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El presidente Arce quiere fortalecer el diálogo social

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26 octubre de 2020

Por Atilio Molteni  Embajador

Según observadores regionales y europeos, el exministro de Economía del Gobierno de Evo Morales ganó en buena ley la elección presidencial realizada en Bolivia. Nadie impugnó la validez del proceso de votación, ni sus preliminares resultados. Ello incluye a quienes se oponen a las ideas y prácticas del Movimiento al Socialismo (MAS), cuyos dirigentes se apresuraron a reconocer la victoria de la fuerza que doce meses antes resultara desalojada del poder por una oscura disputa acerca de una votación donde estuvo en juego la polémica candidatura del expresidente cocalero. En la reciente contienda participó el 87% de las personas habilitadas.

La actual inercia boliviana parece extraña cuando se la compara con los modelos fraudulentos o extravagantes que emergieron en toda América desde comienzos del presente siglo. Se trata de un antecedente llamativo por su normalidad, ya que el nuevo líder es un economista de sólida trayectoria profesional, con un master de la Universidad de Warwick (considerada décima dentro del Reino Unido) caracterizado por la voluntad de restaurar el diálogo con todos los interlocutores que se avengan a tratar con respeto a las nuevas autoridades y al régimen del Movimiento al Socialismo (MAS).

Arce es, al mismo tiempo, un cuadro que conoce en detalle tanto los aciertos y errores de la fuerza política a la que pertenece, lo que incluye a los méritos y falencias del mentor de ese movimiento, algo que no le impidió aclarar que se propone alcanzar dos objetivos de cierta envergadura para el mandato que ganó. Imponer su propio sello en las futuras decisiones oficiales y encontrar el modo de reducir el tamaño y el voltaje de la grieta política. El Presidente electo empezó por demostrar sagacidad al captar el 20% de los votos del padrón nacional identificados como indecisos por las consultoras de opinión pública, un apetecible paquete de lo que hoy se califica “como el voto oculto”, cuyo volumen se nutrió de la gente que no suele contarle a los analistas sus verdaderas preferencias políticas. Para decirlo de una vez, Arce tiene la fisonomía y el olfato de un caudillo en ciernes con vocación de introducir nuevas reglas en el juego político. Se propone generar un “nuevo MAS”. Los hechos dirán si ello es o no viable.

Antes de la elección el clima político no permitía asegurar la posibilidad de que existiera un candidato capaz de ganar en primera vuelta. A despecho de tales pronósticos, el MAS triunfó, de acuerdo a fidedignas informaciones preliminares, con más del 55,1% de los votos, un resultado que concluyó de golpe el proceso electoral.

El escenario político de Bolivia también venía polarizado agudamente desde la forzosa renuncia de Morales, en la que tuvieron un papel la ONU y una mediación de la Iglesia Católica. El ex Presidente reside actualmente en nuestro país en condición de refugiado quien, al redactar esta nota, había viajado a Caracas para dialogar con Nicolás Maduro y presuntamente retornar esta semana a Buenos Aires. Este singular dirigente campesino llegó a la Presidencia en 2006 catapultado por su rol en el sindicalismo. Fue el primer ciudadano de origen indígena en alcanzar tal magistratura.

Una vez en el Gobierno, Morales llevó adelante una amplia transformación del Estado y de la economía, la que se expandió a una tasa del 4,5% de anual hasta 2018. Durante su mandato nacionalizó la extracción de gas y petróleo, una medida que contó con el respaldo de la mayoría propia del MAS en ambas cámaras del Congreso, lo que no produjo gran trauma al amparo de los altos precios de la energía que rigiera en una parte sustantiva del período bajo análisis. Ese mismo fenómeno aconteció en la Venezuela democrática conducida por dirigentes de distinto tejido ético como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez. Los petrodólares ejercieron una venenosa influencia en los gobiernos que siguieron a los dos primeros presidentes de ese ciclo de la democracia.

El programa social de Evo se basó en la transformación de materias primas y la distribución de ingresos. Tales enfoques pusieron el acento en la idea de reconocer la diversidad cultural y ayudar activamente a los indígenas (41% de la población boliviana), a los campesinos y a los trabajadores, con lo que puso distancia de las elites políticas tradicionales “y blancas” de ese país. Su primera elección coincidió con un giro a la izquierda o al populismo de algunos gobiernos regionales, hecho que le dio un inesperado protagonismo internacional.

El nuevo Presidente electo tiene 57 años, se crió en la estructura del Banco Central y luego fungió como sobrio Ministro de Economía de Evo desde 2006 en todos sus mandatos, salvo un paréntesis de dos años en que debió suspender su actividad por razones médicas. Arce fue la opción que eligió Evo Morales para conducir el retorno de su Partido al poder (él mismo no pudo presentarse como candidato por una decisión del Congreso), en una campaña que acentuó la necesidad de hacer frente a la crisis y reconquistar la estabilidad social, alterada en forma complementaria por la pandemia global. Bolivia espera concluir el año 2020 con una contracción económica no inferior al 6%.

