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Una “vieja” estrategia industrial para un “nuevo” mundo pospandemia

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25 septiembre de 2020

Por Carolina Castro (*) y Pilar Toyos (**)

El distanciamiento en el mundo empezó bastante antes de que llegara la pandemia. La desconfianza mutua, empujada por una disputa de fondo entre las potencias globales, ya había estancado al comercio y a la inversión.

El impacto de las nuevas pautas de comportamiento social en los negocios y la economía en el mediano plazo es todavía difícil de mensurar, pero acelerarán cambios globales que ya estaban en marcha.

La desconfianza no era casual sino causal. Lo que subyace a la merma de los intercambios globales es una disputa de fondo sobre qué, cómo, quién y dónde se diseñan y se producen los bienes y servicios que consume el planeta. La guerra comercial entre Estados Unidos y China es la punta del iceberg de una tensión que tiene poco que ver con lo mercantil y mucho con el conocimiento.

La innovación tecnológica de la última década inició una revolución que fusiona el mundo físico con el digital, desencadenando una transformación estructural de los procesos productivos y los modelos de negocios. Además, había iniciado un proceso de relocalización de las cadenas globales de valor, con una afluencia de las inversiones cerca de los grandes centros de consumo y un nuevo momentum para las políticas de defensa de la producción nacional.

En Argentina, la pandemia se instaló sobre un escenario de suma fragilidad económica, acentuando la recesión. En el plazo inmediato será importante atender a los principales canales de trasmisión de la crisis, como la caída en la demanda interna y externa, la consecuente merma en la producción local y la atención a aquellos sectores de la sociedad que más se han perjudicado por las medidas de confinamiento. Sin embargo, a mediano plazo, será imprescindible contar con un plan de adaptación al nuevo mundo pospandemia, que exige un cambio en la estrategia productiva, comercial y política de nuestro país.

El estancamiento económico argentino de los últimos años nos obliga a repensar qué estrategia económica llevar adelante. La decisión debería partir del diagnóstico sobre cuáles son las trabas que han frenado el desarrollo desde hace más de 40 años. Desde luego, la evaluación no podría obviar la realidad de una economía que ha crecido tan solo 11 puntos en términos de ingreso per cápita, que ha duplicado la pobreza y en la que la desigualdad (característica que no suele fluctuar en gran medida en una sociedad) también ha crecido unos 6 puntos.

Los países desarrollados han impulsado una fuerte estrategia de promoción industrial en la última década. La norma ha sido implementar programas de auspicio a la Industria 4.0, promoviendo la adopción y creación de tecnología en la producción con mecanismos de incentivos, como el aumento en la inversión en I+D, beneficios fiscales y fomento a las exportaciones con alto valor agregado. Desde el America's First, el Industrie 4.0 alemán, el Made in China 2025, incluso el Make in India, al menos 24 países están implementando políticas de promoción a sus ecosistemas de innovación nacionales, fortaleciendo las redes de ciencia y tecnología aplicadas y construyendo la asociación de los sectores público, privado y científico. Lejos de cerrar la economía, su fin ha sido dar competitividad a la producción de sus manufacturas y no quedar atrás en la carrera tecnológica.

En un contexto en donde la cuarta revolución tecnológica transforma los procesos productivos de otros países aceleradamente, es inocente pensar a la política industrial como algo del pasado: no hay nada viejo en la política industrial. Emprender el mismo camino, aunque adaptado a nuestra realidad nacional, definirá nuestro lugar en el siglo XXI.

No podemos obviar que en nuestra realidad abundan las restricciones en comparación con aquellos países, desde la pesada presión tributaria hasta el escaso desarrollo del sistema financiero. Hay una restricción especialmente dañina, que tristemente no termina de ser identificada por todos los sectores dirigenciales como un cuello de botella a nuestro desarrollo: las recurrentes crisis de balances de pagos.

Los países avanzados entendieron hace tiempo cómo solucionar el problema de raíz, impulsando la especialización dinámica de sus economías. Su estrategia ha sido ágil y práctica, haciendo uso de sus capacidades innatas, pero nunca obviando que la agregación de valor es la clave para resguardarse de las fluctuaciones violentas de un mundo global. El equivalente a esa estrategia en Argentina sería entender (y actuar en consecuencia) que las divisas generadas por nuestros recursos naturales no bastan para abastecer las necesidades económicas y financieras de un mercado interno de 45 millones de habitantes.

Nuestro país ha adquirido grandes activos en estos tiempos de crisis y confinamiento: anticipación, unidad, consenso y respeto. Esas capacidades que demostramos pueden ser un insumo clave para impulsar un plan productivo exitoso.

Es necesario anticipar que el mundo tal como lo conocíamos no volverá a ser el mismo y concordar un diagnóstico común. La vuelta a un comercio plenamente libre y multilateral, grandes flujos de inversión extranjera que entren en países emergentes como la Argentina, o mismo una demanda sostenida y alta de nuestras materias primas que dé viento en cola a los precios de los commodities es poco plausible.

También es clave la unidad y el respeto para impulsar consensos que arriben a políticas públicas de retorno a la producción y el crecimiento. La política industrial del siglo XXI requiere mejorar la productividad de nuestras pymes, promover sectores con potencial exportador, empleador y/o innovador, y ampliar la red de cooperación público-privada para desarrollar y adoptar más tecnología en toda la industria.

Este camino de mediano plazo solo podrá transitarse una vez que la reactivación económica provea de un marco macroeconómico más estable, con una recuperación de la demanda interna. Dada esa condición, nada será más urgente que acordar qué partido debemos jugar y delinear nuestro plan de juego.

(*) Integrante del Comité Ejecutivo de la Unión Industrial Argentina

(**) Economista de la Universidad de Buenos Aires y Maestranda en Economía por la Universidad de La Plata

Este artículo fue publicado originalmente en el libro "Pospandemia: 53 políticas para el mundo que viene" del Centro de Evaluación de Políticas basadas en Evidencia (CEPE) de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT)

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