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Taiwán y el sueño estratégico del presidente Xi Jinping

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Atilio Molteni 20 julio de 2020

Por Atilio Molteni Embajador

Como era lógico prever, el 14 de julio el presidente Donald Trump optó por eliminar las preferencias comerciales que venía gozando Hong Kong en su comercio con Estados Unidos. La decisión fue una directa respuesta a la nueva política de seguridad y represión adoptada por el Gobierno de la República Popular China (RPC), cuyas autoridades ignoraron los términos del acuerdo que suscribieran con el Reino Unido en el que se pactó la noción de preservar, en el caso de esa excolonia, el criterio “un país, dos sistemas” hasta 2047 (ver mi columna de la semana pasada). Esa regla hacía posible la coexistencia de la economía socialista de mercado que practica la RPC con el capitalismo ortodoxo que venía aplicando Hong Kong.

La ruptura unilateral del compromiso tuvo el efecto de remover el avispero y generar dudas de alto riesgo. En estas horas los analistas del Asia se preguntan qué sucederá con otros enclaves que Pekín reclama como parte de su integridad territorial y el primero que viene a la mente es Taiwán.

No se trata de una especulación caprichosa. En un discurso pronunciado en 2017, el presidente de la RPC, Xi Jinping, mencionó ese territorio como parte del “Sueño Chino”. En sus declaraciones solía recordar que su país nunca abandonará el objetivo de alcanzar la unidad nacional y que ninguna intromisión externa desviará al gobierno de la misión pendiente de unificar a China, una tarea que no debería pasar a las siguientes generaciones. Bajo tal perspectiva el futuro de Taiwán parece estar en la agenda.

El enfoque nacionalista y autoritario de la actual dirigencia del gobierno y del Partido Comunista se reflejó en la ley de seguridad sancionada el 30 de junio para Hong Kong. Cuando Xi llegó al poder, el estatus quo político quedó atrás. Si bien mantuvo el sistema capitalista “autocrático” para conservar la estabilidad interna, se ocupó de reafirmar la centralidad política y económica del Partido Comunista Chino (PCC) e incrementó la inflexibilidad doctrinaria del gobierno.

Tales enfoques no tardaron en ser noticia. En el ámbito de la política exterior se advirtieron las escaramuzas con la India en el Himalaya; su influencia en la Península Coreana y las pretensiones territoriales y militares en los mares del Sur y el Este de China, reclamados también por otros países, todos puntos calientes que se suman a la situación crítica en que se tiende a poner a Taiwán, con quien mantiene lazos comerciales de sugestivo interés.

A pesar de que la relación triangular entre Taiwán, China y Estados Unidos origina tensiones que en el pasado ocasionaron diversas crisis, la situación actual registra importantes cambios. Mientras China es una potencia ascendente, Estados Unidos y su política geoestratégica son los de una potencia declinante y en repliegue.

Washington aún exhibe las fuerzas armadas más poderosas del planeta y China depende de un sistema global de comercio que absorbe sus exportaciones. Al mismo tiempo, esa potencia tiene clara voracidad por voluminosos suministros externos de materias primas e insumos energéticos.

Históricamente, la victoria comunista en la guerra civil de 1949 liderada por Mao Zedong (Mao-Tsé Tung), permitió a la RPC obtener un hegemónico control del territorio continental y crear su actual e imponente geografía. Lo único que no pudo conseguir el aludido líder chino, es dominar a su oponente Chiang Kai-shek y a sus seguidores, quienes se retiraron a la isla de Taiwán y a otras pequeñas islas cercanas, liberadas de la ocupación japonesa cuatro años antes. Allí, la llamada República de China pudo consolidarse con el apoyo de la Séptima Flota estadounidense.

Esa configuración repercutió en Washington, debido a que durante la Segunda Guerra Mundial le había otorgado una gran colaboración a Chiang Kai-shek suponiendo, erróneamente, que él habría de ser el líder capaz de controlar el país y transformarse en un gran aliado. Washington nunca quiso imaginar la victoria comunista y ello se interpretó como una catástrofe nacional, la que por entonces se resumía en la pregunta: “¿Quién perdió a China?”.

En 1971, la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 2758 (XXVI) mediante la que fue reconocida la RPC como la legítima representante de China en esa Organización, al tiempo que expulsó a los diplomáticos de Chiang Kai-shek. Fue una consecuencia del acercamiento de Nixon a Pekín en plena Guerra Fría, hecho que dio lugar a que numerosos países, entre ellos Argentina, a reconocer a la RPC como el único Gobierno legal, una visión que da por supuesto aceptar, con la sabiduría de la época, que Taiwán forma parte de la RPC. No obstante esa realidad, son numerosos los Estados que mantienen relaciones no oficiales con Taipéi, pero sólo quince lo hacen con vínculos diplomáticos, mientras Pekín fomenta con éxito su exclusión de los organismos internacionales. En la OMC, hasta ahora tanto Hong Kong como Taiwán son miembros de territorios aduaneros independientes. En el futuro se verá cómo sigue esta película.

