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También la OMC se propone elegir una Directora General

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19 octubre de 2020

Por Jorge Riaboi  Diplomático y periodista

De no mediar un inesperado replanteo, la Organización Mundial de Comercio (OMC) es otra de las instituciones de gran calibre que espera confiarle a una mujer el mando de su Secretaría. Al igual que antes lo hicieron la Organización Mundial de la Salud (OMS) con la doctora Margaret Chan, o el Fondo Monetario Internacional con Christine Lagarde y Kristalina Georgieva y aún la Comisión de la Unión Europea (UE) y del Consejo Europeo con las doctoras Úrsula von der Leyen y Angela Merkel, estamos en la víspera de asistir a un nuevo subproducto de la cultura igualitaria.

Ninguna de esas personalidades escaló posiciones haciendo uso de recursos preferenciales. Todas llegaron a la cúpula bajo las reglas de la democracia y la meritocracia, donde se da por sentado que el talento es el único de los atajos para instalarse en los sillones del poder. Pero sería tonto negar que la membrecía hizo lo posible por acunar el cambio.

Hace mucho que determinadas sociedades de Asia, Oceanía, Europa y América Latina decidieron encumbrar a las líderes de su preferencia sin atormentar a la ciudadanía con huevadas lingüísticas o garantías forzadas de participación de la mujer en cualquiera de las manifestaciones vitales del país, la región o los intereses globales. En los '60, el Gobierno de nuestro país ya estaba listo para acreditar a la notable embajadora Ana Zaefferer de Goyeneche en la Representación ante los organismos internacionales con sede en Ginebra. Susana Malcorra no fue la primera mujer que asumió el cargo de Canciller, ni el país esperó la moda feminista para internarse en los caminos siempre perfectibles de la equiparación de sexos. En el Servicio Exterior nuestras queridas colegas no necesitan trato especial y diferenciado. Sólo tienden a exigir la buena lógica del trato respetuoso, igualitario y profesional.

Este escenario es una de las razones para aguardar con optimismo que en los próximos días se dilucide si será la actual Ministro de Comercio de Corea del Sur o la ex Ministro de Finanzas de Nigeria, señoras Yoo Myung-hee o Ngozi Okonjo-Iweala quien ocupará la Direción General de la OMC que dejó vacante el embajador Roberto Azevedo a fines de agosto. Como se recordará (ver mis columnas anteriores), versiones no confirmadas indicaron que, a principios de este año, el funcionario renunciante habría sido objeto de un inaceptable apriete de Donald Trump, quien le planteó que si no conseguía a breve plazo que Estados Unidos reciba un status equivalente al de China como país en desarrollo en el marco de esa Organización, su gobierno podría terminar la membrecía en dicho foro con el mismo toque quirúrgico que evidenció al retirarse de la UNESCO, la OMS y el Acuerdo de París sobre Cambio Climático.

La elección de Directora General (DG) también puede depender de cómo se jueguen las cartas de esa explosiva mano de póker. Un antiguo colega que goza de su pensión cerca de los comandos de la rue de Lausanne (sede de la OMC), me confirmó lo obvio. Elegir una candidata de este dúo sin conocer quien despachará el 20 de enero en la Casa Blanca, no sería un enfoque sagaz. El plazo real de la decisión es lo que está nebuloso.

La nueva DG debería exhibir la capacidad de sostener un franco y fácil diálogo con ministros y líderes de gobierno, una facultad que implica tener línea abierta y recibir genuina atención de tales interlocutores.

Semejante insumo importa para medir qué clase de tono muscular deberá reunir la candidata que resulte electa para sensibilizar al poder político de los gobiernos que constituyen la masa crítica del Sistema Multilateral de Comercio (el G20 por ejemplo). Eso no es una pavada. Puede ser la diferencia entre sacar o no adelante la normalización funcional y la modernización de las reglas y compromisos de la OMC.

El actual Jefe de la Casa Blanca nunca se percató en serio de que los espacios vacíos que fue dejando su gobierno, dieron oxígeno a las potencias que le disputan a Estados Unidos diversos escalones del liderazgo global. Aunque Pekín suele hacer en silencio una buena ración de sus travesuras, es obvio que sus dirigentes no simpatizan con la candidata de Seúl. Aparte del histórico stock de problemas y agravios que hay entre ambas naciones asiáticas, China no olvida que el primer país que se allanó el criterio mercantilista de Donald Trump y amplió de inmediato las concesiones adicionales brindadas en el sector automotriz y agropecuario para “sanar” el Acuerdo bilateral de libre Comercio (cuya sigla inglesa es KORUS), fue Corea del Sur.

De las dos finalistas, la de Seúl es vista como la candidata con experiencia en el manejo de las reglas escritas y no escritas del Sistema Multilateral de Comercio, lo que sólo se podrá constatar cuando entre en funciones. No es fácil gobernar una Secretaría cargada de problemas y consensos ultra-sensibles, o ser útil para rediseñar las disciplinas sectoriales y operativas que le faltan o andan mal en el Sistema.