El desempeño de Arce como ministro también contó con el viento de cola de los precios de las materias primas que rigieran durante la pasada coyuntura internacional que acabó a fines de 2014. Esos productos determinantes en el desarrollo boliviano, suelen proveer sus mayores ingresos de exportación (en particular el gas natural que ese país mediterráneo vende a Argentina y Brasil). Morales eligió a ese pragmático economista por la importancia de su gestión sobre la política interna, así como para consolidar, al mismo tiempo, el voto de los sectores rurales y recuperar el de los centros urbanos populares, donde se cuestionan las ventajas económicas diferenciales que se destinaran a los campesinos. Los objetivos anunciados por Arce se basan en la idea de recuperar la democracia, reconstruir la economía y devolver la estabilidad al país.

La fórmula ganadora se completa con David Choquehuanca, un excanciller y líder indígena del Altiplano, que representa a otra de las líneas del MAS, compuesta por organizaciones obreras y campesinas, que interpretaron su salida del poder como el intento de consolidar la división racial del país. Este personaje es reconocido en las regiones aimaras y pretendió ser candidato presidencial, pero no contó con el respaldo de Evo, con quien tuvo sus diferencias en el pasado por su visible pretensión de sucederlo. El expresidente optó por una figura menos extrema, pero en los hechos no menos independiente, buscando asegurar un triunfo político que le permita abrir las puertas de su reivindicación. Sin embargo, Arce hasta ahora no dio idea de estar preparado para influir en forma directa para resolver los problemas legales del ex Presidente, otro tema que será resuelto por la evolución de los hechos.

Arce compitió en las elecciones contra el expresidente Carlos Mesa de la alianza “Comunidad Ciudadana”, una fuerza de centro derecha y Luis Fernando Camacho, empresario y líder de ultraderecha, ambos de Santa Cruz, que es la segunda región por el número de votantes y donde el centro neurálgico de la oposición al MAS (cuya fuerza está concentrada en La Paz y Cochabamba). Estos candidatos no lograron organizar un frente único ni un programa electoral efectivo que trascendiera a su región, un error garrafal dentro de una elección totalmente polarizada donde la meta era terminar o al menos esmerilar el legado político de Morales.

Ahora, el gran interrogante es si esta elección implicó o no el fin de la hegemonía de Evo quien, después de 14 años de mandato presidencial intentó continuar en el candelero con mañas de dudosa legalidad. A pesar del referendo que se realizara en 2016, cuyo resultado determinó la imposibilidad de crearle una reelección adicional, el ex Presidente logró un discutible fallo del Tribunal Constitucional que lo llevó a competir por un cuarto término en las elecciones del 20 de octubre de 2019, a fin de seguir en su puesto en el ciclo 2020/25.

El escrutinio de esa votación dio lugar a varios incidentes e interrupciones al efectuarse el conteo rápido de votos, cuya reanudación introdujo la sensación de favorecer, sospechosamente, a Evo Morales. Este resultado originó graves disturbios en La Paz y otras ciudades, donde se registraron decenas de muertes violentas. Paralelamente, dieron lugar a distintas acusaciones de fraude electoral, una visión que fue avalada por un informe de la OEA.

Ante esa realidad, Morales optó por renunciar el 10 de noviembre de 2019. Por entonces la policía se negó a reprimir los disturbios populares por sugerencia de las fuerzas armadas. Esa confusión provocó diversas reacciones. Mientras la izquierda habló de un supuesto golpe de Estado de la derecha, las grandes mayorías de entonces no aceptaron que se perpetuara el caudillismo electoral del ex Presidente, quien a la postre terminó marginado por dichos acontecimientos. Pero la expulsión de Morales no implicó el fin del proyecto político del MAS, ya que la vocación estatista, nacionalista y de defensa de la igualdad racial retuvo su popularidad.

Tras la salida de Morales, la senadora derechista Jeanine Áñez fue elegida como Presidente interina, desde donde anunció el propósito de convocar a nuevas elecciones. Su nombramiento recibió la confirmación del Tribunal Constitucional y aceptado por el ala parlamentaria del MAS. El nuevo gobierno no fue reconocido por la Casa Rosada.

Con posterioridad Áñez, con el respaldo de Juntos, se convirtió en candidata de una fuerza anti populista. Durante su gestión persiguió judicialmente a opositores, reprimió a la gente del MAS, fue incapaz de poner en marcha acciones efectivas contra la pandemia e incurrió en hechos de corrupción. Sus actos concluyeron el pasado 19 de septiembre, cuando optó por renunciar a tan efímero intento electoral.

En estas horas, el gran interrogante es si el Presidente electo se subordinará o no a la voluntad de Morales, dejando que éste permanezca como el poder real de la política boliviana o, si como dijo, va a liderar una nueva visión del MAS destinada a restaurar la vida democrática del país. Esto último es lo que dio a entender en sus primeras declaraciones.

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