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30 julio de 2020

Por Martín Polo Economista

Las cuentas públicas están en su peor momento. Caída en la recaudación y disparada del gasto derivaron en el mayor desequilibrio fiscal en décadas que se financia en soledad con emisión monetaria. Ya no alcanza con lograr un acuerdo por la reestructuración de la deuda: de no mediar reformas estructurales, el desequilibrio fiscal se tronará insostenible.

Es un monstruo grande y pisa fuerte. Desde hace tiempo que todas las miradas se concentran en la renegociación de la deuda y parece haber conceso entre las partes en cuanto al ahorro de pago de servicios de deuda por los próximos años. Sin embargo, la sostenibilidad no está asegurada en tanto y cuanto el Gobierno no apunte a un programa de reformas que equilibre las cuentas públicas que este año terminaría con uno de los peores resultados de nuestra rica historia de insolvencia fiscal.

La esperanza de lograr superávit primario se fue muy temprano. Ni bien asumió y habiendo recibido un resultado primario casi equilibrado (0,4% del PIB), el Gobierno marcó la cancha en que el equilibrio fiscal no iba a ser su prioridad en el corto plazo. Más allá del amague que una Ley de Emergencia que aumentó la presión impositiva e interrumpió la movilidad jubilatoria, la política fiscal arrancaba con un alto componente discrecional y expansivo. Así lo marcaron los números de los primeros dos meses del año (en ese entonces el Covid-19 sólo era un cuento chino) en los que el gasto primario se aceleró del 34% al 49% mientras que los ingresos desaceleraron del 60% al 37%. Así, por primera vez en 4 años, la dinámica del gasto superaba a la de los ingresos. La aceleración del gasto la determinaron los subsidios y los salarios en tanto que la moderación de los ingresos fue por la previsible desaceleración en los ingresos por retenciones y menor ingreso de capital. Esta performance fiscal no era la mejor carta de presentación a la hora de encarar un proceso de renegociación de deuda en la que el gobierno decidió hacerla sin plan.

Empeoró en marzo. Como sabemos, el Covid-19 se transformó en pandemia y con ella llegaron las cuarentenas. En Argentina comenzó en la tercera semana de marzo y las consecuencias no se hicieron esperar. Con apenas 10 días de ASPO, la actividad cayó 10% y las presiones para subir el gasto aumentaron. Así fue y la tendencia del primer bimestre se consolidó en marzo: los ingresos subieron 31% en tanto que el gasto primario lo hizo al 70%, de los cuales 10 puntos del alza lo explicó el gasto “extraordinario” por la pandemia (excluyendo estas partidas, el gasto creció 63%). Cerraba así un primer trimestre con un déficit primario anualizado de 2,5% del PIB (versus un superávit de 0,6% en los primeros tres meses de 2019).

El peor de todos. La extensión del aislamiento obligatorio y las medidas adoptadas por el gobierno para asistir a las empresas y a familias llevaron al peor resultado fiscal de la historia. Las cuentas públicas fueron golpeadas por los dos lados: el derrumbe del nivel de actividad y la exención del pago de cargas tributarias hizo que los ingresos marcaran un alza de 8% en tanto que el gasto primario, impulsado por los ATP para empresas y el IFE para las familias, se disparó al 87%. Sin estas erogaciones especiales, el gasto primario creció al 50%. Con esta dinámica, el resultado primario del segundo trimestre marcó un déficit primario anualizado de 12% del PIB, todo un récord.

Semestre en rojo. Así las cosas, el primer semestre del año los ingresos crecieron 21% mientras que el gasto primario lo hizo al 74% (50% sin los gastos extras) por lo que el déficit primario se disparó hasta 3,6% del PIB (-7,2% anualizado), unos $889.806 millones que sumando los intereses pagados (cayeron por efecto del default desde abril) marcaron un déficit global de 4,8% del PIB o $1,187.535 millones. Sin otras fuentes de financiamiento, el gap fue cubierto enteramente con transferencias del BCRA que generaron una fuerte expansión de la base monetaria.

¿Cómo sigue? Si bien la aceleración de la inflación y mejora de la actividad le darán aire a los ingresos, con la extensión de la cuarentena y la demora en algunos programas de asistencia el gasto continuará creciendo muy por encima de los ingresos por lo que nos lleva a otro semestre de fuerte desequilibrio fiscal. El año termina con déficit primario de casi 7% del PIB y de 9% en el global. En otras palabras, el BCRA deberá transferir al menos otros $1.000.000 millones en lo que resta del año.

Con este marco, con reestructurar la deuda no alcanza. Más temprano que tarde el Gobierno deberá dar una señal clara y contundente de cómo reencauzar las finanzas públicas, en un entorno político y social complejo.

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