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La era de la normalidez

La-nueva-normalidez
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15 julio de 2020

Por Patricio Cavalli Profesor de UCEMA (*)

 El aviso llega desde la soleada y ahora virósica California. Los locales de Hugo's Tacos de todo EE.UU. se van a tomar “una pausa” para “reagrupar” a su staff, después de varias semanas de lidiar por el sentido común, que parece ser el menos común de los sentidos en este momento. “Después de semanas de recibir agresiones, insultos, que les tiren cosas y líquidos, nuestro equipo necesita una pausa”, dice el afiche que leemos con pesar y que nos mueve a pensar: “¿Es que hemos perdido por completo la razón?”

Y sí, es posible que sí. Napoleón (creemos que fue Napoleón) dijo que la verdad es la primera baja de una guerra. Y parece que la sensatez es la primera víctima de una pandemia. Según los especialistas (por ejemplo, Gonzalo Peña en el seminario de investigación de mercados de SAIMO y UCEMA de junio), las tres etapas fundamentales del comportamiento social en una pandemia son la sorpresa, la adaptación y el aprendizaje. Estaríamos ahora transicionando entre la segunda y la tercera etapa, con un pequeño aditamento intermedio, el de la “yo escuché que?ización” y la “a mí me parece que?ización.”

La primera es peligrosa por imaginaria y de pensamiento mágico. Alguien imagina que un especialista dice algo parecido a lo que quiere escuchar, luego imagina a otra voz autorizada (pero imaginaria), luego suma a algún experto real en televisión, radio o redes diciendo algo real, pero que escucha parcialmente a la ensalada mental, y cuando nos queremos dar cuenta, está estornudando en el ascensor de un jardín de infantes, porque “yo escuché que se podía porque?”.

La segunda es definitivamente trágica. A este autor le parece que la cirugía a corazón abierto es buena hacerla escuchando “Despacito”, porque calma los nervios. También le parece que la temperatura del agua pesada en un reactor nuclear debe ser similar en los reactores de tipo PHWR, los PWR y los HWR, porque se le ocurre que el agua es agua y el U-235 no puede comportarse de modo tan variado en contextos similares. Y finalmente le parece que los niños con problemas de lectoescritura deben ser tratados con letras de gran tamaño pintadas en el techo de sus camas, con imágenes de los minions pintadas de celeste y no amarillo. ¿Por qué? Bueno, gente, porque es la última moda: porque “le parece que”.

Y así como hay gente que le parece que usar máscara o barbijo no es necesario en la calle o negocios, a este autor le parece todo eso y espera que se haga, y punto. Así nomás, sin tanta explicación. Así como usted camina sin máscara, este autor piensa cambiar el tipo de agua que enfría Atucha, ni bien logre sentarse en el sillón de la CONEA.

¿Se entiende de lo que estamos hablando? Es que estamos entrando a una velocidad peligrosa a la era que conoceremos como la “nueva normalidez”. Es decir, la nueva normalidad, teñida de estupidez. Que ya sabemos, sólo se diferencia de la inteligencia en que la primera no tiene límites.

Entre la larga lista de “normalideces” encontraremos no usar barbijos ni máscara facial en público, agredir a quienes le piden a las personas que lo hagan (y ofenderse), salir a correr cuando está prohibido, fingir que se va a hacer compras para “pasear un rato”, expropiar empresas privadas (ah, no, perdón, esa va en otra categoría), jugar al paddle en plena pandemia y salir con los chicos más allá del tiempo prudencial recomendado por psiquiatras y pediatras.

Como en todo tema, hay temas para resolver, que no son ni genialidades ni estupideces, pero que requieren de mayor análisis. En estos, lo serio no es tomar partido (o sea, tomar partido siempre es algo malo, lo mejor es dejar que se jueguen los otros y después plegarse al bando ganador), si no hacerlo sin que los expertos hayan podido expedirse.

Entre ellos (y este autor se confiesa culpable de hacer algunas de estas cosas) está, por ejemplo, usar como excusa para salir sin barbijos el argumento que dice: “Pero si muere más gente de gripe común, o de accidentes de autos, o de paros cardíacos por tener las arterias tapadas, que de coronavirus. Hay que abrir todo y que se inmunice todo el mundo y listo. No se pue-de pa-rar el mun-do por es-to”. Es importante enfatizar la separación de sílabas en la última frase.

