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Algo? va a suceder

El pensamiento dominante es la apertura y la desindustrialización como racionalidad. Es el primer disenso a disipar. El consenso a construir es el proyecto productivo hacia dónde vamos. Es la herramienta para diseñar la macroeconomía de los equilibrios en busca del desarrollo.

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Carlos Leyba 09 octubre de 2020

Por Carlos Leyba

Un cuento de Gabriel García Márquez describe cómo se materializa aquello que empieza siendo un murmullo y que se agiganta porque nadie, con alguna autoridad, despeja.

Entonces el camino del murmullo, sin barreras que lo contenga, se va confirmando. Sobre todo si la mayoría de quienes conforman el “sentido común” sufren de “sesgo de confirmación” y “pensamiento de grupo” y convergen en el murmullo que torna en robusto rumor.

En el cuento, una compra a la defensiva, una mala bola de billar, un pájaro posándose de manera poco frecuente y la continuidad del calor agobiante, hacen que el rumor, leído en vena de presagio, se convierta en un temor extraordinario.

En estos días, Argentina, la que puede preocuparse por algo que está más allá de las vituallas cotidianas, está en suspenso a la espera que, como en el cuento, “algo grave va a suceder” y comienza a actuar de un modo que, sin imaginar y sin querer, materializará las consecuencias que se querrían evitar.

Fuga de ahorros, abandono definitivo del país, la promoción indiciaria de ambos hechos, es al igual que en el cuento una caravana imaginaria en partida por goteo que imagina, estando lejos o aún dentro, que en el lugar que habitamos se cumpla la profecía murmurada.

Para García Márquez el pueblo se convierte en puras llamas.

En nuestra historia, un país secándose de energías, sin duda, será materia combustible. ¿Lo querremos evitar?

El cuento lo protagonizan personas del pueblo llano. No hay liderazgos. Nadie responsable para despejar vacilaciones y echar la claridad necesaria para evitar la pesadilla de la catástrofe.

Radiografía del rumor. Pero también una lección de aquello que podría y debería evitar la pesadilla: el liderazgo de mostrar las cosas como realmente pueden ser.

No hablamos del presente o de cómo las cosas son. Esa no es la cuestión.

Hablamos de cómo las cosas habrán de ser, “lo que va a suceder”. Ese predicado sólo tiene sentido si el liderazgo es capaz de argumentar, con autoridad y convicción, qué es lo que estamos haciendo y qué haremos para apuntalar el por venir.

El liderazgo, la autoridad, es donde radica la responsabilidad de mirar más lejos, despejar el murmullo, desnudar el rumor. Mostrar la acción.

En la Argentina el liderazgo, la autoridad, están debilitadas, desleídas, ausentes y pareciera que, lejos de desnudar el rumor y desandar su réplica, lo agitan con patéticas contradicciones. A cada rato.

Esa ausencia es lo muy grave que nos pasa; lo que nos aproxima a las perversas profecías auto cumplidas.

¿A qué nos abandona la falta de liderazgo después de 46 años de decadencia (números irrefutables), de la última década de estancamiento y de crecimiento de la pobreza y la incertidumbre?

Nos abandona al pasado que nos condiciona. Ni una sola voz despeja el futuro. En su lugar se instala la crítica por lo que hicieron o por lo que hacen. El insulto agazapado llena el pan de cada día. Es penoso. Las voces del Gobierno y de la oposición desaniman.

¿Cómo no va a avanzar el rumor paralizante que “algo va a suceder” si ocultamos el futuro trayendo, en cada esquina, un pedazo del pasado que, en sí mismo, es lo pésimo que nos sucedió?

Este clima clausura la posibilidad de cualquier reflexión sobre cómo salir de este infierno de estancamiento y pobreza, en el que estamos viviendo la pandemia.

La comparación sobre como otros sufren los males que la pandemia causa realmente carece de importancia. Se trata de lo nuestro y, en todo caso, mal de muchos consuelo de tontos.

Peter C. Wason demostró que las personas tienden a alimentarse de información que confirme sus creencias. Ese ese sesgo nos induce a no mirar objetivamente.

El análisis tiende a confirmar lo que previamente imaginábamos y mantenernos en un área de confort para no contradecirnos. Viste, ¿no te dije?

Y si agregamos que existe el “pensamiento de grupo”, estudiado por I. Janis, que consiste en la resistencia natural de muchas personas a no apartarse del pensamiento dominante del grupo al que se pertenece, entonces, en ausencia de liderazgos esclarecedores, las situaciones del tipo “algo malo va a pasar” generan las estampidas de las profecías autocumplidas o, en otros casos, decisiones que han sido catastróficas.

Hay ejemplos históricos en las que muchos de los que participaron en una discusión pensaban lo contrario a lo que finalmente se decidió. Y si se hubieran mantenido en la posición propia habrían evitado una catástrofe. Predominó el pensamiento de grupo y las cosas salieron mal.

En los últimos 46 años nuestro valor agregado, por habitante y por año, no ha crecido. No hemos generado capacidad de bienestar colectivo. La mitad de los niños hoy están apagando su futuro, y el de todos, ahogados en la pobreza y sus consecuencias. La explicación dominante padece de sesgo y pensamiento de grupo.

