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El mundo en ascuas por la disputa Biden-Trump

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Atilio Molteni 18 agosto de 2020

Por Atilio Molteni Embajador

La designación de Kamala Harris como candidata a vicepresidente fue esperada y deseada como una necesaria y vitamínica acción para mejorar la confiabilidad de la candidatura presidencial que encabeza Joe Biden, el hombre del Partido Demócrata que el próximo 3 de noviembre espera disputarle la Jefatura de la Casa Blanca a Donald Trump.

La popularidad y arrastre de la fuerza que hoy está en el llano es, según las encuestas, notable y creciente (le lleva como mínimo 10 puntos porcentuales al actual primer mandatario). Además Harris aporta la juventud, la agenda de nuevos temas y el vigor físico y cerebral que algunos suponen que no le sobra al líder de dicha fórmula. Tanto, que el inquilino de la Oficina Oval salió a criticar el exceso progresismo de la mujer que vino a reforzar al equipo de Biden.

Actualmente Harris tiene 55 años, es senadora por California desde 2017 y venía de ser Procuradora del Distrito de San Francisco y con posterioridad Procuradora General de dicho Estado. Entre sus antecedentes sobresalen las propuestas destinadas a reducir los impuestos a la clase media y las reformas al régimen policial del país, tema de gran actualidad y preocupación colectiva.

También intentó ser candidata demócrata a la presidencia en las recientes primarias del partido, en cuyo proceso criticó duramente a Biden por sus contactos con senadores segregacionistas de los años '70, razón por la que ciertos analistas creyeron que jamás podría secundar su liderazgo. Sin embargo, la química personal entre ellos funcionó bien, un aspecto prioritario en el menú de exigencias que estuvo en juego para armar la cúpula del equipo demócrata que intenta ser poder. Harris combina, además, la idea de mostrar en la fórmula demócrata la presencia de una mujer de características raciales que permiten sensibilizar a los votantes afro-estadounidenses y al espíritu progresista de su fuerza política.

Mientras tanto, y en clara posición defensiva, el 7 de agosto Trump firmó cuatro órdenes ejecutivas orientadas a mitigar las necesidades de las personas y empresas afectadas por la pandemia del Covid-19, que ya hizo estragos en más de 5 millones de personas y produjo 163.000 víctimas fatales. Como en el resto del mundo, la pandemia y la recesión económica hicieron tóxica la imagen que tiene el electorado de la gestión presidencial. Sobre todo, porque a fines de julio terminaron las ayudas del Estado Federal que insumieron unos US$ 2.000.000 millones de estímulos (10% del PIB) para conservar la economía en funcionamiento y favorecer a los que no pueden trabajar.

En el Senado no se pudo conseguir acuerdo para dar continuidad a tales ayudas. Las nuevas acciones de la Casa Blanca generaron fuertes críticas de los líderes demócratas, quienes estimaron que sus medidas eran débiles e impracticables.

Esa no fue la única muestra de desesperación presidencial. El 30 de julio había reiterado su idea de postergar las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, propuesta que fue rechazada de inmediato por dirigentes de ambos partidos, inclusive el suyo. Ese rechazo contó con la adhesión del líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, quien afirmó que tal fecha estaba grabada en la piedra.

El interés de ganar tiempo no hubiera servido de mucho, porque las predicciones económicas no son buenas y la aplicación de vacunas contra el Covid-19, recién podría verificarse en el 2021. Por otro lado, como ya se dijo en El Economista, el Presidente de Estados Unidos no tiene la capacidad legal de reformar la agenda electoral.

La fecha del 3 de noviembre fue instalada mediante una antigua Ley Federal con el propósito de unificar el voto en todo el país y disponer de un mes para la reunión del Colegio Electoral  y dar tiempo a la posterior asunción del Presidente (20 de enero). La modificación de esos mojones es exclusiva facultad del Congreso, órgano capacitado para adoptar una nueva ley. Pero el cambio hubiera supuesto el respaldo de los demócratas, cuya mayoría en la Cámara de Representantes hacía fácil prever la inocuidad de la jugarreta presidencial.

Además, Trump objeta la utilización masiva del voto por correo, bajo la presunción de que ello dará origen al proceso más fraudulento y poco confiable de la historia, alegando que en algunas elecciones primarias fue necesario demorar el cómputo de los votos. Sostiene que dicho sistema sólo se justifica para las personas ausentes que puedan justificar su no concurrencia a votar, no como sistema de vigencia universal.

A nivel de partidos, los demócratas respaldan ese sistema alternativo bajo la noción de que los ciudadanos no tienen por qué elegir entre su salud y la emisión del voto. En cambio los republicanos ponen el acento en la dificultad de asegurar la corrección del voto y la posibilidad de que tales hechos originen cuestionamientos judiciales, que impidan determinar al ganador en un plazo razonable. Sin embargo, no está en claro a quien favorecería ese procedimiento.

