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Planes, ataduras y chamuyo

En una de sus peores crisis económicas de la Historia y ante los reclamos diversos de “un plan”, el Gobierno eligió el formato de medidas secuenciales para la ardua reconstrucción de la pospandemia. Puede funcionar, pero no va ser fácil. ¿Qué se necesita?

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Alejandro Radonjic 10 agosto de 2020

Por Alejandro Radonjic

Argentina atraviesa hoy una crisis económica muy profunda. Según algunas voces, es la peor de su Historia (y vaya si tuvo crisis?). Los indicadores de la economía real indican que lo peor ya habría pasado, es decir, la economía ya está rebotando, aunque tardará en recuperarse el nivel prepandemia (que ya era bajo de por sí). Pero queda, también, la salida del laberinto macroeconómico, es decir, el monetario y fiscal. Si eso se hace mal, impactará en lo real y Argentina seguirá en el peor de los mundos: una crisis productiva y una nominalidad a la buena de Dios.

El debate sobre cómo salir, a nivel de política económica, se instaló en un andarivel semántico también: el del plan. Entrevistado por Financial Times, el jefe de Estado dijo que “no cree” en los planes económicos. Tuvo otras preguntas similares de otros medios, y siempre dijo lo mismo. El debate semántico se exageró algo y se transformó en la siguiente lógica argumental: el Gobierno no tiene plan (que se replica en el campo sanitario); nada funciona sin un plan y, por ende, cada vez estaremos peor.

Tras el anuncio del canje, el ministro de Economía, Martín Guzmán, sugirió que los planes encorsetan y no permiten la agilidad que requieren los policy-makers en tiempos como estos. Un punto muy válido: ¿quién puede planificar en tiempos de pandemia? El mundo de hoy es no cartesiano. Se podrían haber mencionado todos los planes económicos de estabilización que fallaron en el pasado. A la vez, se podrían haber mencionado otros periodos “buenos” donde no había plan. Supuestamente.

En resumen, quienes esperan un plan con nombre, objetivos plurianuales, instrumentos designados, metas cuantitativas y demás, están pidiendo peras al olmo.

Pero, entonces, ¿cómo piensa el futuro el Presidente? ¿Cómo hará para que la recuperación se acelere y, al mismo tiempo, no quedar engullido por el laberinto macro y que eso descarrille el tenue rebote? Todo eso sin entrar en consideraciones políticas del impacto aguas adentro del Frente de Todos de las medidas que se tomen y las que no.

Alberto Fernández responde que tiene “objetivos” y un “rumbo”. Que sabe adónde quiere ir, pero no cree en los planes. “Creo en los objetivos que nos podemos fijar y trabajar para conseguirlos”, dijo ante el FT. Siempre sostiene que el Estado tiene un rol clave, y lo seguirá teniendo.

El debate seguramente continúe un tiempo más. La oposición amplia, algunas voces del sector productivo, una parte del mercado y el FMI (la discusión que se viene) pedirán un plan mientras el Gobierno seguirá con su tesitura, irá lanzando medidas por goteo y atendiendo las urgencias sociales que surjan porque el paso del Covid-19 por estas pampas se asemeja al de un terremoto. La realidad observada llevará agua para cada molino: si la cosa anda mejor de lo esperado, la estrategia del “no plan” ganará legitimidad, y viceversa.

Algunos actores privados, incluso que no son “del palo”, ven terreno fértil para acercar sus propios proyectos y el Gobierno escucha. El caso más resonante es el del Consejo Agroindustrial Argentino (CAA), la nueva voz del agro, que ya se reunión con el Presidente, la vice y medio Gabinete. Atento a la necesidad oficial de generar dólares, pusieron sobre la mesa un ambicioso plan de crecimiento sectorial.

Allí está la clave, obvia: que la situación vaya mejorando. Que su economía, con o sin plan, tenga delivery. Necesidad que irá creciendo a medida que nos embarquemos en un año electoral. ¿Tenían plan Cristina Kirchner en 2011? No, pero la votó el 54,11%. Ese trazo a futuro no se disocia del factor no económico que mueve el mundo hoy: el Covid-19. No es fácil hacer política económica sobre una economía que ya venía vapuleada y en medio de una pandemia.

Entonces, lo que viene, son medidas que se irán lanzando secuencialmente y probablemente haya cierta descoordinación e idas y vueltas, como Vicentin. El Gobierno dice que son 60 las medidas en carpeta. Si bien ha mostrado algunas cartas (las obvias: más gasto público), aún tiene otras bajo la manga.

¿Habrá alguna sorpresa “ortodoxa”? El fin de semana, Matías Kulfas abrió la puerta: sugirió que bajar las retenciones a las exportaciones y los aportes patronales “pueden estar en agenda”. Hay mesas sectoriales activadas en sectores clave, como el de la construcción. También habrá que dar pálidas, como la posible suba de naftas de 10%. Las tarifas, ante el riesgo de que la cuenta se subsidios se engrose aún más, serán otro tema. Lejos de la imagen del Estado inmóvil del no plan, estará hiperactivo.

La segunda palabra favorita del hoy empoderado Guzmán es la consistencia. La primera es sostenibilidad. La consistencia requiere que los objetivos múltiples convivan (aun tensionados) entre sí y que no alteren el rumbo. No queda del todo claro quien lidera y monitorea el equilibrio general. ¿Es Guzmán? ¿Es Kulfas? ¿La Jefatura de Gabinete? ¿El BCRA? ¿La influyente Mercedes Marcó del Pont desde AFIP? Es alentador el formato de Gabinete Económico (donde están todos los mencionados, y más) que lidera Santiago Cafiero con periodicidad semanal. Uno supone que allí se hablan de estos temas.

La nueva fase merecerá auscultar bien el mundo de hoy. El fin de semana, Guzmán mencionó la idea de “exporta más”. Es lógico porque es necesario: aun con el “deal” (un factor menos de presión sobre las reservas), un cepo fortísimo, sin cadetes en Miami (Melco dixit), los agrodólares en temporada alta y las importaciones por el piso (en la zona de US$ 3.000 mensuales), la caja en dólares de la economía está herida. La única verdad, diría Juan D. Perón, es la realidad: el BCRA no está comprando reservas.

¿Exportar más? ¿En serio? ¿Con el comercio global en un desplome bíblico, el mundo en “modo vendedor” y el “reshoring” productivo como tendencia de fondo? En julio, las exportaciones cayeron 8,6% y retroceden 11% en 2020. No parece haber mucho ahí. Otra opción, sugiere Ricardo Delgado (Analytica): Inversión Extranjera Directa en sectores estratégicos. Son dólares que entran al país también.

La vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca Bocco, sugirió una estrategia, más defensiva. Estimular sectores que no demanden divisas. Los más heterodoxos se inclinan por sustituir importaciones. ¿Cuánto se puede ahorrar Argentina allí, en cuánto tiempo y cómo piensa lograrlo? ¿Y qué sectores son? ¿Será “de facto” (ensuciando el comercio) o estimulando a los potenciales sustitudores con políticas más “de mercado”?

Con o sin plan, lo importante es no chamuyar. Se vienen tiempos muy difíciles aun en con los mejores escenarios sanitarios (y ni hablar en caso contrario). Se precisará un Estado activo (que no es sinónimo de gastador), que vaya paso a paso, dialogue constantemente con el mundo productivo, medidas consistentes y una mirada acertada sobre qué se puede hacer realmente. Si hay suerte, también, más que bienvenida. Si las cosas mejoran, todos celebrarán el plan que el Gobierno supuestamente no tenía.

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