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El candidato Biden no habló sobre la nueva política exterior

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24 agosto de 2020

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

El simulacro de Convención Nacional del Partido Demócrata que se desplegó en modo zoom la pasada semana, sirvió para algo más que oficializar la candidatura de quienes competirán por la presidencia de Estados Unidos con el binomio integrado por Donald Trump y Mike Pence. Mostró los asuntos que esa fuerza aún no desea o no puede ventilar, como las aristas de la nueva política exterior. Los oradores dejaron claro que las recientes declaraciones del actual Jefe de la Casa Blanca, quien en medio de una gravísima realidad lanzó la psicótica bravuconada de aplazar las elecciones y resistir la entrega del poder si la votación termina por resultarle desfavorable, sólo aumenta el disgusto de la gente racional.

Pero el dato más sugestivo fue otro. La Convención siquiera diagnosticó las catastróficas relaciones que exhibe ese país con el mundo exterior, lo que incluye a sus adversarios o enemigos (China, Rusia y Corea del Norte); a los aliados que eran fraternales (como la Unión Europea y Canadá) y a las bombas napalm que Trump arrojó sobre la vida multilateral.

El ex Presidente Barack Obama se encargó de introducir el tono épico en ese ritual. Su brillante mensaje se orientó a pedir la masiva participación de la ciudadanía ante el presente parte aguas institucional. Tras ello los candidatos Joe Biden y Kamala Harris, la pareja que el próximo 3 de noviembre dará la batalla destinada a definir quienes ejercerán la presidencia y vicepresidencia del país a partir del 20 de enero de 2021, desplegaron la agenda interna. El único reflejo vinculado con la política exterior fue un categórico rechazo a los vínculos de Estados Unidos con gobiernos dictatoriales y el compromiso demócrata de no usar los atributos del poder para favorecer al capitalismo de amigos o para cerrar tratos espurios con gobiernos extranjeros. En otras palabras, los necesarios para restaurar la dignidad presidencial.

Biden, quien durante ocho años fue el vicepresidente de Barack Obama, identificó las cuatro crisis superpuestas que él puede recibir del gobierno republicano si le toca convertirse en primer mandatario. Éstas surgen del descontrol sanitario y social que hoy caracteriza al manejo Trump de la pandemia del Covid-19; la peor recesión económica que atraviesa Estados Unidos desde la Crisis de 1930; la enorme dimensión de la injusticia racial que generó un peligroso escenario de rebelión popular y la imperdonable negligencia del gobierno republicano ante el cambio climático.

Al describir los hechos, el nuevo candidato subrayó la vocación de generar condiciones de autosuficiencia nacional en asuntos tales como el abastecimiento de equipos e insumos médicos. Sostuvo que Estados Unidos deberá hacer que prevalezca el “Made in America” (hecho en América), lo que supone atrasar sesenta años el reloj económico y dar continuidad a ciertos enfoques que gente de su propio partido dice combatir. Y el contrapunto subterráneo entre reforma y continuidad del circo nacionalista de Trump, una grieta que se debate intensamente en el marco de la clase política.

En ambas fuerzas mayoritarias hay gente que aboga por una moderna reconexión de Estados Unidos con el planeta. En los últimos días circularon dos propuestas que son complementarias e incluyen los aportes de James (Jim) Bacchus, un histórico miembro del Partido Demócrata que fue legislador y el primer Presidente del Organo de Apelación de la OMC y otra reflexión del embajador Robert (Bob) Zoellick, ex titular de la Oficina del Representante Comercial (USTR), exsubsecretario de Estado y ex Presidente del Banco Mundial, un hombre que simpatiza con el perfil de figuras como Henry Kissinger, George Shultz o James Baker. Zoellick explica sus puntos de vista al presentar su libro “América en el mundo” en distintos centros de reflexión de Estados Unidos.

Los principales enfoques de Bacchus se encuentran en el documento “Los demócratas y el comercio en 2021”, donde formula un enfoque concreto de gobernabilidad. Ambas propuestas van por caminos similares y me propongo sintetizarlas como complementarias. Tanto, que espero sean analizar por los gobiernos del Mercosur.

Bacchus cuestiona sin vueltas el presente relato nacionalista de su país que llevó a infundir miedo sobre todas las variantes de apertura económica, un proceso que comenzó con el infantil revisionismo del gobierno de Bill Clinton, el que se reflejó en la tramposa organización de la Conferencia Ministerial de la OMC efectuada en Seattle, a fines de 1999. El entonces Jefe de la Casa Blanca lanzó entonces una política orientada a devaluar el proceso de liberalización del comercio, el que comenzó con la revisión del NAFTA.

El problema es que al igual que en otros análisis estrictamente legales, Bacchus no explica que la eterna sobrevaluación artificial del dólar estadounidense, originada por el voluminoso déficit fiscal y la falta de ahorro interno, son los factores básicos que contribuyen a crear el gigantesco déficit del comercio exterior. Que en ello radica el eterno subsidio a las importaciones y el paralelo castigo a la competitividad de las exportaciones estadounidenses.

