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Tensiones propias de una “Guerra Fría” (parte I)

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16 septiembre de 2020

Por Eduardo R. Ablin Embajador

La integración de la República Popular China (RPC) al mundo en los años '70, acorde al esquema Nixon-Kissinger, presumía que el contacto internacional, incluyendo la integración a las instituciones multilaterales, generarían progresivamente una democratización del régimen político de la RPC. Dicha premisa liberalizadora imaginada por los planificadores de Estados Unidos no ha logrado verificarse hasta hoy, aunque desde la apertura posterior al maoísmo -bajo el liderazgo de Deng Xiao Ping y sus continuadores- la RPC logró atraer vastas inversiones, desarrollando un eficiente sector productivo hasta constituirse en la factoría del mundo.

Más aún, la remarcable tasa de crecimiento de su economía le permitió -desde su accesión en 2001 a la Organización Mundial del Comercio (OMC)- convertirse en el primer exportador mundial, iniciando hace una década una reorientación de su modelo de crecimiento sustentado en el comercio internacional para intentar sostener su demanda a partir de la tracción del consumo doméstico, impulsado por la salida de más de 300 millones de campesinos de la pobreza junto a la expansión de una clase media urbana caracterizada por crecientes ingresos.

Lo que no resultaba imaginable bajo el modelo concebido para China en el sistema mundial era que la RPC pudiera en cuatro décadas aspirar a desafiar a EE.UU. en el plano económico, tecnológico e incluso militar, poniendo a prueba la hegemonía global de su contrincante. En este sentido, cabe recordar que mientras en 1990 la economía de la RPC equivalía al 6% de la de EE.UU., al presente alcanza al 63% de la de su rival -según cálculos convencionales- aunque su PBI per cápita en torno de U$S 10.000 (2019) todavía no supera la sexta parte de los U$S 65.000 registrados en EE.UU.

Sin embargo, desde la llegada al poder del Presidente Xi Jinping en 2013 la RPC dejó traslucir una serie de políticas que exponen a China como presunto desafiante del poder hegemónico de la primera potencia mundial, con el claro objetivo de sustituirla en tal posición a mediano plazo. En efecto, en la era de Xi -convertido en el líder del Partido Comunista Chino (PCC) que ha concentrado mayor poder desde Mao Zedong- se observa una revaluación de la estrategia exterior china y su correlato económico-militar, cuyo calendario en la búsqueda del predominio mundial parece haberse acelerado.

Dicho proceso se ha visto confrontado con la actitud belicosa del presidente Donald Trump desde el inicio de su gestión en 2017, generándose un cúmulo de desavenencias en la relación que amenazan la economía y el comercio internacionales, introduciendo incluso incertidumbre respecto de potenciales derrames hacia el campo de la seguridad y la paz mundiales. En efecto, bajo la influencia de algunos de sus asesores más belicosos, la Administración Trump (AT) ha asumido que “China constituye el mayor riesgo existencial de la historia de EE.UU.”, conllevando un desafío global a su hegemonía mundial. Dicha premisa convirtió a la competencia con la RPC en objetivo prioritario de seguridad nacional, reflejándose al presente en un consenso bipartidario en el Congreso de EE.UU. (evidenciado en una serie de votaciones unánimes de normativa restrictiva o crítica hacia la RPC) dirigida a “contener” su expansión en múltiples campos, lo que permite presumir que la política de freno a China no se alteraría demasiado en caso de un recambio partidario en las elecciones venideras de noviembre, más allá de presumibles modificaciones de estilo y expresión. Al respecto, un estudio del Pew Research Center señala que 47% de los estadounidenses expresaban rechazo hacia las políticas del país asiático previo a la llegada de Xi, promedio que ha ascendido al 66% en 2018, incluyendo 62% de simpatizantes del Partido Demócrata.

Así, por primera vez desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial un proyecto autoritario distinto del meramente militar que caracterizaba a la URSS desafía al sistema internacional liderado por EE.UU.. Sus instrumentos incorporan mecanismos de expansión tales como la iniciativa denominada “Un cinturón, un camino” (“One belt, one road” -OBOR-) programa lanzado en 2013 por valor de U$S 1 billón, a través del cual la RPC pretende financiar proyectos de infraestructura -centrados en el ámbito del transporte- y contando al presente con más de 80 participantes a nivel mundial, de manera de ganar aliados en torno a dicho programa. A tal efecto China ha otorgado créditos por cerca de U$S 350.000 millones a diversos países, la mitad de los cuales se consideran deudores de alto riesgo, incluyendo el financiamiento de más 1900 proyectos por valor próximo a U$S 150.000 millones sólo durante 2019.

