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Una acotación necesaria al diagnóstico de Melconian

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26 octubre de 2020

Por Jorge Riaboi  Diplomático y periodista

Si bien la presentación que hizo Carlos Melconian bajo el título “Perspectiva económica ante un momento crítico” aportó uno de los más recientes y sólidos diagnósticos nacionales, la mayoría de sus fundamentos y explicaciones se concentraron en la idea de que las grandes y pendientes reformas estructurales deben estar respaldadas por un gran e inclusivo acuerdo de naturaleza sociopolítica, negociado caso por caso con las entidades globales o sectoriales representativas. El sostiene, con ideas parecidas a las que tenía in pectore Roberto Lavagna, que se necesita un serio compromiso colectivo para domar el presente tsunami monetario, fiscal y cambiario.

Tal enfoque no pareció definir, con equivalente detalle, claridad y fundamento, las acciones vinculadas con la inserción del país en el mundo, ni con todas las piezas que requiere el montaje de un escenario de real competitividad. Si mi lectura es cierta, tal sesgo debilita la posibilidad de generar las divisas no retornables (exportaciones) y confirma la nebulosa continuidad y seriedad con que solemos malentender nuestros compromisos con la integración y la globalización. La condición de abastecedor confiable no puede depender de los espasmos o los estados hepáticos del BCRA o de la ciega histeria política.

Soy un firme partidario y activista de la liberalización no chanta del comercio, aquella que empareja los tiempos de la propia apertura económica con la capacidad real de competir y cumplir. Hoy nadie sabe cuál es nuestra oferta exportable, cuál es el GPS para bajar los costos (aparte de las obviedades que se detallan más abajo) y de qué se trata o cómo debemos lidiar con el proteccionismo regulatorio. Da pena o bronca ver la ignorancia que prevalece tanto en el ámbito oficial como en las organizaciones de la sociedad civil. También da inquietud ver el desenganche que hay entre nuestras necesidades económicas y los meandros de la incompetencia política.

Imaginar que el elixir mágico para curar todas nuestras enfermedades económicas se esconde en el Banco Central y que el presupuesto requiere, como dice Juan Carlos de Pablo, un Cayetano Licciardo, es una positiva nostalgia que comparto, pero a la vez una lamentable utopía.

Hoy el oficio de ganar divisas supone, además de cordura política en todos los niveles, entender que el mundo seguirá girando con o sin Argentina. La mayoría de los restantes copropietarios del planeta, que también la llevan fea con la pandemia, no intentan castigar fiscalmente a los poseedores de cerebro o iniciativa, ni consideran normal el jueguito de tomar de prepo los jardines o casas del planeta.

La mayoría de la comunidad global no le rinde pleitesía a delirios como el neomercantilismo o las guerras comerciales que evocan la crisis del '30 como los disparados a principios de 2018 por la Casa Blanca. El despelote laboral tampoco genera empleos en nuevas tecnologías o en explotaciones primarias de cualquier naturaleza.

Todo ese paquete nos induce a creer que una economía agobiada por recurrentes crisis de balanza de pagos, no puede darse el lujo de colocar en lista de espera a la gestión destinada a remover los obstáculos que impiden alcanzar un adecuado nivel de competitividad o las acciones concebidas para dar seguimiento a nuestra inserción global, por más que hoy Argentina tiene margen cercano a cero para adquirir compromisos o cumplir los existentes.

Entender lo que es el proteccionismo regulatorio europeo, implica dar un intenso paseo por los debates y medidas que se incluyen, pero no se restringen a sus normas sanitarias y fitosanitarias; las técnicas de calidad; los standards ambientales, climáticos y laborales; las reglas sobre bienestar animal; los objetivos del Pacto Verde, el “Programa del Productor al Tenedor” (que, de aplicarse, servirá para sustituir abastecimientos de Estados Unidos, Brasil y Argentina por una novedosa e ineficiente producción local de sustancias proteicas, lo que incluye a la soja y otros commodities; esta belleza podría quedar amparada por la nueva PAC); la aplicación del nuevo concepto de “autonomía estratégica” si subsiste la idea de Phil Hogan; las regulaciones autónomas sobre los cambios en el uso indirecto de la tierra en los mercados extranjeros de exportación como el Mercosur; las regulaciones e ideas que circulan sobre producción y comercio de Organismos Genéticamente Modificados; los nuevos enfoques contractuales sobre desertificación amazónica y otras selvas; la pugna por resucitar “la soberanía alimentaria” y otra legislación afín y sin fin.

