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El desarme y la disuasión ante una nueva Guerra Fría

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Atilio Molteni 03 agosto de 2020

Por Atilio Molteni Embajador

Así como durante la primera Guerra Fría el gran tema de negociación entre Estados Unidos y la exUnión Soviética fue parar el armamentismo nuclear, hoy la masa crítica de un acuerdo con parecida finalidad supone actualizar sus reglas e interesar la clara participación de China, Estados Unidos y Rusia. Adicionalmente revisar la función que en el texto original contemplaba la existencia de una cuota de artefactos que en el pasado se asignó a la necesidad de garantizar las actividades de disuasión que preveían ambos signatarios. Los especialistas también mencionan que tales enfoques deben contemplar que los frutos de tales procesos sólo son visibles ante realidades fundacionales como el fin del orden comunista.

Las ideas que hoy están sobre la mesa entrañan la necesidad de no subestimar el hecho de que los actores de referencia suelen caer, con mucha facilidad, en una visión ombligocéntrica del poder. El Pekín de 2020 no disimula su incomodidad ante la idea de ser partícipe de un compromiso estratégico donde no se reconozca su creciente importancia relativa. Ello deja un escenario de pronóstico difícil y reservado.

La actual proyección de la República Popular China (RPC) como país clave en el tablero geopolítico, requiere un complejo y terrenal replanteo en la búsqueda de seguridad internacional, hecho que incluye poner coto a las nuevas tecnologías bélicas, un ejercicio que, por diversas razones, no atrae a semejantes protagonistas.

Los observadores recuerdan que, hasta la llegada del Presidente Donald Trump a la Casa Blanca, existían dos sustanciales tratados bilaterales con la Federación Rusa, los que en tiempos pasados complementaban como eje el Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) de julio de 1968, cuyas reglas y partícipes tienen un carácter multilateral. En esa constelación fueron asimismo suscriptos otros convenios que tratan diferentes reglas aplicables al campo del desarme.

La primera de esas referencias bilaterales es la vinculada con el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en ingles), suscripto en diciembre de 1987 entre el ex Presidente Ronald Reagan y el ex líder soviético Mijaíl Gorbachov. Su aplicación permitió eliminar los misiles balísticos y de crucero tanto nucleares como convencionales capaces de alcanzar blancos entre los 500 a 5.500 kilómetros. Esos cohetes se hallaban en Europa Occidental y Europa Oriental (sin contar los misiles que portaban submarinos y aviones). El Tratado del caso poseía un sistema de verificación intrusivo, que ayudó a reducir el número de armas de ese tipo.

Durante la reciente negociación bilateral con Moscú, Estados Unidos intentó, sin éxito, atraer a los protagonistas asiáticos. El 1° de febrero de 2019 Washington anunció que lo daba por terminado, alegando incumplimiento de la parte rusa (la que había perfeccionado y emplazado los misiles denominados 9M729), realidad que Estados Unidos había cuestionado hace algunos años. Tras esa movida, fracasó el intento de renegociación. El rechazo de Moscú tuvo que ver, entre otros temas, con la circunstancia de que la Casa Blanca insistía en la idea de que Rusia aceptara incluir a Asia en el Tratado y lograr que la RPC sea parte del mismo.

De acuerdo con su nueva política de su defensa nacional, Washington optó, por retirarse del “Tratado de Cielos Abiertos” suscripto en 2002, del que forman parte 35 naciones, Rusia entre ellas, un texto que permite reconocer, mediante el uso de aviones sin armas, el reconocimiento y la observación mutua de la totalidad de sus territorios, una medida que tiende a fortalecer la confianza hacia sus actividades militares.

En la actualidad, el único tratado vigente de control de armas entre los dos Estados es el denominado “Nuevo Start” (o Nuevo tratado de Armas Estratégicas), cuyo texto reemplazó a otros dos del mismo tenor que se venía aplicando desde 2002, si bien signado por marcadas diferencias en su contenido. Fue suscripto el 8 de abril de 2010 por los Presidentes Barack Obama y Dimitri Medvedev, entró en vigor un año después y su vigencia llega hasta febrero de 2021. Las disposiciones de ese instrumento permiten extenderlo por otros cinco años y se lo considera un compromiso histórico para salvaguardar la paz de la humanidad, ya que cubre al 90% de las armas nucleares.

El Nuevo Start contiene tres limitaciones a la capacidad ofensiva de las armas nucleares estratégicas como admitir que: a) cada Parte no puede emplazar (en operaciones o en sus arsenales), más de 800 rampas lanzadoras de ICBM, lo que incluye a sus respectivos vectores (misiles intercontinentales de un alcance superi0or a 5.500 kilómetros) o SLBM (misiles que pueden ser disparados desde un submarino o bombarderos capaces de portar armas nucleares instaladas en misiles Crucero); b) prohíbe tener más de 700 de esas armas emplazadas en forma simultánea; y c) limita la disponibilidad a 1.550 ojivas nucleares operativas (si bien los vectores pueden tener más de una cabeza nuclear como sucede con los MIRV).