En dicho sentido, más allá de las provocaciones mutuas por parte de ambos contendientes, no cabe duda que se registra un vasto inventario de controversias -un breve listado de las cuales se enumera a continuación- que se extienden desde el plano comercial hasta la puja por la primacía en el dominio de las “nuevas tecnologías”, incluyendo aquellas de naturaleza “dual”, evidenciando así un indudable desafío chino al poderío mundial de EE.UU.

En efecto, la actual agenda bilateral entre las dos mayores potencias económicas mundiales se aglutinan en torno a los siguientes polos conflictivos.

-Guerra comercial que afecta la totalidad del comercio bilateral (U$S 550.000 millones en ambos sentidos en 2019), objeto de medidas punitorias -arancelarias y otras- aplicadas mutuamente a partir de criterios retaliatorios simétricos, administrados en forma unilateral y fuera del ámbito multilateral provisto por la Organización Mundial del Comercio (OMC), bajo alegaciones vinculadas a la seguridad, aspecto de difusa dilucidación en el ámbito de la “solución de diferencias” de los acuerdos vigentes. Por su parte, el inicio, en 2017, de la AT en EE.UU. trajo consigo una reconsideración de la política comercial del país desde una perspectiva mercantilista centrada en una intensa presión para reducir los significativos déficits comerciales bilaterales de larga data sostenidos con aliados y competidores, ubicando a la RPC en el eje de esta batalla. En efecto, en su primer año de mandato, la AT pudo constatar que el déficit comercial con la RPC ascendía a U$S 375.000 millones, la mitad del desbalance total del intercambio de EE.UU., el cual sólo pudo reducirse a U$S 345.000 millones en 2019, no obstante el abanico de medidas adoptadas contra las importaciones de origen chino.

-Clara competencia por la primacía en el dominio de las denominadas nuevas tecnologías, motivo de crecientes intervenciones regulatorias por parte de ambos contendientes vinculadas con la apropiación y transferencia de conocimientos, eventual bloqueo al aprovisionamiento de insumos, e introducción de regímenes de inversión sujetos a autorización para las adquisiciones de empresas destacadas por sus tecnologías de avanzada.

-Guerra tecnológica estrechamente asociada a la rivalidad descripta, apuntando a empresas específicas, cuyas restricciones en ambos países se atribuyen siempre a motivos de seguridad. Así, firmas icónicas chinas en materia de telecomunicaciones -como ZTE y Huawei- han sido objeto de graves acusaciones adjudicándoles responder a presuntas directivas de las autoridades chinas, dando lugar a sanciones comerciales que les impiden aprovisionarse en EE.UU. de componentes -tales como semiconductores- imprescindibles para su producción. Igualmente, redes sociales de origen chino como Tik Tok y We Chat son forzadas a abandonar el mercado de EE.UU. bajo argumentaciones de seguridad y apelando a bases de reciprocidad, ya que en la RPC no pueden operar Google ni Facebook.

-Incidente diplomático originado como resultado de sospechas en torno a prestaciones ocultas de los equipos de telecomunicaciones de Huawei, que llevaron a la AT a disponer en julio pasado el cierre del consulado de la RPC en Houston, medida que fue respondida simétricamente por China al demandar la clausura del Consulado de EE.UU. en Chengdu.

-Cancelación de visas en septiembre a 1.000 estudiantes chinos en universidades de EE.UU., imputándoles actividades de espionaje.

-Guerra financiera dirigida a dificultar el acceso al capital de empresas chinas en los mercados accionarios de EE.UU., aún cuando los fondos  mayormente recaudados por las firmas cotizantes de la RPC provienen de inversores internacionales. Así, algunas firmas podrían desplazar su operativa bursátil a otros mercados relevantes -clásicamente Hong Kong (HK)- aunque los acontecimientos en dicha Región Autónoma desde julio pasado probablemente hayan introducido incertidumbre respecto de dicha alternativa.