La inserción en el mundo tampoco puede sustentarse en acciones carentes de racionalidad e intereses objetivos. Ello no permite tomar muy en serio a los actores regionales que justifican la apertura unilateral como el costo de prepararse para competir sin importar si estamos o no listos para jugar entre iguales con los socios externos. A las empresas que desaparecen por los subsidios tácitos a la importación, les resulta muy difícil competir y a las empresas que no compiten les resulta muy tentador ignorar a sus competidores y consumidores.

Los modelos que el país suele tomar como referencia celestial vienen de las capitales del proteccionismo regulatorio (Bruselas y Estrasburgo); de la economía socialista de mercado que aplica China, experta en manipular su oferta exportadora (como su manejo financiero y la administración de la oferta de minerales o tierras raras) y su “importación dedocrática”; o las reacciones hepáticas como las de Donald Trump, quien confunde la economía digital con economía digitada (ver mis columnas sobre el nuevo Nafta).

Yo no veo necesidad de revisar la parte bien desarrollada del diagnóstico Melconian, cuyos textos y disertaciones tradicionales explican, con la claridad de una tomografía computada, los problemas y desafíos fiscales, previsionales, monetarios, cambiarios, de precios (absolutos y relativos, lo que incluye el precio de la mano de obra cuando uno lo mira como factor de competitividad), las causas y evolución de los niveles de desocupación; los niveles de pobreza y el amor por el subdesarrollo que siente una parte de la clase política nacional.

El jueves 22 el octubre, dos días después de la charla del aludido economista, el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington (CSIS), comentó un proyecto de mapeo que emprenderán especialistas de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y un grupo de naciones asiáticas para analizar en detalle los efectos de los graves conflictos sino-estadounidenses. Se trata de un ejercicio ajeno a la especulación teórica o improvisada. Hace unos cuatro años que la tríada oficial de Washington, Bruselas y Tokio discute, hasta ahora sin éxito, el mejor modo de serenar y coexistir con las burlas competitivas del gobierno de Xi Jinping, el que en estas horas parece evaluar soluciones aplicadas por la Europa extremista de la post-crisis de 1930 (la Europa de la Alemania del Fürher; ver mi columna anterior).

Esos movimientos conviven con las acciones concebidas por Washington y Pekín para manipular, con enfoque mercantilista y dedocrático, el saldo deficitario de la cuenta corriente de bienes y servicios que Estados Unidos tiene con la potencia asiática (sólo en bienes ese saldo se ubica en unos US$ 345.000 millones anuales aún en un escenario de pleno decrecimiento del intercambio, el que se realiza en el contexto de reglas de comercio no preferencial).

El mapeo del CSIS tendrá un capítulo sobre la seguridad nacional (que incluye la guerra tecno-cibernética y la inteligencia artificial) y sendos análisis separados de la política económica y la política comercial, más el sensible temita de los derechos humanos.

En paralelo, los miembros del Nuevo NAFTA (hoy llamado USMCA o T-MEC, donde cohabitan México, Estados Unidos y Canadá), se disponen a trabajar en la ciberseguridad y la inteligencia artificial (la Unión Europa acaba de aprobar reglas específicas sobre ésa última actividad). Sería una grata sorpresa encontrar equipos argentinos adiestrados para una discusión seria sobre políticas globales y locales para gobernar esos temas.

Ningún elemento de esa realidad es ajeno a los intereses de Brasil y Argentina, cuyas exportaciones compiten en el mercado chino con las de América del Norte o de oferentes asiáticos que son de interés geoestratégico para Pekín y Europa. China le acaba de ganar a Washington un panel en la OMC destinado a neutralizar los aumentos unilaterales, ilegales y arbitrarios de los aranceles de importación dispuestos por la Casa Blanca.

