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Una demanda que se queda atrás

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02 junio de 2020

Por Pablo Mira Docente e Investigador de la UBA

El shock del Covid-19 nació de oferta, pero día a día su crianza lo hace más y más de demanda. Esta traición a los genes ha obligado a economistas como el argentino Iván Werning a repensar la pandemia desde un modelo donde la disrupción del lado productivo refleje luego deficiencias del lado del gasto. Las señales globales se presentaron desde temprano con tendencias a la baja de los precios internacionales, manifestando con rapidez la depresión de la demanda. Si bien en muchos países en desarrollo la crisis se tradujo en devaluaciones que presionaron sobre algunos precios, la menor apertura de hecho de las economías limitaron el traspaso. En los países más avanzados, es claro que la crisis tuvo el efecto neto de sostener o contraer precios.

Esta es una incidencia interesante. ¿Por qué un shock “mixto” termina por sesgarse finalmente hacia una demanda más restringida? Una posibilidad es que en el presente la velocidad relativa de reacción de la organización productiva frente a la demanda se ha incrementado. La oferta fue afectada bruscamente, y si bien varios sectores perdieron toda esperanza en el corto plazo (el transporte internacional de pasajeros es el caso más evidente), otras buscaron la forma de readaptarse rápidamente a la nueva situación. El teletrabajo reorganizó con prisa el trabajo administrativo y otros servicios. Los restaurantes y bares sufrieron mucho, pero para evitar perder todo se reinventaron mediante el delivery. Y hay muchos más ejemplos.

La demanda, en cambio, no tiene apuro en reaccionar. En la práctica, hoy día rara vez ocurre que un demandante no encuentra oferta de un producto o servicio final particular. Si hay demanda, la oferta estará allí para venderse como sea necesario (sobre todo si se trata de servicios), incluso circunvalando normas potencialmente ambiguas de respeto a la cuarentena.

¿Pero qué está inhibiendo la demanda? El shock inicial de la pandemia redujo de inmediato muchos ingresos, y deterioró severamente los presupuestos. Una empresa con una hoja de balance deteriorada significa preocupación por buscar formas de seguir operando para repagar, un prepresupuesto familiar deteriorado significa retraer el consumo para adecuarlo a la nueva realidad. Allí aparece en toda su magnitud, tras un shock que era originalmente de oferta, una contracción duradera de la demanda neta.

La demanda también sufre porque las perspectivas tampoco son buenas. Las cuentas del hogar no están en rojo sólo en el presente, sino que pintan muy mal también para el futuro. Esto retrasa aún más las decisiones de gasto porque no hay un horizonte claro de recuperación de ingresos. Las empresas tratan de vender y cubrirse; las familias tratan de no comprar y cubrirse. Esta parte de la historia se parece mucho a la de una crisis tradicional que perjudica el normal desenvolvimiento de la economía.

En Argentina, todo esto podría sonar a buena noticia en términos de inflación. Tras unos pocos días en los que primó la angustia de un posible desabastecimiento y los precios saltaron, luego sobrevino cierta estabilidad, y algunos volvieron atrás parcialmente. Hoy la verdadera restricción para las empresas vuelve a ser la lenta recuperación de la demanda. Así, el síntoma de precios en desaceleración es en realidad una mala nueva.

Con una demanda obturada, las políticas fiscales y monetarias expansivas del gobierno tienen menos chances de sostener el círculo virtuoso de la actividad económica. Por supuesto, sin ellas estaríamos mucho peor, porque las hojas de balance de los hogares tardarían mucho más en recomponerse, retrasando aún más la recuperación. Como sugirió Paul Krugman en un reportaje, hoy las políticas macroeconómicas no están para sostener la actividad sino “apenas” para sostener los ingresos. Si este diagnóstico es correcto, otra consecuencia de la situación que atravesamos es que las políticas fiscales de reducción de impuestos o los estímulos indirectos a la inversión pueden ser menos efectivas que las basadas en el aumento directo en el gasto público.

Por eso, en el presente el mayor riesgo está lejos de ser la “hiperinflación” o un salto incontenible en los precios. En lo inmediato, importa más desenvolver la madeja de la confianza para reflotar el consumo agregado, más teniendo en cuenta que la inversión privada es hoy un sueño inalcanzable

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