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Un Gobierno en tensión: otra vez el problema de las coaliciones argentinas

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Oscar Muiño 24 agosto de 2020

Por Oscar Muiño

Funcionarios albertistas están incómodos con sus colegas del Instituto Patria. Los del Instituto, a su vez, recelan de los albertistas. Los tironeos, habituales en todo gobierno, parecen más graves: están esterilizando el funcionamiento de la administración. Da la impresión que los vetos cruzados producen vectores nulos. Otra coalición en dificultades.

Las coaliciones se están generalizando en el mundo por la creciente complejidad de las sociedades, el debilitamiento de las lealtades partidarias y la pluralidad de partidos con plataformas impensadas (como los verdes).

Las alianzas son antiguas en muchas democracias europeas. Francia e Italia son ejemplos vívidos donde ningún partido consigue mayorías propias para gobernar. España se ha incorporado al club. Y también Alemania, única nación donde los viejos contendientes ?democristianos y socialdemócratashan tenido que unirse ante el desafío de nuevas corrientes.

En América Latina integrar una coalición es inevitable en Brasil. Chile es gobernado por alianzas desde que se fue Augusto Pinochet.

El Frente Amplio uruguayo aglomera muy diversas fuerzas y el Partido Blanco acaba de llegar al poder gracias a sus viejos rivales colorados. El más fuerte bipartidismo se mantiene después de dos siglos en Estados Unidos, con una asombrosa fidelización del cuerpo electoral, si bien es cierto que gran parte de su población no se ha inscripto para ejercer el derecho al sufragio.

Argentina, aplazada

Las coaliciones exhiben diversos formatos. Algunas construyeron órganos de deliberación y decisión muy sofisticados. Otros eligen el toma y daca, en ciertos casos se lotean los ministerios y no faltan aquellos que sólo acuerdan luego de minuciosos debates sobre políticas públicas que se plasman en acuerdos discutidos, firmados, plebiscitados por los afiliados y honrados desde la gestión, como es el caso de Alemania.

Argentina está a tono con la tendencia universal. Integrar coaliciones parece tan ineludible que hasta los dispersos trotskistas se unen. Con mayor razón aquellos que quieren ganar para gobernar.

Sin embargo, las experiencias han resultado poco felices. La primera gran coalición fue la convergencia entre el Frepaso y el radicalismo, con fórmula presidencial compartida. A los diez meses, la renuncia de Chacho Alvarez dinamitó al gobierno de Fernando de la Rúa. Siguió un año de decadencia hasta que todo estalló en 2001. Néstor Kirchner promovió la Concertación Plural y arrastró buena parte del radicalismo, encabezado por el gobernador mendocino Julio Cobos. Copiaba el modelo inventado por los jefes del PJ y la UCR de Misiones, bajo la conducción de Carlos Rovira, inventada para liquidar el retorno del ex gobernador Puerta y que construyó un poder aún más hegemónico que el que vino a desalojar. Con esa idea Néstor imaginó la fórmula “Cristina, Cobos y vos”. A los ocho meses, Cobos votó contra la 125 y Concertación Plural se disolvió.

Para vencer al kirchnerismo, los radicales aceptaron converger con Mauricio Macri y Elisa Carrió. Macri acuñó el imaginativo y poco verosímil discurso de “coalición electoral” en lugar de “coalición de gobierno”. Increíblemente, el radicalismo consintió no ser parte de la mesa chica ni de las políticas decisivas. Tuvo menos poder que Carrió, cuyas intervenciones mediáticas cosecharon más rectificaciones de Macri que las débiles quejas de la UCR. La idea de coalición fue tomada por Cristina Kirchner. Luego de perder ante Esteban Bullrich las elecciones senatoriales de 2017, supo que necesitaba una alianza. Fernández-Fernández fue el resultado inesperado.

La propietaria de la mayoría de los votos promovía a alguien que no integraba su propio espacio ni había competido nunca como cabeza de lista (¿o sería por eso?).

Esta coalición de hecho está actuando de modo tal que las líneas maestras no parecen haberse acordado antes del comicio ni luego del 10 de diciembre. Resultado: nadie conoce la hoja de ruta ni sabe dónde va el Gobierno de Fernández-Fernández.

Curiosamente la única coalición que funcionó fue hecha a los apurones. Liquidado el Gobierno de la Alianza y eyectados presidentes efímeros que apenas duraban días, la sociedad estallaba mientras el Estado se desintegraba. En la emergencia, el jefe del peronismo bonaerense y el caudillo del radicalismo se hicieron cargo, construyeron un agónico gabinete de coalición peronista-radical y lograron un milagro: sacaron al país de la hecatombe. No hubo acuerdos escritos ni largas discusiones. Un asombroso ejemplo de buena fe y confianza mutua. Nadie se los reconoció y ninguno de ellos volvió a lograr competitividad electoral. El heredero de Eduardo Duhalde terminó venciéndolo en su propia comarca y Raúl Alfonsín no volvió a presidir la UCR ni a ser candidato.

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