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Todos saben que faltarán dólares y sobrarán pesos

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26 agosto de 2020

Por Guido Lorenzo Director Ejecutivo de LCG

Nuevamente, el país se empantanó en la cuestión del dólar. En medio de la recesión, caída de salario, achicamiento de la economía y demás, lo urgente ocupa la agenda. Sucede que nuevamente el país no puede resolver el problema del nivel del tipo de cambio. Esta cuestión no está aislada de los otros problemas de la economía, sino que es un síntoma que surge de lo ya mencionado.

La incertidumbre y la carga tributaria mataron al sector privado, y el sector público ya no puede hacer despegar a la economía debido a que no hay fuentes de financiamiento más que la emisión monetaria. Lo único que sabe el agente promedio de nuestro país es que en el presente y en el futuro van a faltar dólares y sobrar pesos.

Las expectativas son las de un tipo de cambio más alto y una inflación que se acelera. Intentar controlar estos síntomas con paliativos es tapar problemas estructurales. ¿Por qué Argentina no tiene dólares? Simple, porque no produce lo suficiente en relación a lo que desea consumir. Un problema que se instaló en la ideología del oficialismo y centra nuevamente la discusión de la restricción externa.

En el otro lado, se insiste en que la restricción externa es un invento heterodoxo, que el problema y el origen de los males es fiscal. Son dos caras de una misma moneda: el sector público es el que gasta internamente en exceso con el sector privado en recesión.

La economía está ahogada. Roberto Frenkel advertía que la economía de la posconvertibilidad era un auto con dos aceleradores y ningún freno. El sector público y el privado empujaban y la economía recuperó lo perdido para luego crecer durante menos de 5 años. Esto fue gracias a elevar el gasto en medio de una situación de tipo de cambio hipercompetitivo.

Con el sector público sin herramientas, hay que devolverle al sector privado algo de certidumbre y competitividad. La única forma de hacerlo es atacando de raíz el problema del tipo de cambio. El nivel del tipo de cambio oficial, una vez que se lo ajusta por presión tributaria, no es alto y el del contado con liquidación no es un nivel de overshooting. La insistencia en “amigarse con el cepo”, como sugirió Cecilia Todesca, es una declaración ideológica y un poco caprichosa.

Del otro lado, Federico Sturzenegger insiste en que la causalidad es inversa. La falta de dólares es el cepo en un mundo donde existe abundancia de capital. Es decir, poco se aprendió del pasado. Traer dólares nuevamente por la cuenta financiera es endeudamiento y es en parte su abuso el que nos condujo a la situación actual.

Los extremos a veces se tocan. Todesca y Sturzenegger no parecen comprender que el nivel del tipo de cambio es inadecuado para los fundamentos reales de la economía. La productividad de la economía no está acorde a un dólar de $75, sino que éste debería estar por encima, más aún para compensar, como se dijo, la elevada presión tributaria.

Los costos de devaluar son conocidos: pulverización del salario y dinámica inflacionaria que se acelera en esa tensión por tener un tipo de cambio real más alto. Sobre la segunda, no devaluar es retrasar un problema. La emisión excesiva actual tratando de acelerar la actividad con la pata fiscal llevará a inflación futura.

Sobre la cuestión del salario, estamos en el peor de los mundos. A la salida de la convertibilidad, el salario en dólares había caído 70%. En los últimos 3 años, medidos al contado con liquidación, se registra una caída similar. Ya hemos pagado el costo de la devaluación en el salario.

Si parte de los costos de la devaluación están siendo pagados y otros son inevitables, ¿por qué no aprovechar los beneficios del tipo de cambio alto? Es una cuestión que no es fácil de abordar. Devaluar y dejar a la economía operar con déficit fiscal no solucionaría nada, pero con un tipo de cambio alto se podría ir cediendo el lugar del gasto público a la iniciativa privada. El problema es que hay conflictos de temporalidad: la transición va a ser costosa económica y políticamente. Ningún gobierno en los últimos 10 años se ha animado a realizar esta corrección.

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