-Cumplimiento de normas de auditoría en los mercados accionarios de EE.UU., cuyas autoridades apuntan a bloquear la incorporación de empresas chinas ante la falta de transparencia de los mecanismos aplicados por las mismas respecto de la normativa practicada con carácter general por el panel de firmas registradas, lo que ha dado lugar a fraudes en perjuicio de los inversores, tales como el de la conocida cadena de cafeterías Luckin Coffee.

-Desacople (“decoupling”) económico promovido luego de 40 años de creciente integración económica bilateral, como corolario de una revaluación de la relación bilateral por parte de EE.UU. que prioriza sus intereses estratégicos y geopolíticos por sobre los comerciales, con el propósito de reducir la dependencia económica bilateral de la RPC, que tornaría vulnerables a diversos sectores. Así, el desacople apunta al desmantelamiento programado de las cadenas de aprovisionamiento organizadas en torno de las inversiones concretadas en China a lo largo de décadas de progresiva globalización, para su eventual recreación en países “aliados” cada vez más competitivos como Vietnam e India. Este accionar de EE.UU. ha conllevado mayor tensión en la relación, al considerarse que décadas de cooperación estratégica han concluido y confirmando que una nueva era -aún difusa- de competencia se ha iniciado, involucrando múltiples desavenencias en contradicción con los objetivos del modelo de planificación de postguerra concebido para reducir los riesgos de que controversias comerciales pudieran escalar hacia conflictos políticos o militares, cuyo impacto sobre la seguridad internacional en un sentido global resulta difícil vislumbrar. Sin embargo, aún bajo el impacto del Covid-19, las empresas de EE.UU. han anunciado inversiones en nuevos proyectos en la RPC por valor de U$S 2.300 millones durante el primer trimestre de 2020, apenas por debajo de igual período de 2019. De esta forma su tendencia a invertir activamente en la RPC parece continuar, habiendo pasado de U$S 13.000 millones en 2018 a U$S 14.000 millones en 2019, habiendo acumulado asimismo desde 1990 inversiones originadas en 1.300 empresas de los EE.UU. por valor total de U$S 228.000 millones. Ello no obsta al eventual abandono de algunas firmas del mercado chino, motivadas por el creciente nivel de salarios locales que impulsa el desplazamiento de inversores hacia otros países de la región. En cualquier caso, cabe imaginar que aquellas firmas ya radicadas en la RPC -beneficiadas por el crecimiento de su mercado interno- muy probablemente se inclinen por permanecer allí, al menos a mediano plazo. Al respecto, más allá del intenso debate en torno del futuro de las cadenas de aprovisionamiento bilaterales una encuesta de la Cámara de Comercio de los EE.UU. señalaba en abril de 2020 que más del 80% de las empresas consultadas no consideraban por el momento la relocalización de sus plantas productivas, aunque no cabe descartar que el freno a la actividad económica impuesto por el Covid-19 reduzca la inversión externa en general.

-Controles a inversiones chinas en EE.UU. evidencian, por el contrario, un inequívoco desacople, en tanto después de haber alcanzado un pico de U$S 46.500 millones en 2016 se contrajeron a sólo U$S 4.800 millones en 2019, como resultado del creciente contralor ejercido por la nueva normativa asignada al Committee on Foreign Investment in the United States (CFIUS).

-El desacople podría resultar tal vez más gravoso para la RPC desde una perspectiva comercial, en tanto sus exportaciones todavía representan 17,5% de su PIB (2019), al mismo tiempo que la eventual pérdida de acceso a componentes tecnológicos originarios de EE.UU. -e imprescindibles para el desarrollo innovativo chino- tornará su avance tecnológico más dificultoso.

-El desacople afectaría, asimismo, cadenas de abastecimiento de bienes de bajo precio en EE.UU., con los que los consumidores cuentan desde hace años, como muestra el ejemplo de Walmart -cadena doméstica más grande de supermercados con 5.000 puntos de venta- que importaba anualmente desde RPC 800.000 containers (20 pies) de productos no alimenticios hasta el inicio de la guerra comercial, los cuales han sufrido inevitablemente un aumento de precios resultante de los aranceles punitorios aplicados a los mismos. Por su parte los consumidores chinos no se verían necesariamente afectados por precios más elevados, ya que las retaliaciones aplicadas afectan sólo al 70% de sus adquisiciones totales desde EE.UU.

La segunda parte de la columna se publicará mañana.

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