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Estados Unidos se propone globalizar la receta mexicana

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13 octubre de 2020

Por Jorge Riaboi  Diplomático y periodista

Para sorpresa de muchos, la clase política de Estados Unidos comenzó a repensar los enfoques y medidas que en los últimos veinticinco años redujeron su influencia en la creación de disciplinas y standards globales sobre política comercial, ambiental y climática (algo que ciertos insolentes clasificamos, según su contenido, como necesarias reglas de juego u otra faceta del proteccionismo regulatorio). Estos dirigentes reconocen que el indiscriminado torpedeo al multilateralismo, al igual que la lluvia de guerritas comerciales que hizo estallar Donald Trump, sólo generaron grandes conflictos con China, el resto del Asia, sus aliados del Atlántico Norte y con los pocos intereses de América Latina que parecen importar en Washington. Ninguno de estos escarceos permite vaticinar el rápido o total desmantelamiento del actual enjambre de estupidez y locura.

El humilde objetivo de esta columna es reflejar el creciente enamoramiento de republicanos y demócratas con la “receta mexicana” empleada para renegociar el NAFTA (hoy el USMCA o T-MEC), un enfoque que, en apariencia, Washington desea empujar en la Organización Mundial de Comercio (OMC) y en sus futuros acuerdos regionales de integración. La nueva doctrina consiste en llamar comercio justo a la noción de bajar a dedo las obligaciones de los países desarrollados y aumentar los aportes de ciertas “opulentas naciones” en vías de desarrollo que no quieren reconocer su real capacidad de competir como sucede con China, Singapur y Corea del Sur.

Que Trump es un carísimo charlatán, lo demuestra el saldo deficitario del comercio estadounidense de agosto pasado, que llegó a US$ 83.900 millones en el caso de los bienes y a US$ 67.100 millones para los bienes y servicios. Y si bien es la peor cifra registrada desde 2006, lógicamente influida por la contracción mundial que provocó la pandemia del Covid-19, el sentido de los datos no es muy diferente a la estable tendencia deficitaria de toda su gestión presidencial (ver mi columna anterior).

Según la OMC, los números del comercio global de este año serán menos malos que los previstos hace unos meses (que eran de -12 a -32%), puesto que ahora se aguarda una contracción “de sólo” 9,1% en el comercio mundial de 2020 y una expansión del 7,2% en 2021.

De todos modos, el currículum mercantilista de la actual gestión de la Casa Blanca evidencia un genuino “desastre” ya que: a) el déficit de la balanza comercial no cambió de rumbo ni de cifras, y b) ese resultado indica que las bravatas mercantilistas se limitaron a reducir el nivel de comercio y a generar un vertiginoso aumento de precios en ciertos productos importados, cuyo nuevo valor está desatando una tangible inflación sectorial de costos.

El otro cuento de Donald para vincular el gigantesco déficit comercial de Estados Unidos a los mal negociados (“desastrosos”, según él) Acuerdos de Libre Comercio (ACL's), es totalmente falaz, por cuanto los principales saldos negativos del intercambio surgen de los vínculos con cinco países como China y Alemania, naciones con las que Estados Unidos no tiene ALC's y con México, país con el que acaba de poner en marcha las reglas del nuevo NAFTA.

Como sostengo desde que empezó esta trágica parodia, la receta mexicana (el acuerdo T-MEC o nuevo NAFTA) consta de 34 capítulos, de los que únicamente 7 y algunas yapas son las nociones relativamente novedosas. Por lo pronto, lo que en el antiguo NAFTA era una Carta de Intención (side-letter) en materia de standards laborales, hoy es parte sustantiva del texto principal.

La actualizada y didáctica rendición de cuentas acerca de cómo se habrán de aplicar esos standards mexicanos no se realizó ante la Organización Internacional del Trabajo (la OIT), ni ante los ex líderes que forman el Grupo Puebla o su alma gemela, el Presidente Alberto Fernández, sino en respuesta a uno de los frecuentes paneles que convoca el Wilson Center de Washington. Este ejercicio se desarrolló el pasado 29 de septiembre y fue coordinado por Anthony Wayne (exembajador en Argentina, Afganistán y México, además de exsecretario de Estado adjunto para Asuntos Económicos y Empresariales). Quienes hicieron las presentaciones virtuales fueron las Secretarias (Ministros) de Economía y de Trabajo, doctora Graciela Márquez Colín y licenciada Luisa María Alcalde Luján respectivamente. El interés de esa jornada reside en la sensible cláusula del T-MEC que obliga a contratar no menos del 40% del valor incorporado en las exportaciones de plantas automotrices que admiten pagar a sus trabajadores US$ 16 o más por hora para gozar de los beneficios del ACL. Esto sería gracioso si no fuera lamentable, porque debería compararse con el hecho de que Trump no quiso aceptar la propuesta de subir a US$ 15 la hora el salario mínimo de los trabajadores de Estados Unidos al debatir el tema con Joe Biden el pasado 7 de octubre.