Los métodos de control y verificación de ese Tratado son similares a los que existían en documentos que lo precedieron y las armas involucradas se distinguen por su alcance y trayectoria a las de alcance intermedio y a las denominadas armas tácticas, que pueden ser utilizadas en un campo de batalla contra objetivos cercanos.

A mediados de 2018, el actual Jefe de la Casa Blanca sugirió el formato de negociaciones trilaterales entre su país, Rusia y la RPC sobre el “Nuevo Start”, pero Pekín dijo que no iba a participar, alegando la enorme disparidad entre sus fuerzas y las de las otras dos potencias. Además el gobierno de Xi Jinping objetó la capacidad de defensa misilística que poseen tanto Washington como Moscú, argumentación que los otros dos gobiernos rechazaron de plano.

Lo cierto es que, hasta ahora, no se avanzó en la modificación o prórroga de dicho Tratado, el que vence en febrero próximo. Este impasse es particularmente grave, ya que su existencia resulta fundamental para el desarme nuclear en una etapa que la que se registra un enorme avance en armas como las hipersónicas y los mecanismos defensivos contra ellas, como los nuevos misiles intercontinentales de propulsión nuclear, los que son susceptibles de despliegue en el espacio exterior. No sería descartable que tanto Pekín como Moscú estén a la espera, entre otras cosas, del resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos del próximo 3 de noviembre, cuyo resultado se aguarda con ansiedad en todo el planeta.

Los observadores entienden claramente que las reacciones de China representan una incógnita y amenaza diferente. Después de haber alcanzado la capacidad nuclear en 1964, Pekín adoptó la política de no ser la primera Potencia en utilizarlas en cualquier tiempo y lugar. En los últimos años ese gobierno decidió modernizar sus armas nucleares (alrededor de 300), pero sin llegar a la paridad con Estados Unidos o Rusia. Además, varios analistas destacan que existe cierta lógica geopolítica en su interés, ya que varios países de esa región, como Rusia, India, Paquistán, Corea de Norte no sólo poseen tecnologías similares, sino que algunos mantienen relaciones bastante agrias con Pekín y el Gobierno de Xi no ignora los efectos de la presencia militar y estratégica de las bases de Estados Unidos.

El TNP no sólo tiene como Miembros a Estados Unidos, Rusia y China, sino también al Reino Unido (215 vectores) y a Francia (300), todos dotados de Armas Nucleares (y con la experiencia de haber realizado pruebas de ese armamento antes de su entrada en vigor). Dicho tratado multilateral impone a cada Miembro responsabilidades específicas y los distingue de los Estados no poseedores de estas armas, que tienen distintas obligaciones de no proliferación. Hay cuatro naciones muy peculiares que no son parte de este Tratado y sin embargo poseen tales equipos: India (300), Paquistán (140), Corea del Norte (20) e Israel (80), cuyo gobierno no reconoce, conforme a su doctrina de ambigüedad nuclear, la posesión de tales instrumentos bélicos.

Otro hecho significativo, es que el inventario de armas nucleares fue decreciendo en número respecto del que existía en los años 80 ya que, según el anuario de SIPRI, una organización internacional con sede en Estocolmo, y otras publicaciones, tanto Rusia como Estados Unidos tienen alrededor de 4.000 armas en condiciones de ser utilizadas y siguen un proceso de constante paridad en sus inventario y políticas de modernización, enfoque que se extiende a su plantel de submarinos y bombarderos.

En cambio la RPC mejora y moderniza a su Ejército de Liberación Nacional, respondiendo al estatus creciente de superpotencia y coincidiendo con lo que el presidente Xi llama “el sueño chino de un rejuvenecimiento nacional”. En materia de planificación militar Pekín privilegia los desarrollos de la aviación y de la armada, que ya cuenta con gran número de buques, con el objetivo de alcanzar en el futuro un nivel equivalente al de los Estados Unidos, con un presupuesto militar más reducido que el de Washington pero que se ubica como el segundo en importancia mundial (14% del PBI). Paralelamente tiende a desarrollar sus capacidades asimétricas utilizando la experiencia de otras tecnologías disponibles en el mundo.

Además, Pekín posee misiles intercontinentales denominados DF-41 (con 12 cabezas nucleares), una nueva generación de bombarderos de largo alcance armados con misiles crucero (H-6N), aviones de combate de la última generación, misiles contra satélites e incorporó un segundo portaaviones y submarinos portadores de misiles balísticos de gran alcance. Todo ello supone que se prepara para actuar en la región Asia-Pacífico cuando la competición militar se expande a nuevos dominios, que incluyen los ciberataques y las nuevas tecnologías bélicas, motivo por el que resulta difícil medir el equilibrio de poder, ya que la capacidad de disuasión de Washington tiende a retroceder en forma notable.

Esta realidad enfatiza la circunstancia de que Estados Unidos y China no sólo están involucrados en una guerra comercial y tecnológica, lo que incluye una batalla por la hegemonía global. Tales hechos revelan que ambos están involucrados en un despliegue militar y estratégico que puede llegar a un desenlace muy peligroso, en lugares tan sensibles como el Mar del Sur de la China o en atropellos mal calculados sobre Taiwán o Corea del Norte.

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