Cinco de los cincuenta Estados tienen reglamentado el voto exclusivamente por correo y han desarrollado métodos efectivos para fiscalizarlo; en treinta Estados los ciudadanos pueden votar por correo sin dar razones y, en dieciséis, se pide a los ciudadanos que documenten porque eligieron votar por correo. Aunque una condición esencial es que el Correo disponga de la capacidad y de los fondos necesarios para llevar adelante esta tarea, la Casa Blanca parece entorpecer el otorgamiento de las partidas presupuestarias necesarias para asegurar tal resultado.

Cuando la pandemia comenzó a generar infectados y muertos, Trump trató de evitar sin éxito una cuarentena total y la parálisis de la economía. Pero recientemente el Departamento de Comercio anunció que el PIB se había deteriorado en 9,3% en el segundo trimestre (indicaría una declinación anualizada del 32,9%, sin precedentes), a pesar de los cientos de millones de dólares de ayuda del Gobierno a los ciudadanos y empresas. El Covid-19 sigue vigente en estados críticos como Florida, Texas y California.

Si bien en julio 1,8 millones de personas recuperaron sus trabajos, el nivel fue menor a los 4,8 millones de junio, lo que implicó un ritmo más bajo de reactivación económica. El desempleo alcanza al 10,2% (6,7 puntos porcentuales más que en febrero) y sólo se recuperaron el 42% de los trabajos perdidos desde el comienzo de la pandemia. Pero el desempleo de los jóvenes se triplicó, siendo los más afectados por la recesión lo cual puede originar consecuencias electorales.

Ante una intención de voto 10% superior en favor de Biden, incluyendo cinco de los Estados cuyo voto es fluctuante, la estrategia de Trump es tratar de superarlo mediante una mejor organización de su campaña. Todavía puede ganar su reelección si consigue disminuir esta diferencia y obtiene más votos en el Colegio Electoral, como lo hizo en 2016.

El Presidente en estos días se dedica a explotar el miedo al cambio de la población. De Biden dice que adoptó las políticas de la izquierda radical, mientras apoya las propuestas de dar menos fondos a la policía y aumentar los impuestos a la clase media. Asimismo insiste en plantear que el candidato demócrata tiene dificultades mentales y que la elección de la senadora Harris como candidata a vicepresidente (entre las 13 mujeres que fueron consideradas para el cargo), será el caballo de Troya para que el progresismo se apodere de la Casa Blanca.

Bajo este enfoque, se registra la posibilidad de alejamiento de parte de la dirigencia del Partido Republicano de la candidatura de Trump, quien llegó a este movimiento después otros intentos políticos. Tras explotar las divisiones internas recibió un sólido apoyo para su administración.

El actual Jefe de la Casa Blanca es un populista pragmático y conservador, con tendencia a actuar con independencia y sin apegarse a los vectores lógicos conocidos, como las ideas políticas que se lanzaron en la época de Ronald Reagan. Trasladó su experiencia empresaria en el campo de las negociaciones inmobiliarias al mundo de la política, ayudado por una personalidad muy asertiva y enérgica que es bien recibida por sus simpatizantes.

Con todos esos tejes y manejes, Trump logró retener la solidaridad de los políticos conservadores cuando se intentó destituirlo por medio de un juicio político, en el que los republicanos protegieron sus propios intereses partidarios. También porque fue capaz de imponer su agenda sobre la inmigración, la política comercial, la abstrusa política exterior, el  nacionalismo étnico y en otros temas que podrían seguir en las filas de esa fuerza política aunque pierda las elecciones.

El problema es que esos recursos no sirven para administrar la pandemia, la actual crisis económica y los nuevos problemas raciales. Los republicanos perdieron en las elecciones de medio término el control de la Cámara de Representantes y les preocupa el riesgo de repetir esa situación en la Cámara de Senadores. Si Biden gana las elecciones y los demócratas consiguen la mayoría en ambas Cámaras, podrían acercarse al objetivo de reconstruir otra clase de país, restablecer las normas de derecho y lograr que Estados Unidos proyecte otro modelo de liderazgo en un mundo que enfrenta grandes desafíos.

Es obvio que en noviembre los republicanos no tendrán el voto de los afro-estadounidenses ni de otras minorías que respaldaron al partido al ver la anterior bonanza económica. El asesinato de George Floyd por la policía de Minneapolis, y las marchas de protesta posteriores, los convencieron de que, a pesar de su igualdad legal, las minorías fueron excluidas de muchas de las ventajas que ofrece la sociedad estadounidense. Para el actual votante, Biden se presenta como un candidato capaz de llevar adelante una agenda constructiva que sirva para dar vuelta el tablero.

No se puede olvidar que, tras la elección de 2016, Trump sostuvo que habían existido graves irregularidades y votos ilegales, para poder sostener la falacia de que fue el ganador del voto popular. En esa ocasión, algunos analistas interpretaron sus palabras como una acción desesperada ante la posibilidad de perder  y no tener la posibilidad de buscar una explicación de su derrota. Para ellos, Trump refleja la verdadera crisis a resolver y no el sistema de votación por correo, pues sus excentricidades están afectando de hecho al sistema democrático.

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