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A pesar de las reestructuraciones, los negocios deben continuar

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18 septiembre de 2020

Por Mariano Vila Socio y Director General de Llorente Y Cuenca

 Cuando iniciamos este año, seguramente teníamos pensado o, al menos, esperábamos otro destino para nuestro país. El mandato presidencial con el cual fue votado Alberto Fernández era reactivar la economía. Nada de eso sucedió, ni antes de la pandemia ni luego de las consecuencias disruptivas a escala global que ésta provocó y de las que Argentina no está exenta.

A la caída del PIB, que alcanzó al 4,8% en el primer trimestre, le sobrevino la declaración del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) que causó, causa y causará estragos en la economía. Se estima que la contracción del PIB se acercó a 20% en el segundo trimestre, el doble de lo sucedido en EE.UU., por citar sólo un ejemplo.

Las empresas, que ya enfrentaban un panorama complicado con la recesión de los últimos años, debieron hacer frente a una situación inédita: cierre total de operaciones para las actividades “no esenciales”, abruptas caídas de demanda para muchas de las “esenciales” y la prohibición de despedir (que se sumó a la preexistente doble indemnización). Con algunos paliativos otorgados por el Gobierno, entre los que se destaca el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) que paga parte de los salarios y reduce los aportes al Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), la economía va de mal en peor.

El cocktail es, sin duda, explosivo. La Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME) cuenta de a miles los negocios que han bajado sus persianas y que difícilmente vuelvan a levantarlas. Ahora bien, ¿qué pasa con los sobrevivientes? Lo que sufren las compañías en escenarios como estos es de manual: pierden rentabilidad, liquidez y solvencia, a la vez que acumulan deudas de topo tipo que, incluso luego de grandes esfuerzos, se convierten en imposibles de honrar en los términos y condiciones pactados originalmente. Esto es perfectamente comprobable con sólo ver lo acontecido en el Hemisferio Norte que, en esta materia, podemos considerar nuestro “diario del lunes”.

Se impone una reestructuración

En este marco, además de analizar la posibilidad de vender activos no estratégicos para mejorar liquidez, revisar estructura o modelos operacionales, redefinir los modelos de negocio y eventualmente hacer un rightsizing de la compañía, para muchos no queda otro camino que el de comenzar a negociar con los acreedores comerciales y financieros y, al mismo tiempo, aprovechar los diferentes planes de facilidades de pago que ofrecen los distintos fiscos para las deudas tributarias, sociales y previsionales. Ahora tenemos que sumar nuevos escenarios tras las medidas del BCRA, que obligará a renegociar condiciones de amortizaciones y vencimientos de más de US$ 906.229.353 millones para una veintena de empresas.

La gestión puede encararse de diversas formas: negociación individual con los acreedores comerciales y financieros, tratativas para lograr un préstamo sindicado con los acreedores financieros que los aglutine bajo la conducción de uno de ellos que acepte liderarlo, Acuerdo Preventivo Extrajudicial (APE), presentación en Concurso de Acreedores.  El camino que se elija dependerá de la situación particular de la empresa en cuestión.

En cualquiera de estas alternativas y procesos, la comunicación es fundamental. Es de vital importancia cuidar la calidad de los activos: el prestigio de las marcas, la confiabilidad de los productos y servicios, el talento, los clientes, la imagen institucional, la cadena de suministros, la licencia social para operar, la reputación y la relación con los diversos stakeholders. Hay que lograr que todos ellos (personal de la empresa, clientes, acreedores, reguladores, accionistas, el mercado, dirigentes políticos, sindicalistas y medios de comunicación) trabajen en conjunto con la compañía para obtener de cualquiera de esos procesos, el mejor resultado posible. En la comunicación, tiene que quedar muy claro que el objetivo primordial de todo lo que se hace es preservar la continuidad del negocio en las mejores condiciones posibles, dentro de un contexto que era complicado y ahora lo será aún más.

Lograr que ese objetivo esté en conocimiento de todos los actores es de suma importancia para poder alinear las acciones. En la habilidad de los negociadores de la empresa estará en lograr un acuerdo en el cual todos ceden inicialmente para recuperar luego con la empresa en marcha. Si no hay acuerdo, hay quiebra y pierden todos. Pero el proceso no es fácil. Siempre hay trascendidos, filtraciones, operaciones.

Numerosas cuestiones se ventilan en estas negociaciones: ventas de activos no estratégicos, venta de alguna línea de negocios, cierre de alguna operación, reducciones de costos, precios, acuerdos que no llegan a un buen término, etcétera. Con una comunicación defectuosa, una disposición de un activo no estratégico, que puede ser muy importante para aportar capital de trabajo, se confunde con “vaciamiento”. En estos días hay sobrados ejemplos de esto.

Transparencia, confianza y buena voluntad, visión de futuro y agilidad-flexibilidad. Sin estas aptitudes, es imposible lograr tener una comunicación que garantice buenos resultados en un proceso tan complejo como son las reestructuraciones. Porque la crisis pasará, y los negocios deben continuar.

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