La isla de Formosa ésta separada del continente por el Estrecho de Taiwán, de unos 160 kilómetros de ancho, tiene una población de 23,6 millones de habitantes y cuenta con un PIB de US$ 603.000 millones (2019). Es la 22° economía mundial y la décimo tercera entre las más competitivas del planeta.

Las exportaciones taiwanesas alcanzan a US$ 393.000 millones. Los sectores más significativos del PIB son el industrial (36%), los de servicios (60%) y agricultura (3%). Sobresale en la cadena de suministros globales y en las manufacturas sofisticadas, y el promedio de crecimiento anual del PIB en la última década fue del 2.9%. Sus exportaciones se dirigen a la RPC (26,3%); Hong Kong (13,7%); EE.UU. (12%); Japón (7%) y la UE (casi 9%).

El Partido Nacionalista del Kuomintang (PNK) de Chiang Kang-shek mantuvo el control autoritario de Taiwán hasta 1987. En ese año comenzó un período democrático y de transformación económico-social. La primera elección presidencial recién se hizo en 1996. El Partido Democrático Progresista (PDP) está en el poder y su presidenta es la Sra. Tsai Ing-wen.

En enero pasado, Tsai fue reelecta nuevamente y su partido reclama la autodeterminación de la isla. Las protestas que se registraron en Hong Kong (2019) fueron determinantes en su victoria electoral. Un 58,5% de los votantes se suelen considerar taiwaneses y sólo 3% chinos, lo que resulta evidente en la juventud. Además, la tendencia a identificarse como taiwaneses, más que chinos, aumenta en forma constante.

De esta manera, la política taiwanesa tiende a colorear al país según el partido político en el poder, sin que ninguno de ellos acepte la fórmula de “Un país, dos sistemas” sostenido por China continental, al tiempo que ambas fuerzas rechazan la ley de seguridad concebida para la RPC para someter a Hong Kong.

Sólo el PNK propone contactos más estrechos con el Continente. Entre 2008 y 2016 basó su relación con la RPC en el llamado “Consenso de 1992”, donde las partes reservaron su interpretación sobre el estatus de Taiwán, que fue aceptado por Deng Xiaoping cuando deseaba estimular la economía y la inversión extranjera. El Consenso es un enfoque pragmático que promueve contactos partidarios directos y mayores vínculos en una variedad de temas. En cambio, el PDP no lo aceptó (tampoco fue reemplazado por otro), pues propone una situación semejante a una democracia soberana, un estatus quo en el Estrecho de Formosa y ciertos cambios en su comercio e inversiones dirigidos hacia el sudeste del Asia y el Pacífico, a través de una nueva iniciativa basada en 18 mercados internacionales, lo que no encaja mucho con la realidad de que el 40% de las exportaciones van a la RPC y Hong Kong.

Pekín considera a Taiwán como una provincia bajo el principio de una sola China y no reconoce su objetiva independencia. Según la Constitución de la RPC pertenece a su territorio, donde se da por cierto que todo el pueblo chino debe cumplir con la reunificación. Al mismo tiempo apoya los contactos políticos con el PNK (no con el PDP), que cimentaron una integración económica de relevancia.

Pekín mantiene su amenaza militar con importantes despliegues de fuerzas y intimidantes demostraciones aeronavales. En la última década, el balance de poder perjudicó notoriamente a Taipéi, debido al gran desarrollo militar de China. Xi declaró que no va a permitir el secesionismo taiwanés, poniendo el acento en una “unificación pacífica” basada en la coerción política y económica.

Hasta ahora el gobierno de la RPC no intentó la reunificación por la vía militar, debido a la presencia armada de Estados Unidos y el apoyo político de sus aliados en la región como Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelandia, Singapur, a quienes se agregaron Vietnam e India, una liga que sostiene que la situación de Taiwán debe resolverse con el consentimiento del pueblo taiwanés. Nadie espera que el tema alcance fácil solución.

Aunque la RPC intenta construir una esfera de influencia exclusiva en el Asia-Pacífico, Estados Unidos hasta ahora defendió sus intereses en la región, que en el pasado se manifestó en las guerras de Corea y Vietnam. Ambos utilizan acciones económicas y políticas que son equiparables a una competencia de amenazas. Y si bien aún no existe confrontación directa, la eventualidad podría ocurrir y el papel de Taiwán será crucial.

La política de Estados Unidos respecto de Taiwán nunca dejó de estar condicionada por la evolución de sus vínculos con la RPC. Desde 1955 hasta 1980 existió una alianza militar con Taipéi, abandonada cuando tuvo lugar el reconocimiento diplomático de Pekín. Ese arreglo fue sustituido por programas de asistencia militar de gran importancia mediante los que se busca asegurar que Taiwán disponga de una fuerza razonable y de un poder de disuasión creíble.

En estas horas Washington se está alejándose de la cooperación con la RPC y, gradualmente, se acerca a una confrontación estratégica nacida de diversas acciones del Gobierno de Trump, hoy incentivadas por la pandemia que azota al mundo. Tal escenario implica un escenario incierto, susceptible de agravarse si se produce una crisis militar entre la RPC y Taiwán.

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