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El dólar y los precios: la que manda es la incertidumbre

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Héctor Rubini 27 agosto de 2020

Por Héctor Rubini  Economista de la USAL

El acuerdo por la deuda logró calmar algunos ánimos. El 4 de septiembre quedará claro el grado de aceptación de la propuesta oficial y el futuro perfil de vencimientos de la nueva deuda efectivamente emitida. Pero el tipo de cambio y la pérdida de reservas internacionales del BCRA muestran que los mercados y la población reaccionan ante una realidad que sigue el ritmo de las cuarentenas con incertidumbre hacia el futuro.

Las idas y vueltas en torno a liberaciones parciales de actividades son cada vez menos coordinadas entre provincias y también dentro de varias de ellas. Las medidas iniciales (incluyendo los escasos testeos) no contuvieron los contagios entre distritos más allá de unas 4-6 semanas. La realidad muestra que el “pico” de mayo no llegó, tampoco el de junio, ni el de los dos meses siguientes. Si entre septiembre-noviembre se estabiliza el ritmo de contagios diarios es algo que nadie sabe. Tampoco su evolución según provincias. Algunas optaron, ante nuevos casos, por exigir PCR negativos obtenidos en las 72 horas previas al ingreso a la jurisdicción provincial.

Los casos de contagios aumentaron y a mayor velocidad aún. Claramente no hay un diagnóstico completo ni realista sobre pacientes asintomáticos. Tampoco un PCR negativo indica mucho si la persona está en período de incubación. El bloqueo general sin contemplar viajes por motivos atendibles (visitas a enfermos y/o traslados de fallecidos) bajo protocolos rigurosos refleja cierta negación a la realidad: deberemos convivir con el Covid-19 por largos años, con o sin vacuna.

Las estadísticas de contagios, ocupación de camas de internación y muertes seguirá sin grandes cambios por varias semanas. Lo que no se entiende, ni para las familias, ni para las empresas, es el rumbo de los bloqueos a la circulación de personas y a las actividades económicas.

La actividad industrial muestra signos de repunte y no hay evidencia de que sea una fuente de contagios masivos. Pero el resto de las actividades enfrenta una doble incertidumbre: sobre la liberación o no de las actividades, y sobre su facturación. La ayuda estatal empieza a agotar su alcance. Los subsidios para el pago de salarios no son suficientes más que para postergar decisiones de despido o de incorporación efectiva a la actividad normal. Las empresas de menor tamaño no logran cubrir sus costos fijos y el “bache” lo sostiene el Estado promoviendo la oferta de créditos. Las tasas son subsidiadas, pero sin ventas mínimas para cubrir los costos, las empresas no pueden pagar en tiempo y forma. Acumular nuevas deudas para pagar deudas preexistentes no es solución.

La falta de fondos acorta los horizontes de planeamiento a pocas semanas días. Préstamos a elevadas tasas nominales, se tornan impagables. Con una inflación anual que difícilmente cierre este año a menos de 40%, la demanda de efectivo es para gastos corrientes mínimos, cancelación de deudas o indemnizaciones, no para invertir en capital fijo. Con tasas de depósitos que no superan la inflación el ahorro en pesos no es superior al ahorro en dólares.

El tipo de cambio real podría considerarse suficientemente alto según ejercicios de comparación histórica, pero con inflación superior a la de la gran mayoría de países del mundo y un tipo de cambio oficial “pisado”, la posición competitiva de nuestro país no está en un sendero ascendente. Aun así, un tipo de cambio real alto no es solución para sectores exportadores que enfrentan una elevada carga impositiva interna, costos de transporte y comercialización excesivos y retenciones a las exportaciones. Nada indica que va a simplificarse la maraña de regulaciones a cumplir y trámites para apertura de empresas, transporte, inversiones, darse de alta o de baja para trámites oficiales, actividades de comercio exterior o resolución de contiendas en sede judicial. Si a esto se suma un discurso y actitudes oficiales de selección subjetiva de quiénes deben ser “ganadores” y quiénes “perdedores”, pero sin un criterio claramente definido, el futuro, aun el de corto plazo, se torna impredecible.

Tardíamente, algunos funcionarios admiten que la falta de confianza explica la presión compradora de dólares. Pero no es el sector privado el que generó esa desconfianza. Subir retenciones a las exportaciones agropecuarias, sostener que los empresarios locales son “miserables”, el intento fallido de expropiar la empresa Vicentin, y el proyecto de reforma al sistema judicial han sumado desconfianza e incertidumbre. A esto se suma ahora el cambio regulatorio por decreto para el sector de telecomunicaciones que en el peor de los escenarios conducirá a nuevos pleitos contra nuestro país en los tribunales del CIADI. A la mayor incertidumbre que enfrentan las familias, con o sin ingresos, y la de las pequeñas y medianas empresas, la respuesta esperable es la de preservar la liquidez, y no en términos nominales. De ahí la inefectividad del “cepo” duro aplicado en los últimos meses. En junio el BCRA acumuló reservas por U$S 653 millones, con compras al mercado por U$S 672 millones. Pero en abril y mayo, las reservas internacionales cayeron por U$S 973 millones con un sector privado que le compró U$S 1.226 millones. Y en julio y agosto (hasta el 20 de este mes) las reservas internacionales del BCRA disminuyeron en U$S 149 millones, pero el mercado esta vez le compró U$S 1.369 millones.

Este cambio de comportamiento muestra la inefectividad del cepo cambiario y pone crecientes interrogantes a futuro. Resolver el tema de la deuda con los bonistas es un logro inicial, pero sólo inicial. Los ojos estarán puestos en el manejo de la pandemia, futuras sorpresas en materia de decisiones por decreto, y la evolución de la oferta y de la demanda de divisas.

A las roturas de silobolsas e incendios en diversas provincias se suma un clima escaso de lluvias que puede reducir el área sembrada y la oferta de dólares para el año próximo. Si la decisión ya tomada es la de subir la presión tributaria y no abandonar la maraña de controles actuales sobre actividades financieras y no financieras, seguirá siendo muy difícil revertir el emisionismo monetario. Sin confianza en el futuro no habrá aumento de la demanda de pesos ni de deuda pública en pesos que se sostenga, salvo un salto exportador que no parece estar hoy en los pronósticos de nadie.

Mientras tanto, no sólo ha caído la demanda de bienes, sino que tampoco es suficientemente firme la demanda de pesos. La pérdida de reservas internacionales y la brecha cambiaria marcan un rumbo alcista que será el que se espera de los precios para cuando se liberen los controles. En ese caso, las autoridades deberán elegir el momento: antes o después que se cuente con la vacuna contra el Covid-19, y si lo hará demasiado cerca o no (2-3 meses) de las elecciones legislativas de octubre próximo. Si en el primer semestre del año próximo no se revierte la incertidumbre y la dolarización de neuronas y de ahorros, el 2021 no va a ser muy diferente de 2020. En ese caso, tanto el dólar, como los precios y las tasas de interés, seguirán bajo presión a la suba como lo estamos viendo en los últimos dos meses.

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