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La paradoja del efectivo

A pesar de los beneficios del dinero digital, aún en Argentina, y en muchos otros países, el uso de efectivo es extremadamente alto: según una encuesta de UADE (realizada antes de la pandemia), 82% de los encuestados declararon que siempre o casi siempre usan efectivo.

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07 julio de 2020

Por Alejandro Tomás Scasserra

El ser humano inventó el dinero entre el 3.000 y el 2.000 antes de Cristo como una solución al problema del trueque. El intercambio de bienes por bienes se fue volviendo tan difícil a medida que las civilizaciones empezaban a formarse, que fue necesaria la creación de una unidad de medida con un determinado valor socialmente aceptado. Al principio, se utilizaban los metales preciosos como soporte para acuñar moneda, luego se pasó al papel y recientemente al mundo digital.

El dinero permitió el desarrollo de la humanidad y de la economía como lo conocemos hoy, principalmente a través del crecimiento del comercio. Pero también permitió el desarrollo de los préstamos y las inversiones, y por los tanto de empresas que dedican su actividad a su gestión, como bancos y financieras.

Esta pequeña introducción histórica es más actual que nunca puesto que estamos viviendo una nueva revolución en lo que se refiere a las finanzas. Así cómo alguna vez fue el paso del trueque al metal, del metal al papel, entre otras, hoy estamos transitando un cambio de paradigma en como las personas se relacionan con el dinero.

Con la crisis del año 2008 en Estados Unidos, empezó lo que se transformaría en la gran revolución de las finanzas digitales, liderada por las fintech y bancos digitales. Esta ola que parece imposible de detener fue metiéndose en la vida cotidiana de las personas, primero en países desarrollados y luego en economías más pequeñas. Parecía inevitable, pero lento. Sin embargo, la pandemia ha acelerado de manera exponencial el uso de dinero digital. El dato habla por sí solo: según un estudio de Mastercard en Argentina, el 62% de las personas aseguran haber aumentado el uso de pagos digitales desde que comenzó el aislamiento.

Si se le pregunta a cualquier optimista del dinero digital sobre el futuro del efectivo, diría que probablemente para el 2030 la economía se moverá casi en su totalidad con dinero digital. Es lógico: a lo largo de la historia humana, la nueva tecnología suele ser más eficiente y termina por reemplazar a la anterior.

El dinero digital es más transparente, evita la evasión fiscal, es más seguro, es más cómodo, reduce costos de transporte y caudales, no hay que ir a un cajero a retirarlo, facilita la recolección de datos y por lo tanto mejores ofertas de crédito, fomenta el ahorro y la inversión, es más ecológico, permite pagar a personas a cientos de kilómetros de distancia, y la lista continúa. El dinero digital es, sin lugar a dudas, una tecnología mejor y más eficiente.

Sin embargo, a pesar de todos estos beneficios y del incremento de uso de productos financieros digitales, aún en Argentina y en muchos otros países del mundo, el uso de efectivo es extremadamente alto: según una encuesta de UADE realizada antes de la pandemia del Covid-19, el 82% de los encuestados declararon que siempre o casi siempre usan efectivo. Es más, hay quienes son totalmente escépticos de que las finanzas digitales puedan matar al dinero papel, en especial en países como el nuestro. Incluso en el largo plazo.

¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede ser que una tecnología superadora, con todos los beneficios que representa, no pueda imponerse sobre su predecesora? ¿Qué es lo que está faltando para poder avanzar en su adopción para lograr una sociedad más inclusiva y transparente en términos financieros?

La respuesta a estas preguntas está en un atributo fundamental del efectivo que las finanzas digitales aún no han podido replicar: su privacidad.

El efectivo representa una gran paradoja: es una tecnología que tiene aproximadamente 4.000 años y que, a pesar de los avances, no hemos sido capaces de superar. La privacidad que brinda el dinero papel en su uso transaccional le permite seguir posponiéndose en el tiempo. Además, se ve potenciado por la enorme deuda en términos de educación financiera que existe en nuestro país, lo que fomenta la informalidad y la permanencia de su uso.

Nada de esto pretende justificar el circuito informal, pero sí explicarlo: los comerciantes, las pequeñas empresas y los particulares prefieren uso del papel porque de esta manera se resguarda la confidencialidad de su vida económica. De esta manera se evita dar explicaciones, abonar comisiones y pagar impuestos, entre otros, aunque esto signifique menor acceso al crédito, a formas de inversión, medios de pago o inmediatez en el uso del dinero. Su vida financiera permanece en el anonimato.

Para poder avanzar hacia una economía más inclusiva y digital es necesario entender los incentivos que tienen los agentes económicos para seguir utilizando el dinero en efectivo.

La inclusión financiera es un factor fundamental para el desarrollo de la economía y una posibilidad para millones de personas para salir de la pobreza. Hoy la tecnología permite recabar y analizar datos de usuarios como nunca antes, con el fin dar nuevas posibilidades a personas que siempre fueron excluidas de los sistemas financieros tradicionales.

Es hora de que demos los incentivos educativos, regulatorios e impositivos para terminar de una vez con la paradoja y tener una economía más justa, transparente e inclusiva.

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