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Un nuevo mapa del equilibrio geopolítico en el Medio Oriente

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Atilio Molteni 24 agosto de 2020

Por Atilio Molteni Embajador

Como derivación de las propuestas y gestiones de Estados Unidos, los gobiernos de los Emiratos Arabes Unidos (EAU) e Israel anunciaron su voluntad de adoptar un acuerdo de reconocimiento mutuo que posibilitará la normalización de sus relaciones diplomáticas. Tan significativo progreso fue anunciado el 13 de agosto en el Twitter del Presidente Donald Trump, quién reveló que la compleja y prolongada negociación concluirá en las próximas semanas.

A renglón seguido, un Comunicado Conjunto emitido por las tres naciones destaca, entre otros conceptos, que “?este histórico avance promoverá la paz en el Medio Oriente y es testimonio de una diplomacia audaz. También refleja la visión de los tres líderes y el coraje de los EAU e Israel, cuyos gobiernos delinearon un nuevo camino para desbloquear el gran potencial de la región”. En adición a ello, Israel suspenderá la declaración de soberanía sobre las áreas de la Margen Occidental del Río Jordán, una de las posibles consecuencias del plan Trump. Los EAU engloban a una federación de siete emiratos.

Los más importantes son Abu Dhabi, donde se hallan la capital y la producción de petróleo, y Dubai, que es un gran centro financiero, comercial y de servicios. Ese conjunto es gobernado por integrantes de la tribu al-Qawasim, quienes fueron dependientes del Reino Unido hasta 1968. Una vez cortado ese lazo, en 1971, adoptaron su organización actual.

Desde 2004 los EAU tiene como presidente de facto a Muhammad bin Zayed, quien ambiciona una política regional independiente y moderada. Su gobierno es bastante eficiente y maneja con solvencia la aplicación de las normas del derecho y la lucha contra la corrupción. Su gestión da prominencia a la lucha contra el terrorismo y su oposición a los Hermanos Musulmanes, tendencia que lo enfrentó con Turquía e Irán.

Los EAU están estratégicamente localizados sobre el Golfo Pérsico y el de Omán, cuentan con una población de 10 millones de personas, de los que sólo el 11% es natural del país y sunita (y contingentes extranjeros que en 23% son de origen iraní-chiitas, más 50% que procede del Sudeste Asiático).

La Federación produce alrededor de 2,8 millones de barriles diarios de petróleo, registra un PIB de US$ 696.000 millones anuales (conforme a la metodología de PPP), y su per cápita alcanza a US$ 68.600, lo que supone un nivel muy elevado. Al igual que otros países petroleros, los Emiratos se vieron afectados por la drástica fluctuación de los precios de la energía. No obstante ello su economía les permitió crear el mayor fondo soberano del mundo, cuyo valor actual supera los US$ 600.000 millones.

Sus fuerzas armadas son eficaces y una de las mejor entrenadas del Golfo. Esta calificación fue probada en la lucha contra Estado Islámico, en Libia y en la Guerra Civil de Yemen contra los huties. Sin embargo, la mayor parte de sus tropas se redujo durante 2019. Los EAU tienen un acuerdo de cooperación militar muy amplio con Estados Unidos, pues las unidades enviadas por Washington utilizan sus puertos y aeropuertos, y cuenta con 3.500 militares basados en esa Federación, la que también es un importante comprador de armamentos.

Aunque hace tiempo que estaba en gestión, el momento del anuncio tripartito sorprendió a muchos. Sobre todo a raíz de que Israel y las monarquías del Golfo, en especial EAU, Bahréin y Arabia Saudita fueron incrementando sus contactos informales a través de los años. Dichos actores suelen compartir cierta información en el campo de la inteligencia y en otras áreas altamente sensibles.

Ejemplo de esos contactos, es que el 26 de octubre del año pasado Netanyahu visitó al Sultán Qaboos de Omán en Muscat, en su primer viaje al Golfo en veinte años de Primer Ministro. Eso es particularmente curioso dado el permanente diálogo de los EAU con Irán. La federación actuó en repetidas ocasiones como mediador, inclusive al registrarse los desarrollos que hicieron posible alcanzar, en 2015, el Acuerdo Nuclear con Teherán, mientras su gobierno permanece neutral en la guerra civil que afecta a Yemen.

De esta manera los EAU será el tercer Estado árabe en normalizar sus relaciones con Israel uniéndose a Egipto (1977) durante el Gobierno del Primer Ministro Begin y Jordania (1994) cuando en Tel-Aviv lideraba Yitzak Rabin.

Estos casos son diferentes pues se trata de países limítrofes que tienen el interés compartido de evitar o superar repetidos conflictos armados, con los que el Estado judío sólo logró aquello que los analistas llaman “una paz fría”, no acompañada por un cambio de actitud de sus pueblos. Este nuevo desarrollo trifásico surge de un cambio de la dinámica regional, donde los Estados sunitas ven a Irán como una amenaza mayor que la originada en Israel, por la extensión de su poder desde Teherán hasta el Líbano, el desarrollo de su capacidad nuclear y misilística y la reducción del interés estadounidense en esa región. Ahora los EAU no parecen dispuestos a condicionar sus relaciones a la solución del problema palestino, que es un objetivo que el Primer Ministro israelí buscó desde hace más de 10 años, durante los que ganó confiabilidad por su acción contra los iraníes en Siria, mediante ataques militares contra la transferencia de armas al Hezbolá y otros actos cibernéticos contra sus instalaciones nucleares.