Y el punto es que en realidad “?moría más gente de gripe común, o de accidentes de autos, o de paros cardíacos por tener las arterias tapadas, que de coronavirus”. Si el paralelismo es cierto, o no, no lo sabemos. Por varias razones.

Primero porque si la pandemia no se trata de controlar, cada vez que alguien ingrese con el 50/50 de chances de sobrevivir de esa gripe o accidente, y encuentre las camas y respiradores tapados por pacientes de Covid-19, empezarán a subir las muertes por gripe común y accidentes de auto.

Segundo porque comparar muertos de Covid-19 con muertos por accidente de auto es comparar peras con mandarinas, sólo porque ambas se venden en la verdulería. No es lo mismo, y por lo tanto es un argumento falaz en su raíz. Además, porque en estadística no se puede medir de forma contrafáctica temporalmente, es decir, no se puede comparar lo que pasa hoy contra lo que pasó ayer, cuando todavía no pasaba lo de hoy. Y finalmente, porque la ciencia, no la opinión ni el sentido común, demuestran que la tasa de contagio y mortalidad del Covid-19 es muy superior a la gripe común. Y ya sabemos que en ciencia, uno tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos.

Es decir, tal vez, quizás, en un tiempo, con datos científicos en mano, descubramos que sí, se podía comparar al Covid-19 con la gripe común. Lo “normalidoso” es hacerlo hoy, sin datos concretos, con sólo seis meses de data dudosa y nebulosa, en medio de la emergencia y cuando la ciencia todavía está tratando de comprender el fenómeno al que nos enfrentamos, para luego poder medirlo y recién ahí -ahí- sacar conclusiones. Lo malo no es comparar Covid-19 con gripe sino hacerlo ahora, sin datos y a las apuradas.

Pero cuidado, no sólo se trata de esa parte del arco. Del otro lado de la “normalidez” están, por ejemplo, nuestros buenmozísimos líderes políticos cuya única solución al problema es cerrar y cerrar una sociedad por 120 días (y contando), sin pensar en cuestiones como la economía, la salud mental y la posibilidad de reabrir la sociedad con protocolos, como están haciendo los países del mundo que tienen el tema medianamente controlado.

En este lado están también quienes deciden cuándo y cómo van a moverse en caso de tener los síntomas. Se está volviendo normal escuchar a gente que dice: “Excepto que me esté realmente muriendo, yo no digo nada, mirá si me mandan a Campo de Mayo, o me quieren separar de mi familia.”

Y no funciona así. No hay un ejército de hombres malvados en camionetas con el traje de HazMat llevándose gente como en una película distópica?ni las personas infectadas van a un campo de concentración. No avisar, al menos a su médico (quien además puede guardar el secreto), de que alguien tiene los síntomas, automedicarse, no aislarse de familia y vecinos es otro rasgo de, en fin? souplesse mentale.

Hay una última “normalidez” en el aire: la cuarentena ininterrumpida, absoluta, eternamente “faseada” en “uno”, la economía mundial colapsada y la ayuda del Estado keynesiano, corrupto e inflacionario como única fuente de ingresos. Esta es quizás la peor de todas. Porque es la línea argumental de quienes se supone deberían estar en condiciones de tomar decisiones que permitan avanzar cierto grado de normalidad, con algún componente de inteligencia, o al menos de coherencia.

Llamaríamos a esa nueva normalidad “La era de la normaligencia” y ojalá llegue pronto. Y nada mejor para poner algo de normaligencia y de balance en el aire que consultar a un especialista. Eso haremos, para tratar de poner algo de calma en nuestra afiebrada realidad, en el próximo envío de la serie sobre esta nueva era.

“¿Sabe qué pasa jefe? -concluyó Juan Carlos Manhattan, dueño de una ferretería cuya principal fuente de ingresos ya no son los bulones y remaches de dos pulgadas, sino los finos barbijos con superhéroes y flores que hace su sobrina-. Hay que dejar de hablar por hablar y preguntarle a los estudiosos. Hable con esa médica que usted conoce y pregúntele y después viene y me cuenta, no me venga con idas suyas”. Y claramente, una vez más, este hombre tuvo razón.

(*) Las opiniones expresadas son personales y no necesariamente representan la opinión de la UCEMA

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