Salvo las industrias militares y algunos sectores de tecnología de punta, el comercio de ese país refleja la acelerada y forzada desindustrialización que caracteriza a casi todas las naciones del Hemisferio Occidental (América) que dejaron de ser competitivas, incluyendo el Mercosur.

Su segunda propuesta consiste en devolver al Congreso el sustantivo control de la política comercial, dejando al Poder Ejecutivo la exclusiva facultad de negociar, gestionar y rendir cuentas sin picardías. La confusa asignación de responsabilidades que en estos tiempos impera en Estados Unidos hizo posible la conducta hepática del Presidente Trump al usar la Sección 232 de la Ley de Comercio de 1962 (Seguridad Nacional) y el arbitrario e ilegal manejo de la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974, leyes que un país serio debió haber derogado. Prueba de ese caos es, como señalé en mis columnas, la ilógica e infundada reintroducción del arancel del 10% a las importaciones de aluminio canadiense estando en plena vigencia el nuevo NAFTA (USMCA en inglés).

Bacchus entiende que también es necesario dotar al Congreso de facultades para desmantelar las actuales tarifas unilaterales e ilegales de importación que se aplican a China y otros once países, las que Trump amenaza con extender a nuevos productos. Asimismo, de poner en marcha la restauración de los vínculos estadounidenses con un sano multilateralismo, lo que incluye normalizar y modernizar la OMC. Y también establecer la regla de la ley y elaborar un enfoque que permita generar un contexto global aplicable a la realidad China y de otras economías que digitan los mercados con vectores caprichosos, sórdidos y, monopólicos. Ello supone aplicar el mismo modelo a los esfuerzos bilaterales y regionales de liberalización del comercio y promover las acciones destinadas a mejorar la competitividad de la economía del país.

También enfatiza que es mentira que las tarifas ilegales de importación aplicadas por Washington a naciones como China las pagan los exportadores de ese país. Sostiene que los mayores costos de importación son absorbidos, en última instancia, por los usuarios industriales y los consumidores estadounidenses (lo que provoca una tangible inflación de costos que en recesión es pagada por empresas cuya sanidad peligra). Recuerda que esas tarifas le sacan un poder de compra al consumidor estimado en unos 17.000 millones de US$ anuales. O que el Gobierno debió compensar en no menos de US$ 35.000 millones adicionales a los productores agrícolas (estimación ajustada por mi propio cálculo) debido al cierre de mercados compradores como el chino, cifra que puede estar muy subestimada por el desorden con que están funcionando los controles.

Bacchus sugiere restaurar las condiciones para que vuelva a funcionar normalmente el Órgano de Apelación de la OMC, lo que supone elegir a sus integrantes y acabar con el boicot presupuestario que impide el cumplimiento de ese objetivo. Recuerda que los 164 Miembros de la OMC originan el 98% del comercio mundial, de manera que la propuesta de abandonar esa Organización o reducir sus alcances es, en el mejor de los casos, un acto de suicidio económico y político.

Tampoco deja de tener razón al señalar que el camino de la guerra comercial hace daño colectivo y perjudica a quienes los sufren y a quienes los provocan. Al igual que Zoellick, Bacchus parece decir que la lucha contra el Cambio Climático no se puede despegar de un foro en el que participe China, que es el otro gran contaminador del planeta. Si las obligaciones de reforma no son equitativas y proporcionales, sale perjudicado el buen cumplidor. Pura lógica.

Jim también reconoce que con Beijing hay que discutir salud, derechos humanos, terrorismo y todo lo que se quiera, sin olvidar que el mundo está globalizado y uno no se desengancha de las cadenas de valor por decreto o twit. Al mismo tiempo sugiere hacer una alianza con otras naciones afectadas, ajustar las reglas de la OMC de competencia y ejercer presión colectiva para que la dirigencia comunista vuelva a prestar atención a sus socios comerciales.

El embajador Zoellick agregó, en uno de sus diálogos, insumos que pueden ser útiles para gobiernos como los del Mercosur. Argumentó que el acuerdo de libre comercio que Washington negocia con Londres debería hacerse con los tres miembros del USMCA (el nuevo NAFTA) por obvias razones. El da por entendido que las negociaciones con terceros pueden menoscabar o desviar las reglas del acuerdo original existente y que eso altera el juego de la competencia sustituyendo, no agregando interlocutores comerciales, lo que genera diversidad de reglas de juego y menoscaba los esquemas de acceso al mercado. Por ahora y desde la época de la Cumbre anti-ALCA, Brasil siempre quiso jugarse solito en pro de un acuerdo bilateral con Washington (sugiero leer el libro del ex Canciller Celso Amorim al respecto). Cortarse solo tampoco suena a idea con gran futuro si la voz ambientalista de la doctora Kamala Harris mantiene la atención del eventual Presidente Biden.

Por último, ambos opinantes dicen lo mismo a quienes deseen escuchar: Estados Unidos debe aumentar su competitividad. Y, ¿a quién más le resultaría saludable escuchar ese consejo? A todes creo.

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