Si logramos recordar que tanto Brasil como Argentina tienen en China a su principal destino de exportación y aspiran a ganar mercado en la fortaleza llamada América del Norte, ninguna parte de ese temario es inocua para sus intereses. El problema es que las reglas del nuevo NAFTA sólo permiten gozar de los beneficios preferenciales del Acuerdo a los Miembros que pueden demostrar, entre muchas otras cosas, un creciente nivel de integración regional y local mínimo, al terminar el período de implementación, del 75% y 40% respectivamente, una doctrina que se opone frontalmente a la prédica celestial del Ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, quien sugiere licuar los candados del Arancel Externo Común del Mercosur y abrirse, con o sin reciprocidad y negociar a la libre con cualquiera que tenga enfrente (lo que suele calificarse de gran burrada entre las personas que se dedican a negociar con profesionalismo, algo que acaba de constatarse con el miniacuerdo Brasil-Estados Unidos; ver mis columnas y la  que publicó días atrás Politi en el Financial Times).

En paralelo, los miembros del nuevo ALC del NAFTA deben respetar standards sanitarios, técnicos, laborales y ambientales que Estados Unidos exige para desalentar la relocalización de sus inversiones nacionales y alisar a pulso la competencia regional (sugiero leer en detalle el nuevo NAFTA, que está en la red).

Melconian y su gente saben que el volumen y diversidad de las exportaciones dependen de lo que se pueda hacer en el país y de cómo perforar los impedimentos de un mundo que hoy es poco amigable hacia la competencia extranjera. Lo que quizás le convenga recordar es que Argentina carece de una fidedigna hoja de ruta con el inventario pormenorizado de los factores de costo que perturban la competitividad nacional, sobre lo que solía haber algún material elaborado por la Cámara de Exportadores (un enfoque que se acopla a la receta standard de bajar los impuestos y las cargas previsionales, mejorar o crear la financiación del comercio exterior, una actividad que está sujeta a las reglas internacionales que se negocian y acuerdan en el grupo informal conocido como The Participants, cuya labor recibe la asistencia técnica de la Secretaría de la OCDE).

Discutir la competitividad sin propuestas orientadas a bajar sustancialmente los costos del transporte, a simplificar los procedimientos portuarios, aeroportuarios y aduaneros, las comunicaciones, la oferta energética y a cumplir prolijamente nuestras obligaciones multilaterales sobre facilitación de comercio, sólo implica un inmerecido homenaje al onanismo. Ningún especialista subestima la necesidad de generar un cuadro de flexibilidad laboral y de sanear o corregir los irresponsables disparates previsionales, pero el camino no está asfaltado con ideas técnicas realmente viables y justas (puedo estar desactualizado en la materia).

En los hechos, el centro neurálgico de este debate obliga a poner atención a la realidad europea, cuya dirigencia se apresta a suscribir con la China de Xi un Acuerdo de Libre Comercio e Inversión y a renegociar el borrador de Acuerdo UE-Mercosur. Confieso que ignoro el secreto que permitirá a Bruselas hacer que Pekín cumpla su palabra, una conducta que no se vio en el tratamiento del Convenio sobre sobre Hong Kong que suscribió con el Reino Unido, ni con muchas de las disposiciones incluidas en los protocolos de accesión a la OMC (en cuya redacción tuve participación directa hasta cierto período) o en el marco de sus obligaciones sobre transparencia en el ámbito de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Tampoco percibo cómo el mero orden monetario y fiscal nos dará línea para conducir la reapertura y renegociación  del Acuerdo birregional UE-Mercosur que está por plantear Bruselas, ya que en el pasado reciente le dimos el sí a un indigno mamarracho de insustanciales concesiones de acceso a los mercados y a una síntesis, por fortuna no muy actualizada, de los manuales del proteccionismo regulatorio.

Al concluir la pasada semana también estaba por nacer, con amplio retraso, la Política Agrícola Común de la UE 2021/27 (PAC en castellano o CAP en inglés), la que contiene los insumos regulatorios anteriores y mucho más.  ¿Todavía creemos que aplicar esas reglas unilaterales sobre el comercio birregional, sin entenderlas ni hacer algo por cuestionarlas en los foros relevantes, implica ser parte del mundo? Tras más de un cuarto de siglo dedicado a dar batalla a favor de la liberalización racional del comercio, y en especial el comercio agrícola, hoy tampoco sé dónde está parada o si está parada nuestra querida Argentina.

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