Y además estamos sufriendo la pandemia de un modo que no imaginábamos posible.

Por todo eso sólo hay un reclamo urgente: por favor, quienes tienen el deber de despejar el murmullo que nos aprisiona, piensen, propongan y encaminen el futuro. No es tan difícil. Es cierto, hemos perdido la costumbre.

El empobrecimiento de la sociedad clausura la vocación de futuro.

Nadie puede ser líder si no anuncia el futuro. Eso es el liderazgo. Pero el liderazgo se materializa en la afirmación contundente “lo vamos a hacer”. “Vamos” es “colectivo” y es “ahora”.

“El futuro no es lo que va a venir, sino lo que nosotros vamos a hacer” (Henri Bergson).

Un plan, ideas artículadas capaces de cambiar el presente, para abandonar el pasado con un “nosostros incluyente”. Proscribiendo el “ellos”. Terminar con el discurso deslegitimante del “otro”.

Los últimos discursos oficiales, donde está la mayor responsabilidad, son “deslegitimantes”. Pero tambión lo son las voces de la oposición. En ambos casos no son todos. Pero los colores fuertes ensombrecen.

Política, sindicalismo, empresariado, organizaciones sociales, se han subdividido y multiplicado y debilitado, material y conceptualmente. Lo han hecho al ritmo de los datos sociales que anuncian la aceleración de la decadencia.

Se agravan los problemas, se multiplica el número de tribus, pero al mismo tiempo las tribus, cada una de ellas, carece de liderazgo convocante: estamos viviendo un proceso de cariocinesis en el que los liderazgos son estigmatizantes y no convocantes, lo que no es liderazgo productivo.

Crece la heterogeneidad y con ella disminuye la capacidad de representación.

“Sería injusto negar que la responsabilidad de algunos es mayor que la de otros, pero, unos más y otros menos, entre todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero. Como en las tragedias del teatro griego clásico, todos saben lo que va a ocurrir, todos dicen no querer que ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que pretende evitar” (advertencia del ex senador y ex candidato presidencial democrata cristiano, el brillante Radomiro Tomic, ante la inminencia de la tragedia chilena de 1973, citado por José Miguel Amiune, y tomado de una carta de aquellos años del gran escritor y pensador Albino Gómez).

Estamos bien lejos de una tragedia como la que vivimos a partir de la Dictadura Genocida. Pero hay otras tragedias que debemos evitar.

La política económica, el conocimiento de esa disciplina, la experiencia calificada en ese campo, son elementos centrales que deban integrar cualquier vía de salida de los males mayores que debemos evitar. Pero no hay ninguna “ciencia” que nos exima de la solución política, la que no tiene otra definición posible que el consenso de largo plazo.

¿Qué consenso? ¿Qué estructura económica de país queremos preservar, construir, desarrollar? Parece obvio, pero no lo es.

Hay un enorme disenso en este campo, entre los economistas y entre los sectores económicos y sociales.

De un lado, los que más poder económico han acumulado en las décadas de la decadencia: la nueva oligarquia de los concesionarios de viejos bienes y servicios públicos. Ellos y muchos economistas, confluyen en la doctrina del necesario fin de la industrialización. Unos son traductores tardíos de una propuesta de organización del mundo, que hoy está en extinción. Los otros intereses económicos, los de una nueva oligarquía basada en la barrera natural que impide que la competencia externa. Ambos abogan por una economía abierta de dólar bajo, unos para poder exportar utilidades con los dólares del sector primario y otros predicando textos vencidos hace veinte años.

El resultado es esta economía en que el 80% de los empleos son del sector servicios, que no produce bienes transables que equilibren el déficit industrial y que ha generado la deuda externa y la pobreza que son verso y anverso de la misma moneda.

Otras voces sostenemos la necesidad imperiosa de recuperar un tejido industrial que elimine la condena del déficit estructural que nos lleva del estancamiento a la deuda externa; y de la deuda externa al estancamiento. Economía estructurada para la deuda externa.

En este campo hay muchos economistas, muchos empresarios nacionales, sectores del trabajo y de la política.

El pensamiento hoy dominante es el de la apertura y la desindustrialización como racionalidad.

Ese es el primer disenso que hay que disipar.

El consenso que hay que construir es el proyecto productivo hacia dónde vamos. Es la herramienta para diseñar la macroeconomía de los equilibrios fundamentales en busca del desarrollo.

El debate basado exclusivamente en el reestablecimiento de los equilibrios fundamentales de la macroeconomía, que ignore la definición del rumbo de la construcción de un proyecto productivo, es aceptar el dominio de lo inmediato, de lo mensurable diariamente, en lugar de consolidar las bases de un consenso que articule la política y la estructura económica del futuro.

La estructura económica actual no es la base necesaria para los equilibrios a los que aspiramos porque es el origen de todos los desequilibrios.

Ir de la macro al modelo de desarrollo es ir al revés y eso es desandar el futuro y entonces algo malo va a suceder.

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