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Zarpazo a fondos de CABA frena rebelión policial, pero alienta reclamos y rivalidades

El presidente tomó como propio un problema de la provincia. Y no encontró otro medio que un manotazo a los fondos de la ciudad. Entre el fondo y la forma, burló a los sectores de Juntos por el Cambio más negociadores.

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Oscar Muiño 14 septiembre de 2020

Por Oscar Muiño

Los conocedores aseguran que el desmadre arrancó con los miles de policías inexpertos incorporados a la Bonaerense por Daniel Scioli. Afirman que fueron alrededor de cuarenta y cinco mil agentes con adiestramiento mínimo. Propuesta de Alejandro Granados, ministro de Seguridad. Era una idea multipropósito: un guiño a los intendentes que recibirían efectivos extra para patrullar sus calles y un gesto de aceptación del reclamo ciudadano por seguridad, apenas antes de la campaña presidencial que enfrentaría a Scioli con Mauricio Macri.

Concebido a los apurones, el ingreso de semejante número de agentes con poco entrenamiento tenía riesgos. Era previsible que muchos entraran a la fuerza como una simple opción laboral, la fuente de trabajo seguro. Sin contar la falta de evaluación concienzuda sobre los aspirantes. Las pocas semanas de entrenamiento no alcanzaron para que muchos de ellos sintieran el espíritu de cuerpo que suelen exhibir las policías. Un mes y medio y a la calle. El resto de los policías encontraron un nombre para la invasión de esos hombres y mujeres inexpertos: “los pitufos”.

Al duplicar la fuerza policial -y llevarla a 95.000 hombres- el escuálido presupuesto terminó de reventar. Consecuencia: los salarios se deterioraron y el material dura más allá de toda razonabilidad. Las tradicionales cadenas de mando se aflojaron.

A Scioli no le alcanzó para saltar a la presidencia. Su sucesora María Eugenia Vidal, hizo lo suyo. Los bonaerenses aseguran que les prometió igualdad salarial con la policía porteña. No ocurrió.

Los policías de provincia sacaron su conclusión: nadie cumple. Así que hay que apretar. Pero no desde las alturas, como es habitual en los cuerpos uniformados. Sino desde abajo: el método de sus vecinos, obreros o piqueteros. O peor aún. Con bombo, tambor, y redoblante, la fuerza de seguridad exhibía los rostros morenos, los hábitos gastados, la tristeza tan parecida a los de otros millones de compatriotas con necesidades insatisfechas.

Los policías bonaerenses exhiben dos caras.

Por un lado los esforzados agentes del orden, con sueldos bajos y riesgos altos. Denuncian que sólo recibieron dos barbijos descartables y un frasco de alcohol en gel, pobre defensa ante un virus que circula y personas ?muchas- que no cumplen los requisitos de cuidado, en particular en el conurbano. Serían unos siete mil los policías contagiados. La pandemia hace doblete: los adicionales que completan ingresos eran, sobre todo, en partidos de fútbol, recitales, eventos varios. Todo eso dejó de funcionar en marzo. Sus ingresos se difuminan, y el magro sueldo es carcomido por las mutuales que cobran directamente de planilla.

Por otro lado, la Bonaerense Negra. La que acaso tenga complicidad con el asesinato de Facundo y el maltrato a su incansable mamá. Los negocios turbios, las sospechas sobre protección a la prostitución organizada, hasta los atracos de los piratas del asfalto. Y lo más grave: la vista gorda ?o peor aún- ante el tráfico de drogas.

Esas dos policías conviven. Una quiere mantener el delito, porque le conviene. La otra necesita que el Estado la organice, la proteja no sólo con dignas condiciones laborales, sino también extirpando las anchas franjas de ilegalidad que la manchan.

¿Y las jefaturas? Según expertos, ya los comisarios no despiertan la subordinación admirada de otros tiempos. Dicen que “los pitufos” tienen una mirada diversa a la tradicional para reconocer la cadena de mandos en organizaciones verticales y estructuradas. No se vio oficiales superiores ni jefes de calle en la movilización de protesta.

Lo que viene

Sin respuestas ante la Bonaerense rebelde, Axel Kicillof parecía más cómodo en los pliegues de los espacios de clase media ilustrada de la capital que en los inhóspitos callejones de la Tercera Sección Electoral que le garantizaron la victoria. Está descubriendo que los modales del conurbano empobrecido ?donde reclutan las policías distritales- tiene reglas que no se aprenden ni en las agrupaciones estudiantiles, ni en la progresía académica ni en los espíritus sensibles de la porteñidad. Hasta ahora, Kiciloff parece fuera de tono, sin terminar de entender cómo funcionan las cosas ?especialmente, aquellas que meten miedo- en los descampados donde convergen necesidades materiales, vacíos espirituales y ausencia de Estado. Sergio Berni esgrime arengas antes que resultados. Olvidando la máxima del General (“mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”) parece concentrado en una futura campaña partidaria. ¿Cómo fue posible que no tuviera señales tempranas de la protesta policial? Las primeras víctimas políticas de la rebeldía policial son el gobernador de Buenos Aires y su ministro de Seguridad.

El movimiento policial tuvo éxito inmediato. ¿Habrá contagio? ¿Qué pasará con los profesionales de la salud, que están arriesgando la vida por salarios muy humildes? ¿Y el resto del sector público? ¿Cómo leerán el mensaje los actores sociales, desde sindicatos de industria y comercio hasta empresarios en problemas? ¿Qué pasará con las policías provinciales?

“Hay que hacer como la Bonaerense. Presionar. Fijate como el gobierno aceptó en seguida y consiguió la plata para pagar”. El mensaje no sólo se da entre los trabajadores formales. Empieza a despuntar en organizaciones sociales cuya ilusión en el Gobierno Nacional va decayendo.

En un marco donde la privación y la necesidad crecen, el mensaje es que la presión rinde frutos. Cuanto más dañina, mayor probabilidad de éxito en el menor tiempo. El que no llora no mama.

La oposición

El presidente tomó como propio un problema de la provincia. Y no encontró otro medio que un manotazo a los fondos de la ciudad. Entre el fondo y la forma, burló a los sectores de Juntos por el Cambio más negociadores. Lo hizo sin avisar y con líderes opositores alrededor, que ignoraban la decisión de transferir dinero de la ciudad. El distanciamiento con la oposición mejor dispuesta al diálogo.

Ahora, gobernadores e intendentes de Juntos por el Cambio discuten si volver a las próximas convocatorias. Podrán exigir conocer previamente el temario presidencial. El presidente de la República está arriesgando definitivamente el acompañamiento de sectores opositores. Peor aún: al denostar a Buenos Aires, retoma una de las viejas grietas argentinas: capital vs. interior.

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