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04 agosto de 2020

Por Gonzalo Lecuona Presidente de Fundación GEO

En el marco de la crisis sanitaria y con incertidumbre respecto del futuro, se profundiza la idea que puede ser aún peor la crisis económica. Parece bueno en estos momentos reflexionar acerca de determinadas cuestiones con la idea de buscar ordenar el gran rompecabezas en el que se desenvuelve nuestro país con debates, intercambios y discusiones a lo largo de los casi 37 años de la vuelta a la democracia:

Estado o mercado. ¿El mercado debe equilibrar todo y el Estado sólo debe hacer lo que el mercado no puede?

Moneda o dolarización. ¿Ahora es bueno tener moneda? ¿Ahora la emisión es la única opción? No era que la dolarización resolvía todo?

Deuda. ¿No estamos en condiciones de administrar la deuda y destinar esos recursos a dónde corresponden?

Prioridades. ¿El Estado gasta en lo que debe? ¿Está sobredimensionado? ¿Por qué los servicios que presta no tienen la calidad esperada?

Recursos. ¿Seguimos priorizando cobrabilidad por sobre razonabilidad y equidad en la recaudación?

El enunciado de temas no pretende mostrar una postura respecto de una u otra cuestión, sino mostrar que los problemas estructurales que nuestro país tiene (y los mencionados no son los únicos) son preexistentes al Covid-19.

Pero, entonces, ¿este debate dónde nos ha llevado? ¿Quién es el responsable/culpable: el Estado, el mercado o la deuda? ¿O los acreedores externos? ¿La emisión monetaria? ¿O fue el gasto? ¿El sistema tributario? ¿El precio de los commodities? ¿Las crisis internacionales?

Hoy vemos con total naturalidad, y casi con un consenso generalizado, que es el Estado el que debe tomar las riendas en esta crisis sanitaria y debe tomar a su cargo la resolución de la crisis económica. Incluso dando por hecho que la deuda tal como está emitida no es posible pagarla, que la emisión monetaria es inevitable y necesaria y que el Estado debería asistir no sólo a los más vulnerables sino también a los sectores pequeños y medianos para evitar o atenuar significativamente los efectos económicos de la pandemia en el sector privado, entre varias propuestas en la misma línea.

Tenemos la tendencia a enojarnos con la herramienta o con el instrumento y el problema está en la forma en que los utilizamos. “La Piedad”, realizada por Miguel Angel entre 1498 y 1499, fue atacada en 1972 por Lazlo Toth que con un martillo golpeó la escultura ubicada en el Vaticano. El martillo fue el instrumento que su autor utilizó para crearla y el martillo fue el instrumento que su atacante utilizó para golpearla. ¿Podemos decir entonces que el martillo es algo malo y que no debe utilizarse?

La crisis sanitaria actual no es la que ha generado estos problemas: los ha evidenciado. Mientras está la marea alta todo está cubierto. Cuando la marea baja se evidencia en la costa (y aún más adentro) todo lo que tenía que haberse resuelto y que parecía que no existía porque la marea lo tapaba. Hoy todos evidenciamos el riesgo que sería un crecimiento exponencial de contagios si el virus comenzara a avanzar en zonas vulnerables: sin cloacas, sin agua potable, sin energía eléctrica, sin comunicaciones, sin infraestructura vial adecuada, sin viviendas acordes a la cantidad de personas que conviven, etcétera.

¿Pero, esto es nuevo? Claro que no. Ahora bien, habiendo “bajado la marea”

¿Nos hemos dado cuenta que es importante ponernos de acuerdo, marcar objetivos en el marco de políticas públicas consensuadas y establecer un rumbo que nos permita consolidar a cada paso, cada esfuerzo que toda la sociedad hace y hará en todos sus niveles? ¿Vamos a continuar explicando que las causas de nuestros problemas son ajenas a nosotros? ¿Vamos a seguir sin plan, sin medidas de fondo, endeudándonos y esperando que con el sólo paso del tiempo y la suba de los commodities se resuelvan nuestros problemas?

Cierto es que estamos en una crisis sanitaria. Pero en diciembre de 2019 hablábamos de crisis de deuda y un año antes de crisis cambiaria y si retrocedemos, crisis social, crisis bancaria, crisis política, crisis institucional y podemos seguir. ¿Cuál es la palabra común? Pregunta retórica. Que el árbol no nos tape el bosque. ¿Hay que ocuparse de lo urgente? Obviamente. Pero nuestra vocación de correr atrás de las urgencias, abrumados por las crisis, nos han llevado a ser improvisados y reactivos en vez de organizados y proactivos, tomando decisiones en plazos perentorios sobre temas estructurales de alto impacto con efectos profundos en las bases y la cultura de nuestro país.

Nuestra Historia no nos da expectativas favorables. El desafío que tenemos por delante es enorme no sólo por la cantidad y magnitud de los temas a tratar sino por la necesidad imperiosa de hacerlo en el marco de la democracia, con debate de ideas y acuerdos de largo plazo. Creo en nuestro país, en sus instituciones y su gente. No nos dejemos llevar por los errores del pasado. Aprendamos. Hagámoslo de una vez por todas. Hagámoslo bien.

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