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Una historia colectiva que se sigue escribiendo

Kicillof-Larreta-Fernandez
Kicillof-Larreta-Fernandez
25 junio de 2020

Por Sebastián Giménez Escritor

Parecemos estar corriendo en una cinta, desgastándonos, cansándonos para quedar en el mismo lugar. O peor, la cinta con su resistencia vence y hace retroceder al corredor. Un juego de la oca en que el jugador saca siempre un uno en el dado y entonces cae, luego de atravesar otros tormentos, en la casilla que lo hace retroceder al punto de partida.

Una cuarentena estricta, propuso a las cámaras el Ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, como si se tratara de una oleada de inseguridad y asaltos en el conurbano. Y es más o menos así, con el crecimiento de los contagios espiralizándose y alcanzando a cerca de los 2.000 por día. Hoy se reúne el triunvirato de Horacio Rodríguez Larreta, Axel Kicillof y Alberto Fernández. El que tiene la llave de las decisiones que cuentan. Los deseos u opiniones de los subordinados son puro cartón pintado. Tal vez, Berni pone palabras a una estrategia política para que los oyentes de la conferencia de prensa acudan sin esperanzas, rendidos a la continuidad incuestionable de la cuarentena. Llegando al pico del Aconcagua, con menos aire y con un frío que la estación invernal no hace más que incrementar. La cuesta abajo sería más fácil, pero ningún andinista se la lleva de arriba en esos menesteres, y en estos tampoco.

Se conoció la cifra de la caída de la actividad económica de 5,4% en el primer trimestre y con la desocupación superando en poco los diez puntos porcentuales. Trescientos mil desocupados más, a esa fecha. Hay que tener en cuenta que tomó sólo medio mes de la cuarentena, decretada a mediados de marzo. Demasiado pronto, dicen algunos periodistas con el diario del lunes bajo el brazo. Siempre actuábamos a destiempo los argentinos, y una vez que nos anticipamos también se critica. Cuando nos adelantamos pecaríamos de apurados y cuando vamos detrás de los acontecimientos, por poco precavidos. Si llegamos temprano, porque llegamos demasiado antes, y si llegamos tarde porque llegamos demasiado después. La unanimidad es imposible, ya lo sabemos. Lo que es evidente es que pensar en los números económicos del segundo trimestre que estamos concluyendo da escalofríos. Casi que recordando los versos, curiosamente de ritmo festivo, de aquélla canción de La Mosca: “Hoy estoy peor que ayer, pero mejor que mañana / vamos a gritar señor, hasta que nos queden ganas”.

El Gobierno anterior sabía patear las soluciones o la percepción de los resultados de sus discutidas praxis económicas para adelante, hablando del segundo semestre y los brotes verdes. Ahora, se volvió imposible. El segundo semestre será todavía peor que el primero y no brotará prácticamente nada, a duras penas se sostiene un riego artificial para que las empresas no cierren, con las ayudas que se escurren, que caen en el saco roto de un capitalismo que detuvo su maquinaria dinámica. Si algo no anda, en casa le tiramos el VW40, o lo atamos con alambre, como decía en su canción Ignacio Copani. ¿Pero qué pasa cuando el problema es mundial, sistémico? Se reabrieron comercios pero la gente consume menos. ¿Y entonces?

Hay que pasar el invierno, que será peor que los que anunciaba Alvaro Alsogaray. Aquéllos eran por generación artificial y éste producido por un hecho de origen natural o biológico que detuvo o ralentizó el capitalismo mundial. Un invierno demasiado largo y frío, sin abrazos y respetando la distancia social. Y, a mitad de camino, la posibilidad de una marcha atrás, un retroceso que se insinúa y sobre el que martilla el periodismo. El cuadro en la filmina de la exposición, y ésta vez no avanzamos, sino que retrocederíamos en el AMBA. ¡Caramba! Como decían mis abuelas cuando un suceso les producía inconformismo, mezcla de resignación y disgusto. Enarcaban las cejas con una mueca de frustración y luego agregaban: y bueno, hay que seguir para adelante. Y de eso se trata, de pedirle peras al olmo, de sacar agua de las piedras. De acudir a esas sentencias de muchas generaciones que dicen que no hay mal que dure cien años. Pero tres meses fueron suficientes para cerrar muchas empresas y comercios. Otro latiguillo tradicional dice que no hay mal que por bien no venga. Que se unió un poco más la política por lo menos, que los líderes con mayores responsabilidades coordinaron su accionar ante el avance de la pandemia. Traduciendo tal vez el sentir general de la necesidad de una mayor confluencia, porque estamos todos en la misma. No nos une el amor sino el espanto, dijo una vez Jorge Luis Borges. Una unidad casi que forjada en el mutuo desamparo, el desconocimiento y la necesidad del otro.

Casi que, parafraseando el título del libro de Gabriel García Márquez, hoy esperamos la crónica de la extensión de una cuarentena anunciada. Si el fenomenal escritor colombiano anunciaba en su obra la muerte del protagonista desde la primera oración, esta historia que vivimos hoy se viste de la incertidumbre de no saber lo que puede pasar. Rumbo al pico de contagios, sufriendo cimbronazos de la epidemia que se propaga todos los días como la pobreza y la retracción económica. Pero nadie conoce el final de esta historia, verdadero drama por entregas que empezó el 18 de marzo. Una historia que pone a prueba a los dirigentes y a toda la comunidad argentina. Sociedad y Estado. Una historia colectiva con final incierto en medio de la adversidad. Y que se sigue escribiendo.

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