jaque mate tecnológico

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09 noviembre de 2020

Por Alfredo Pérez Alfaro (*)

En los últimos 300 años, los procesos de desarrollo de los países se han visto afectados recurrentemente por eventos disruptivos en sus sistemas tecnoeconómicos, producidos por el cambio tecnológico.

A lo largo de la historia, cada sistema tecnoeconómico es la consecuencia del comportamiento de las tecnologías prevalecientes en su relación con las fuentes de energía, las materias primas, las prácticas laborales y los productos distintivos de cada época.

La articulación de esas interrelaciones se transforma en el determinante de la ecuación del desarrollo Harrod?Domar, que mide el incremento del ingreso nacional (PIB) per cápita de una sociedad. En cada estadío histórico de un sistema tecnoeconómico el crecimiento per cápita de los países depende en gran medida de tres variables fundamentales relacionadas con la inversión.

-El porcentaje neto del ahorro que la sociedad dedica a la inversión luego de la deducción por atesoramiento, que depende del grado de confianza de la población en el futuro (la propensión a la inversión a la que aludía John Maynard Keynes).

-El destino y la calidad de la inversión, la que en términos científicos, educativos, industriales, políticos y sociales queda sujeta a la disyuntiva que planteaba Paul Samuelson sobre qué debe producir un país: “¿mantequilla o cañones?”.

-El nivel del coeficiente de productividad de la inversión, directamente vinculado con el progreso científico tecnológico.

Cada sistema tecnoeconómico encuentra tarde o temprano su techo de productividad, pues enfrenta el desafío de constantes cambios tecnológicos, que finalmente lo colocan en situación de “jaque mate tecnológico”, del cual sólo se sale con el nacimiento de un nuevo sistema tecnoeconómico. Mientras tanto, la sociedad atraviesa un período de transición donde paulatinamente lo “nuevo” va sustituyendo a lo “viejo”, etapa a la que Joseph Schumpeter calificaba como de “destrucción creadora”.

Cuando a comienzos de 2020 estalla la pandemia, el mundo experimentaba el quiebre del sistema tecnoeconómico que caracterizó al período 1920-1980 (la Segunda Revolución Industrial), que distinguió a la electricidad y al petróleo como sus principales llaves tecnológicas. Ello sustentó un gran impulso a las industrias electrónicas, petroquímicas y farmacéuticas, generando un boom de consumo, traducido en la demanda de bienes durables como automóviles, aviones e infraestructura de transporte.

En las últimas décadas del Siglo XX y comienzos del Siglo XXI la aparición de Internet y los avances de la sociedad de la información anunciaban el advenimiento de un nuevo sistema tecnoeconómico. Alvin Toffler lo calificaba como “la tercera ola” y Jeremy Rifkin como “la tercera revolución industrial”. Otros como la “Industria 4.0” y la “Sociedad 4.0”. El mundo comenzaba a experimentar los efectos de un nuevo “jaque mate tecnológico”, y entraba en escena la “destrucción creadora”.

Pero en estas circunstancias aparece un diferenciador crítico que convierte a esta nueva metamorfosis socioeconómica en un fenómeno inédito, y es el progreso exponencial de su llave tecnológica excluyente: la inteligencia artificial. Su impacto convierte también en exponencial a la evolución de un paquete impresionante de tecnologías asociadas: robótica, Big Data, blockchain, Gobierno digital, fabricación digital y tantas otras.

La aparición del coronavirus y sus cuarentenas se produce en este contexto. Como lo observa Sebastián Campanario, el confinamiento obliga a digitalizar una multitud de tareas, servicios y gestiones: tecnologías como los códigos “QR”, la aplicación Zoom, el uso de drones, el teletrabajo, la educación remota, el e-commerce, el e-banking, el e-procurement, las energías limpias o la telemedicina están experimentando progresos extraordinarios. La pandemia ha provocado una aceleración del proceso, acortando dramáticamente los tiempos de adaptación.

Muchos países del mundo están asumiendo la urgencia de acoplarse al nuevo paradigma tecnológico en ciernes, que opera a inusitada velocidad y sólo promete el cambio permanente. El filósofo chino Yuk Hui nos recuerda una expresión de Vladimir Putin de 2017: “Quien domine la inteligencia artificial dominará el mundo”. Y reflexiona: “(Putin) capta perfectamente la contienda geopolítica de hoy o hacia dónde marcha la competencia de la geopolítica hoy en día. Para él, de lo que se trata es de la competencia nacional por la singularidad tecnológica. El último objetivo de la inteligencia artificial es la singularidad”.

Estos temas también deberían preocupar a los argentinos: qué hacer ante un “largo plazo” cada vez más cercano, a fin de compatibilizar las decisiones que demanda la difícil coyuntura del presente con las directivas de un plan estratégico de desarrollo capaz de reservarnos al menos alguna butaca en el tren del futuro, que ya ha iniciado su marcha.

(*) Doctor en Ciencias Económicas y Director de Fundación GEO

https://fundaciongeo.org.ar/publicaciones/parte-2-coronavirus-mundo-y-argentina-como-enfrentar-el-jaque-mate-tecnologico/

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