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ARGENTINA-VOLATILIDAD
ARGENTINA-VOLATILIDAD
10 noviembre de 2020

Por Pablo Mira (*)

La economía de Argentina sigue presentando desafíos que parecen irremontables. En estricto orden de urgencias, es necesario primero restaurar el funcionamiento de la actividad económica afectado por la pandemia y la obligada respuesta de las autoridades para preservar la salud. Por lo pronto, hay una recuperación contable de la actividad, pero el neto es claramente negativo. Se necesitarán varios años hasta alcanzar el pico anterior del ciclo ocurrido en 2017, no precisamente un rosedal.

La siguiente etapa será amortiguar las todavía duraderas consecuencias de la crisis cambiaria disparada a mediados de 2018. Con las reservas en mínimos históricos, amplios controles de capital que traban los movimientos especulativos pero también los otros, y un crisol de tipos de cambio que dificultan la fijación de algunos precios, hay que trabajar mucho para alcanzar la mentada tranquilidad que es objetivo del gobierno.

Pero estas dos empresas son marginales si uno la compara con la más trascendental: recuperar el crecimiento sostenido. Argentina no crece, en términos medios, desde 2011, y aun sin pandemia ya sufrió otra década perdida (la segunda en cuatro décadas). Acompaña este magro desempeño un estancamiento de las exportaciones que, dicho sea de paso, son el combustible fundamental para dominar al menos temporalmente la restricción externa y permitir la expansión mediante mayores importaciones de insumos y de bienes de capital. El objetivo de recrear el crecimiento es, de lejos, el más desafiante de todos. ¿Qué podemos hacer aunque sea para empezar a dirigirnos en esta dirección?

Solo una perspectiva más basada en la fe que en la ciencia podría transmitir la panacea para resolver esta tragedia en una página, así que no iremos por ese camino. Sí quiero marcar un hecho incontrastable: Argentina ha probado literalmente de todo, utilizando a sus mejores economistas y poniendo en marcha varias ideas diferentes con cierta justificación técnica. El punto es que casi todas estas estrategias tienen algo en común: han gozado de sus momentos fértiles, para luego fracasar en posicionar al país en un sendero de desarrollo sostenido. Cuando se observan en perspectiva, la mayoría parece funcionar un tiempo, para después colapsar o morir de agotamiento. (Dicho sea de paso, la evaluación negativa de las estrategias cuyo diseño no se ajusta a la ideología del comentarista ocasional lo llevan concluir, quizás con demasiada premura, que “eso ya se probó y no funciona”. Para ser justos, en Argentina han fracasado casi todos los modelos posibles).

En estas circunstancias, como se ha insistido en esta columna, las recomendaciones no pueden ser más que tentativas y pragmáticas. Mis dos centavos en este tema, creo, es considerar un criterio tan general como autoevidente. Clasifiquemos de manera algo simplista los problemas locales en urgentes y estructurales. Siendo perseguido hace décadas por sus urgencias, el país no logra atender sus desafíos estructurales. En este contexto, no parece posible hallar una solución admisible.

Y sin embargo, como dijimos anteriormente, si se repasa la historia cada plan de cierta duración tuvo su “momento de gloria” en el que las expectativas optimistas se alinearon, y las cosas funcionaron bien transitoriamente. El consejo, entonces, deviene elemental: Argentina debe trabajar sobre las cuestiones estructurales durante la parte “alta” del ciclo, es decir, durante esos efímeros momentos de prosperidad.

La aplicación de este principio, por más irrefutable que suene, no es sencilla. Por un lado, cuando a la economía le va bien los actores privados comienzan a reclamar por sus intereses, pues ahora hay torta para repartir. Por el otro, el poder político puede engañarse a sí mismo (con total sinceridad) y asumir que la economía está funcionando bien justamente debido a que los cambios estructurales ya están tomando lugar. Ciertamente, estas dinámicas pueden jugar en contra de lo que el principio recomienda, que es trabajar en la estructura mientras la urgencia lo permite, pero después de tantos años de frustraciones uno sigue apostando, quizás por puro instinto de supervivencia, a que esta vez sea diferente.

(*) Docente e investigador de la UBA

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