Los otros capítulos nuevos del T-MEC que entusiasman a los citados referentes políticos, se vinculan con normas sobre Aduanas y Facilitación de Comercio; Anexos Sectoriales (sobre tratamiento específico a las sustancias químicas, cosméticos, tecnología informática y de comunicaciones, normas sobre eficiencia energética, dispositivos médicos y productos farmacéuticos); comercio digital; los antedichos standards laborales (donde tiene preeminencia la libertad de asociación); medio ambiente (Washington exige a terceros medidas que sirvan para igualar las condiciones y costos de localización de inversiones y de exportación); pymes; competitividad (que se refiere a la creación de un comité ad hoc destinado a garantizar la consulta y transparencia en materia de incentivos económicos); normas anticorrupción; buenas prácticas regulatorias (sobre las que Washington tiene mucho que aprender) y política macroeconómica (que es un largo verso donde el tema central se refiere a las devaluaciones competitivas). Gran parte de ese menú sobrevuela los debates de la OMC, el FMI, la OCDE y otros foros convencionales desde hace varios lustros.

Sería grave que el mundillo de los hacedores de política oficial y las organizaciones relevantes de nuestra sociedad civil no tomen en serio y a tiempo estas movidas, debido a que tales módulos habrán de inspirar gran parte de las próximas negociaciones en la OMC y en el armado de los Acuerdos Regionales que esgrimirán los negociadores de Washington.

Digo esto porque los enfoques ombligo-céntricos de los representantes de la Casa Blanca como los embajadores Robert Ligththizer, actual titular de la Oficina del Representante Comercial (USTR) con aspiraciones de perdurar en el puesto si gana Biden y el ex titular del cargo, embajador Michael (Mike) Froman, quien ejerció esa responsabilidad durante un período clave de la presidencia de Barack Obama, están bastante sincronizados. Ellos proponen lanzar una cruzada compuesta por gobiernos de pensamiento similar (like minded) como la Unión Europea (UE), Japón, Australia, Nueva Zelandia y Corea del Sur, para establecer la vieja idea de una OMC de dos velocidades, cuyos procedimientos evocan al GATT de 1979 (quizás inspirados en la letra del tango Volver). Suponen que tras el montaje del núcleo básico se acoplarán los restantes países.

Esa aspiración quedó en el aire tras el reciente diálogo de Froman (en la actualidad un encumbrado ejecutivo de Mastercard, grupo que obviamente tiene intereses centrales en mercados de alto impacto como China), al conversar con la gente del CSIS. Y si bien aclaró que no estaba trabajando ni expresaba los puntos de vista del candidato presidencial del Partido Demócrata al desplegar sus “ideas constructivas”, nunca se autoexcluyó del juego.

En su transcurso Froman describió la futura estructura del comercio global con el catecismo que anida en el USTR. Este planteo se compone, entre otras, de las siguientes piezas: a) la OMC debe reconstituir su Órgano de Apelación (OA) y éste concentrarse en auditar la legalidad de los informes que producen los paneles de esa Organización, no en legislar a mano alzada y por su cuenta; b) los miembros del (OA) deben ser chicos que no pretendan exportar su revolución; c) debemos volver a la etapa pre-OMC en términos de aceptar o rechazar los fallos, lo que mata la actual capacidad de aplicación o enforcement obligatorio de esa Organización (sería un error monumental que cualquier gobierno argentino respalde semejante idea); d) la OMC debe tener dos tiempos, uno para la “gente como uno” que quiere avanzar y dejar que el resto se sume si puede o lo desea realmente; e) eliminar la auto-elección y la perpetuidad del status de país en desarrollo (ese enfoque no sería malo si se ajusta a las ideas específicas que tengo sobre el tema), y f) eliminar la cláusula de Nación más Favorecida que contiene el Artículo I del GATT (lo cual es otra gigantesca burrada).

Para entender lo que están diciendo los lúcidos impulsores y referentes de estos criterios, sería muy agradable que comiencen por explicar por qué los proyectos de adhesión plurilateral y voluntaria de quienes vienen negociando el TISA (nuevo Acuerdo sobre servicios), el EGA (bienes ambientales) y la eliminación de los subsidios a la pesca no lograron terminar su tarea. ¿Estos muchachos tienen muchos problemas con el concepto de masa crítica que sirvió para impulsar el Acuerdo sobre Tecnología de la Información hoy en vigor?

Mientras la Cancillería y el resto del Gobierno están ocupadísimos en imponer la práctica del lenguaje inclusivo en todas las comunicaciones oficiales, el Gobierno de Brasil pierde el tiempo en aceitar sus vínculos comerciales con Estados Unidos.

Como fuera anticipado, los emisarios de Planalto quieren firmar con Washington, antes de fin de año, un miniacuerdo sobre Facilitación de Comercio (uno imagina que será OMC plus, porque ya hay un acuerdo multilateral sobre el tema); anticorrupción y buenas prácticas. Al igual que Domingo Cavallo, el “guedismo” cree que facilitar el acceso de las exportaciones de Estados Unidos a Brasil mejora la competitividad del país haya o no éxito en dar vuelta la persistente recesión económica. También se proponen intercambiar las primeras listas de acceso al mercado para un eventual ALC, proyecto que hasta el momento no goza de respaldo en el Partido Demócrata. Paralelamente se reunieron a nivel ministerial con la finalidad de reactivar el acuerdo suscripto en la época pre Bolsonaro en materia de cooperación económica e inversión. Eso sí, de lenguaje inclusivo no saben una papa.

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