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La bifurcada del IPC en la pospandemia

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18 agosto de 2020

Por Juan I. Miguez

Como consecuencia de la crisis económica desatada por el Covid-19, el Tesoro Nacional se vio obligado a elevar el gasto público que, combinado con una fuerte baja de los ingresos en términos reales por la caída de la actividad económica, produjo un importante aumento del déficit fiscal. En junio, el déficit primario alcanzó los $253.706 millones y, según el REM de julio, podría ser de $2 billones para todo 2020. Debido a la imposibilidad de acceder a los mercados internacionales de deuda, y la poca oferta del mercado financiero local, el Gobierno se encuentra obligado a financiar este exceso del gasto público con emisión monetaria.

En lo que va del año, el BCRA asistió al Tesoro Nacional por $1 billón en concepto de transferencia de utilidades. Por su parte, la base monetaria aumentó 42% en lo que va del año y 87% en términos interanuales. En contrapartida a esta expansión, el BCRA aumentó la tasa de política monetaria al 38%, lo que llevó a un crecimiento del stock de Leliqs del 139% en lo que va del año y una suba del 52% del stock de pases. Sumados, el stock de Leliqs y pases totalizan $2,4 billones, lo mismo que el total de la base monetaria. Otra medida monetaria contractiva fue el aumento de la tasa mínima de plazo fijo que se les exige a los bancos, que subió al 33% y logró un récord en los depósitos de plazo fijo en el mes de julio, ganándole a la inflación.

Según muchos economistas, esta fuerte expansión monetaria amenaza con un alza considerable en las tasas de inflación. En lo que va del año, la inflación acumulada es del 15,8%, por debajo de las expectativas que se tenían a principio de año. Sin embargo, esto se dio en un contexto de caída de la demanda, aumento del desempleo y caída de la velocidad de circulación del dinero. Según el REM de julio, la tasa de inflación mensual se aceleraría en los próximos meses, promediando una suba del 3,5% hasta diciembre, finalizando el año en torno a 42%. Para el año que viene, según el mismo reporte, el mercado prevé una inflación del 45%. Pero también hay economistas que plantean que el aumento de la base monetaria no tiene por que acelerar la inflación, ya que consideran que no están directamente relacionadas.

Bárbara Guerezta, economista de Arriazu-Macronalistas, comenta ante El Economista: “Este año la emisión para financiar el déficit fiscal será, en relación con el tamaño de la economía, la más alta desde la salida de la Convertibilidad. Una parte explicada por la caída del PIB en el contexto de la pandemia y cuarentena, y la otra, y más relevante, por la suba del déficit fiscal, que llegará a ser el más alto desde 1975”. Para hacer un análisis sobre la inflación futura, Gurezta considera que es útil diferenciar el corto del mediano plazo. “Es muy probable que en el corto plazo la inflación suba respecto de los niveles registrados entre abril y junio, por una combinación entre recomposición de márgenes, reactivación de paritarias y algún ajuste de tarifas que será necesario implementar, particularmente en combustibles. Pero los riesgos se acentúan a medida que levantamos la vista hacia el mediano plazo: el problema argentino es que la moneda de curso legal no funciona como reserva de valor, como sí ocurre en otros países que han implementado políticas expansivas incluso más grandes que las de Argentina”.

Para finalizar, la economista plantea que tiene que existir un plan de salida de la cuarentena muy cuidado y marca cual no debería ser el camino: “Uno de los mayores errores podría ser la insistencia de que la recuperación debe estar liderada por un sector público más grande, sin tener los ahorros o las reservas para financiarlo.”

Para Martín Vauthier, de la consultora EcoGo, durante los últimos meses “la inflación estuvo anestesiada” por los efectos de la pandemia. “Si uno ve la dinámica de la oferta y demanda de dinero, encuentra un aumento en la oferta pero también un aumento en la demanda precautoria de dinero, lo que lleva a una caída en la velocidad de circulación de los pesos”, señala ante El Economista. A la vez, considera que un futuro la dinámica cambiará. “A medida que la economía se vaya activando uno puede esperar que estos factores transitorios se vayan debilitando y pueda haber presión sobre los precios”, dice Vauthier.

Otro punto que marca es que serán los pasivos remunerados del BCRA los que presionarán sobre la inflación. “Lo que va a terminar determinando este sendero de inflación será la demanda de activos en pesos, que hoy esta sostenida artificialmente por el cepo pero con costos muy significativos”, agrega. Finalmente, Vauthier considera que son muy necesarias señales de consistencia fiscal y en el plano monetario y financiero a través de tasas de interés reales: “Si estas señales se dieran, esperamos una inflación de entre 35% y 38% para fin de año”.

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