Existe entre los nuevos signatarios una convergencia de intereses geopolíticos, como la conveniencia de los EAU de vincularse con los desarrollos israelíes en las nuevas tecnologías y las oportunidades de expandir el comercio. Sin embargo, no está claro si tal iniciativa habrá de ser imitada por otros Estados árabes, por razones que se vinculan con la situación interna de cada uno de ellos o por sus preferencias regionales.

Los líderes estadounidenses que precedieron a Trump en la Casa Blanca buscaron, con distinta intensidad, mejorar o remediar los vínculos entre Israel y la Administración Palestina (AP), en “el marco del proceso de paz”. En cambio, el actual inquilino de la Oficina Oval inclinó la balanza en favor de Israel, pues en diciembre de 2017 reconoció a Jerusalén como su capital, reubicó su Embajada en esa ciudad, redujo la ayuda a los palestinos, y cerró la representación de la OLP en Washington. Al mismo tiempo las aspiraciones palestinas fueron perdiendo vigencia por los enfrentamientos entre Fatah y Hamas que afectaron la capacidad de negociación del presidente Abbas de la AP, mientras la amenaza de lucha armada se fue desvaneciendo.

Trump propuso una especie de transacción inmobiliaria: Israel recibiría Jerusalén y el 30% de los territorios disputados y los palestinos una compensación financiera. Los países del Golfo participaron el 25 y 26 de junio de 2019 en la conferencia realizada en Manama, Bahréin, cuyo objetivo fue organizar este componente económico, como paso previo al “acuerdo del siglo” que concibió el jefe de la Casa Blanca. Su desarrollo estuvo a cargo de su yerno, Jared Kushner, quien vio la luz ante un auditorio que incluyó a un amplio grupo de representantes del país anfitrión y de Egipto, Arabia Saudita, Jordania, EAU, así como de otras personalidades internacionales y hombres de negocios.

La idea núcleo del plan estadounidense consiste en facilitar, por un decenio, inversiones regionales por más de US$ 50.000 millones a través de diversos esquemas financieros (que incluyen un apoyo sustancial de los países del Golfo) con el propósito de duplicar el PIB de los palestinos, crear un millón de puestos de trabajo, reducir el desempleo y el porcentaje de personas que están por debajo de la línea de pobreza.

En Ramallah, la AP se opuso y boicoteó tenazmente este plan, alegando que sólo servía para impedir una solución política al conflicto, ofreciendo prosperidad a cambio de garantizar la convivencia con Israel y un persistente estado de cautiverio nacional.

No obstante, en enero Trump presentó el “Plan Paz para la Prosperidad”, con un contenido muy favorable a Israel y con una serie de obligaciones para que los palestinos puedan alcanzar a su propio Estado en un territorio reducido. La AP lo rechazó de plano. No obstante los reparos internacionales, en Israel comenzó entonces un debate acerca de cuánto se debía anexar de los territorios destinados en los Acuerdos de Oslo a los palestinos. Paralelamente, se anunció que el 1° de julio el Gabinete ministerial decidiría la aplicación de sus leyes a algunos de los territorios disputados.

Sin embargo, la propuesta efectiva del Primer Ministro se demoró por razones internas y externas. Las primeras, relacionadas con la pandemia, la crisis económica, discrepancias en el Gobierno de coalición y con los colonos. Las provocadas por el cuadro global, surgieron al ver que la Casa Blanca dejaba de dar prioridad al Plan ante la cercanía de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre y otros hechos compulsivos. El nuevo acuerdo con los EAU le permite a Netanyahu detenerse en la implementación de la anexión de jure de esos territorios, enfoque que, en otras circunstancias, habría generado múltiples problemas (mientras el control práctico del territorio prosigue con el desarrollo constante de los asentamientos) y de esa forma esperar al ganador de las elecciones de su principal aliado, pues el candidato demócrata Biden puede volver a la política equilibrada que desarrolló Obama. Por su parte, los EAU pueden argumentar que este Acuerdo impidió la anexión como contrapartida de la normalización diplomática y llevar adelante su oposición al Islam político promocionado por Irán y Turquía.

A su vez, Washington puede sostener que obtuvo una victoria diplomática, no otro de sus conocidos fracasos. Los únicos afectados de esta movida serán los palestinos, pues la decisión de los EAU rompe el consenso árabe mantenido hasta el presente en favor de la solución previa de sus reclamos como condición para aceptar la paz con Israel reflejada en la Iniciativa árabe de 2002, pero al menos se suspendió una acción que hubiese podido afectar la fórmula de la coexistencia entre dos Estados entre ellos y el Estado Judío.

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