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Trump: imágenes de fin de ciclo

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Héctor Rubini 03 julio de 2020

Por Héctor Rubini Economista de la USAL

Corría enero y el asesinato del general iraní Qasem Soleimani se presentaba a la opinión pública como una operación militar prácticamente perfecta. Las réplicas de misiles de bajo impacto hacia Irak no parecían más que confirmar la solidez del poder militar de EE.UU. en Medio Oriente. Má aún, no pocos observadores comenzaron a imaginar un despliegue amenazante de las fuerzas aeronavales hacia cercanías de las costas chinas y de Corea del Norte para fortalecer la imagen interna y externa de Washington.

Pero dos episodios cambiaron el escenario y afectaron de manera tal vez irreversible el curso de los acontecimientos. El primero fue la aparición del Covid-19. Inicialmente fue objeto de acusaciones de la Casa Blanca a Beijing, ante la desinformación del Gobierno chino, la persecución a quien publicara evidencia del brote del virus en redes sociales y la extraña prohibición de vuelos internos en China pero no hacia el exterior. La OMS también fue blanco de discursos y twitts del presidente Donald Trump hasta la decisión de no financiar más al organismo.

El avance del virus parecía limitarse a las ciudades de alto tráfico aéreo. La evidencia de la costa este, y en particular en Nueva York, no parecía preocupar a la Casa Blanca, aunque a mediados de marzo el Gobierno estadounidense prohibió el ingreso de vuelos desde 22 miembros de la Unión Europea y otros 4 países europeos (incluyendo Suiza). Mientras tanto, y hasta el presente, cada Estado tiene su estrategia para enfrentar el virus, y ya desde abril eran cada vez más frecuentes las críticas a la administración Trump por no haber actuado a tiempo para evitar miles de muertos. Las desinteligencias fueron tales que hasta el propio Presidente se enredó en una polémica con el Jefe del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades de EEUU, Anthony Fauci. Este acusaba a Trump de haber actuado tarde para contener el avance del Covid-19 mientras el Presidente le achacaba que a fines de febrero Fauci afirmaba que no había de qué preocuparse. “Time to #FireFauci” comenzó a aparecer en los twitts del Presidente mientras el virus seguía avanzando y no sólo en los estados de la costa Este.

Frente a la preocupante circulación del Covid-19, se sumó el segundo episodio: el homicidio de George Floyd el pasado 25 de mayo. Algo que podía pasar, tarde o temprano, ante los abusos policiales contra latinos y afroamericanos que desde hace no menos de 5-6 décadas se siguen aceptando como “normal” en no pocos estratos de la sociedad estadounidense. Inclusive por parte de quienes han alcanzado posiciones en segundas-terceras líneas de la administración Trump. Las protestas por varias semanas han tenido un impacto más que visible sobre las encuestas de opinión. Algo más que agravado por las más que disparatadas afirmaciones de Trump un mes atrás frente a los datos de caída del desempleo de mayo al 13,3%: “Ojalá que George (Floyd) nos esté mirando ahora mismo desde arriba, estará diciendo que esto es algo muy bueno para nuestro país. Es un gran día para él, un gran día para todos. Es un gran día para todos, es un gran día en términos de igualdad”. Como era de esperar, el candidato demócrata Joe Biden no dudó en calificar de “despreciables” las brutales afirmaciones del ocupante de la Casa Blanca.

¿Podrá Donald Trump lograr la reelección en noviembre próximo? La situación luce en extremo difícil para el oficialismo. Las actualizaciones de las encuestas de opinión muestran, especialmente luego del episodio de Floyd un giro inequívoco hacia la desaprobación de la gestión del actual presidente, y hacia cada vez más intención de voto a favor de Biden. El comportamiento de la economía difícilmente modifique esa percepción mayoritaria de hartazgo con el “estilo Trump”. No hay discusión sobre el buen desempeño de la economía hasta el brote del Covid-19, pero el humor de buena parte de los estadounidenses no depende fundamentalmente de los “barómetros” de la economía. Los números de desempleo conocidos ayer por la mañana son más que alentadores: la tasa de desempleo cayó de 14,7% en abril a 13,3% en mayo y ahora, a 11,1% en junio. Un signo más que alentador, en particular en el último mes: la cantidad de desocupados descendió en 3.235.000 personas, y la de ocupados plenos aumentó en 4.940.000 personas. Algo alentador si se enfoca el escenario con relación a la potencial recuperación post-pandemia. Pero difícilmente pueda discernirse si es suficiente para que a 4 meses de la elección presidencial pueda modificarse el creciente malhumor con el actual Presidente. Algo difícil de modificar con los números económicos. En los últimos días empezaron a conocerse sondeos que muestran que no menos del 15% de quienes están conformes con las políticas aplicadas para contener la recesión y revertir la destrucción de empleos de abril, no estarían dispuestos a votar al actual Presidente. El factor fundamental ha sido el rechazo masivo al episodio de Floyd. El factor de la discriminación racial igualmente no parece ser algo que registre totalmente el primer mandatario: días atrás no tuvo peor idea que retwittear (y luego borrar) un video de un simpatizante gritando “White power!” y otro de una pareja de St. Louis apuntando a manifestantes de raza negra exigiendo la renuncia del jefe municipal. Dos errores comunicacionales más que simplemente empujan a los habituales “indecisos” hacia el candidato demócrata, al menos en las encuestas de los últimos días.

Habrá que ver ahora la dinámica del Covid-19 y de la economía con mayor atención, pero difícilmente logre revertir la desaprobación a los abusos policiales, y en particular a la discriminación racial. Algo que le va a costar revertir en materia de intención de votos a un Presidente que 4-5 meses atrás creía tener la reelección prácticamente asegurada.

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