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PIB per cápita en dólares de Argentina: similar al de 2007

Si el Estado quiere limitar la incertidumbre debe explicar y planificar. Un programa económico concreto, con líneas directrices, metas e instrumentos claros y explícitos, es importante para que los privados puedan definir sus proyectos en un marco menos volátil.

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24 julio de 2020

Por Pablo Besmedrisnik

El principal problema que aqueja la economía argentina y que conspira contra cualquier decisión privada seria, orientada a la expansión, es la incertidumbre.

El argentino medio está acostumbrado a lidiar con fuentes de incertidumbre tales como la inflación, el derrotero impredecible del tipo de cambio (con o sin desdoblamiento) o los vaivenes bruscos en el ámbito de la política. Tal vez tenga que tomar decisiones aventurando volantazos en la política fiscal, tales como derechos de exportación del 40% o su eliminación total, o anticipando un sendero de precios regulado para la energía o quizás un esquema de tarifas libres. El inversor deberá pronosticar si el default de la deuda pública será el año que viene, dentro de cinco años o nunca, y si durante los próximos años habrá libre movilidad de capitales o control absoluto de cambios. El pequeño ahorrista evaluará el destino de sus fondos a lo mejor en un contexto en el cual puede comprar los dólares que quiera, o como ahora y por ahora, llevándose US$ 200 siempre y cuando esté en regla. Será tarea del contribuyente elucidar el alcance de una nueva moratoria fiscal o de otro blanqueo de capitales.

En general, el argentino no tiene que enfrentar escenarios con fluctuaciones en el margen como suele suceder en buena parte de las economías del mundo. La sutileza no es una característica saliente de las diferencias entre los escenarios posibles. No se trata de proyectar si la devaluación será de un 3% o de un 6% durante el próximo año, sino que la apuesta caerá entre 30% y 60%, claro, siempre siendo conservadores. Las alternativas son dramáticamente diferentes y enfrentadas. No hay grises para el argentino.

Los escenarios futuros variopintos y extremos tienen costos fuertes. El consumidor y el inversor argentino son muchas veces racionales al extremo, y toman las decisiones correctas agazapados frente a lo peor, priorizando mantener el valor dólar (sí, dólar) de su activo, o en el otro extremo pretendiendo tasas de rentabilidad excepcionales (no hay tasas ordinarias para contextos excepcionales). Para el desconsuelo de Adam Smith, en el caso argentino la suma de decisiones racionales pero incómodas no lleva a otro lugar que al entumecimiento de la economía real, salvo veranitos reconfortantes.

No sería muy atrevido atribuir gran parte del fracaso económico y social de Argentina a la apabullante falta de certidumbre. Argentina tendrá en el 2020 un PIB per cápita medido en dólares similar al del año 2007, luego de altas y bajas pronunciadas.

A las fuentes naturales y hasta ahora permanentes de incertidumbre que suelen afectar las determinaciones de los actores económicos en la Argentina, ahora se le agregan inéditas dosis importadas de inseguridad, eventualmente exacerbadas en el espacio local. La pandemia y la cuarentena incorporan incógnitas en buena medida indescifrables a la ya de por sí compleja ecuación argentina. ¿Cuánto se endurecerá o flexibilizará la cuarentena? ¿Habrá rebrote? ¿Cómo se trasladará a precios la ingente cantidad de pesos emitida? ¿La economía en general muestra esperanzas pero la actividad de mi empresa no repunta, seguiré accediendo a los ATP el mes próximo? ¿Tendré trabajo en tres meses, cobraré el IFE el mes venidero? Es duro, pero para una familia no es suficiente saber que tiene el dinero para pagar los comestibles del mes corriente, sino que necesita tener cierta claridad sobre los meses futuros.

La suma de la incertidumbre estructural argentina con la coyuntural como consecuencia del Coronavirus, configura un tablero complejo, que virtualmente congela cualquier decisión genuina de inversión o de gasto relativamente importante, y condena a la Argentina a enfrentar un proceso de regeneración más lento y enfermo.

En el marco de lo posible, el Estado debería asumir como su responsabilidad y objetivo claro y preciso restringir al máximo las fuentes de incertidumbre. Tan solo por citar algunos ejemplos: Hablar claramente sobre la manera en la cual piensa abordar la salida de la larga recesión que hizo valle en la pandemia; explicar la salida no traumática que está delineando para introducir reglas claras y creíbles en el mercado energético; definir cuantos años se aspira a convivir con control de cambios y con el dólar solidario; explicitar cual va a ser la política antiinflacionaria; disparar (o no) la Ley del Conocimiento aclarando que tendrá carácter retroactivo (o no); darle certeza al ciudadano que mientras dure la crisis profunda tendrá el respaldo del Estado.

Si el Estado quiere limitar la incertidumbre debe explicar y planificar. Un programa económico concreto, con líneas directrices, metas e instrumentos claros y explícitos, es importante para que los privados puedan definir sus proyectos en un marco menos volátil, y seguro contribuirá con una recuperación más rápida y saludable de la economía argentina.

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