La candidata africana es una mujer con fuerte personalidad y conocida en el mundo de las finanzas, pero el manejo de la política comercial es un animal muy diferente. Aún los conocimientos políticos que exige la tarea no se aprenden en los libros de texto ni “en prácticas que uno supone análogas”. Es como decir que quien sabe manejar una moto puede conducir un avión de combate supersónico, una nave espacial o aviones de pasajeros de nueva generación. La gente del oficio sabe que no es así.

Además, tanto el público, como la propia Secretaría y las delegaciones deberían recordar que los roles del ex GATT y la actual OMC se basan en una división de tareas en la que la Organización es manejada por los Miembros y la Secretaría asesora y brinda valioso apoyo técnico. Uno de los graves problemas que estancó la maquinaria de la OMC, es que algunos Miembros del Órgano de Apelación, hoy un mecanismo en estado criogénico, decidieron no sólo auditar la consistencia legal de los informes que producen los grupos especiales (paneles) que dirimen los casos de solución de diferencias, sino legislar por su cuenta. En ese punto Estados Unidos tiene razón y hay que enderezar el trabajo. Sobre el resto de las confusas quejas y sabotajes de Washington no hace falta agregar mayores consideraciones o adjetivos. Hizo méritos para ganarse la irritación general.

La Casa Blanca y sus apóstoles olvidaron que el liderazgo no se ejerce por control remoto, con ideas de delirante populismo y delegaciones que no tienen claro mandato para definir en serio la parte constructiva de sus deberes. En tiempos pretéritos Estados Unidos solía aportar equipos de enorme talento, capacidad de liderazgo y solvencia profesional, con los que era difícil pero se podía trabajar a gusto.

Se equivoca mucho el Financial Times del jueves pasado, cuando sostiene que el florecimiento de los acuerdos regionales proviene de la desconfianza entre

Washington, Bruselas y Pekín. Estados Unidos y la UE dejaron de ser aliados no por las fatigantes o seculares mañas proteccionistas de la clase política y la burocracia de sus respectivos gobiernos. Sucede que mi amigo Donald quiso patotear en lugar de negociar con su viejo aliado de la otra costa del Atlántico y eso es muy difícil. Un trato entre iguales nunca puede surgir de una relación hegemónica. Hasta mediados de los 90´s dicho matrimonio tenía sus reyertas pero casi siempre solían hacer las paces tras interminables negociaciones bilaterales que luego volcaban sobre el resto de la membrecía del Sistema Multilateral de Comercio con exceso de impunidad. Los Acuerdos de Blair House son una expresión fidedigna de esa militancia, con la que consiguieron bajar las ambiciones del proyecto de Acuerdo sobre Agricultura y subir el precio de los servicios y la propiedad intelectual a la hora de cerrar la Ronda Uruguay.

El factor diferenciador se llama China, porque ninguna de esos dos exponentes del capitalismo tradicional entendió, a tiempo, que no podrían competir con un enfoque donde el predominio político y partidario supera a la vocación de “crear una economía (socialista) de mercado”.

Y la cosa no promete un cambio celestial. Según un diálogo sostenido el último jueves por analistas especializados del mundo académico canadiense, los profesores Timothy Cheek de la Universidad de British Columbia y Lynette Ong, de las universidad de Toronto, el creciente endurecimiento de los enfoques del gobierno del Presidente chino Xi Jinping, obedecería al temor de perder control sobre los acontecimientos sociales y políticos que entrañan resistencia violenta. Según tal mirada, las medidas represivas adoptadas en Hong Kong se vinculan con la aludida inquietud y están basadas en el sesgo de un fuerte grupo del establishment intelectual chino que parece estar abandonando las ideas marxistas para estudiar con gran interés el concepto de Estado total de Carl Schmitt.

Según dicha tesis, Pekín se angustia ante la muy hipotética posibilidad de que, como sucedió en la ex Unión Soviética, el régimen comunista pierda el control de eventuales estallidos de rebelión popular.

El lector debería recordar que Schmitt fue el más influyente de los teóricos del nacional socialismo extremo y conservador de Adolf Hitler. Y si bien yo no compraría ese insumo a la ligera, tampoco dejaría de tenerlo en cuenta conforme avanzan los acontecimientos. Los diarios europeos no se cansan de hablar de la penalización diplomática de Pekín (“China is escalating its punishment diplomacy”, Financial Times del 22/9/20; Le Figaro había formulado una reflexión similar), cuyo gobierno desparrama chispas entre sus socios comerciales y políticos que exhiben la audacia de pedir transparencia en el manejo de la pandemia del COVID 19 y otros asuntos sensibles, una conducta que parece expandirse sin reparar en que se acerca el momento de la firma del Acuerdo de Libre Comercio (ALC) e Inversión entre China y la UE. A Pekín tampoco le tembló la mano al descargar duras represalias sobre el gobierno australiano, con quien ya tiene un ALC en vigor.

Al llegar a esta etapa, quedaron por el camino seis valiosos candidatos a DG. Hoy sólo tenemos certeza de que compiten dos mujeres de notable singularidad y que la moneda está en el aire.

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