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Las ideas de Alieto Guadagni acerca del suicidio climático

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29 junio de 2020

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

A pesar de que Alieto Guadagni no proviene de las filas de los históricos referentes del debate ambientalista o del grave problema del cambio climático, sus diagnósticos y propuestas aportan el liderazgo intelectual, la singular mirada económica y energética y la orientación que resulta indispensable para encarar los desafíos irresueltos por el Acuerdo de París. Su enfoque incluye la creación de un foro multilateral basado en derechos y obligaciones vinculantes (binding), que él llama imperativas, dedicado a negociar y supervisar un acuerdo que tenga la ambición y la efectividad necesaria para evitar un derrape terminal de la crisis climática. La nueva entidad serviría para agrupar, bajo un solo techo orgánico, todas las disciplinas vinculadas con el medio ambiente y el clima.

En 2015 la comunidad internacional cometió el error de aprobar el acuerdo climático posible, no el necesario. La sola noción de aceptar compromisos voluntarios nos dejó atrás, muy atrás, de la peligrosa situación global, cuyas tóxicas consecuencias habrán de generar un planeta inhabitable si las fuentes de poder bajan los brazos ante las payasadas de Donald Trump y se limitan a esperar un milagro.

Las recientes voces de alarma que levantaron los gobiernos y las sociedades civiles que siguen de cerca estos temas, tienen sólido fundamento. En junio de 2020 la Tierra registraba un nivel de emisiones de gases de efecto invernadero (GHG) que se ubicó en las 417 partículas por millón (ppm) y esto nos coloca cerca del límite de no retorno definido para sostener un razonable equilibrio térmico en la vida del planeta, el que depende de no superar las 450 ppm.

Al llegar a este punto resulta aconsejable evitar cualquier planteo que sólo ponga el acento en las reformas del sector energético. Ningún gobierno sensato aceptará cambios que resulten proporcionalmente injustos o pocos creíbles. Los módulos relevantes destinados a recortar los GHG tienen que incluir una canasta donde figuren, “en su medida y armoniosamente”, las medidas que corresponda aplicar en los sectores como el transporte aéreo y marítimo y los planteos racionales atinentes a una sostenible participación del desarrollo agropecuario. En lugar de discutir idioteces con Europa cuándo sus portavoces pregunten por los gases y “provechitos” de las vaquitas y otros habitantes del paisaje rural (el metano), tendríamos que destacar la creciente obsolescencia de tales argumentos. Las novedosas vacunas que empezaron a usar nuestros amigos de Nueva Zelandia (los kiwies), indican que podemos evitar gran parte de la contaminación originada en los complejos y sonoros sistemas digestivos de los planteles ganaderos. También están en marcha las acciones aprobadas por la OACI en el campo de la aviación civil.

La de Guadagni es una propuesta fuerte pero selectiva. Consiste en preservar los combustibles fósiles que aún tienen su lugar en el mundo (como el gas natural, muy difícil de exportar a naciones cuyos mercados no son accesibles por vía terrestre) y fijar una agenda para dar por cumplida la vida útil de los combustibles cuya presencia no será bienvenida en la próxima década o en plazos que resolverán los expertos, algo que siempre puede ser resistido por las naciones que tengan la ecuación opuesta a las necesidades verdes.

Alieto sabe explicar en forma didáctica dónde queda el pasado y donde hace pie la nueva economía, ya que destrabar los cuellos de botella de las negociaciones vinculadas con estas disciplinas requiere mucha sabiduría y coraje político. En el plano nacional, esa visión debería incluir la participación argentina en el hoy congelado Acuerdo sobre Bienes Ambientales de la OMC que se negoció, pero no fue concluido, entre 2014 y 2017. Por supuesto, ello implica saber cuán preparados están los actores nacionales para respaldar tal opción.

El cambio exige reconocer que el país no puede ni debe ser un mero oyente en los castigados foros internacionales, donde el multilateralismo pasa por una deliberada etapa de confusión e incertidumbre. Ese activismo funciona cuando los países aceptan ser sistémicos y desarrollan enfoques útiles para defender sus intereses cuando se escriben las reglas globales, ya que estar fuera de la negociación no exime de aplicar lo que se apruebe y con frecuencia esa lejanía no permite percibir el alcance de la nueva situación.

Nuestra posibilidad de seguir generando divisas no retornables (como exportaciones o inversiones de capital fijo a largo plazo), también supone identificar las buenas ideas y rechazar la religión proteccionista que respiran legislaciones como el Pacto Verde (Green Deal) o el Programa del Productor al Tenedor (Farm to Fork) que desea imponer interna y globalmente la Unión Europea (UE). Las reflexiones de Guadagni ayudan a trazar la línea roja que media entre el ajuste inevitable y las torpes concesiones que muchas veces se aceptan a ciegas.

Las reglas climáticas y ambientales no se quedan a medio camino por falta de certeros diagnósticos científicos. Casi siempre empiezan a trastabillar cuando los gobiernos deciden medir el impacto de los cambios exigibles sobre las corrientes del comercio exterior; el contexto permitido para atraer los capitales que están en proceso de localización y relocalización de inversiones, el costo del ajuste económico y la eventual desocupación transitoria que supone dejar atrás la economía que genera voluminosas cantidades de GHG. Estar en la cocina es una forma de seguir de cerca los conceptos novedosos, como la economía circular, lo que supone evitar desperdicios como los aludes de plástico que contaminan la vida oceánica o los reciclajes integrales que ya son práctica común en el mundo desarrollado.

El actual debate sobre la noción de cortar las cadenas de valor con las potencias más competitivas del Asia como China, es parte del presente disenso. No se puede aludir al hecho de que Brasil y la Argentina son cada vez más dependientes de ese mercado asiático, sin advertir que ello no se refiere a vínculos surgidos en el contexto de esas cadenas donde prevalece la dependencia productiva en áreas de alta tecnología o amplia industrialización, sino por la mera concentración del intercambio comercial en un mercado de prioritario interés pero altamente impredecible.

El titular de la Oficina Comercial de Estados Unidos, embajador Robert Lighthizer, acaba de reconocer, después del ruido que armó su jefe, que su país no puede desconectarse frívolamente de las cadenas de valor que ata a la industria y tecnología estadounidense con los proveedores del mercado que conduce la férrea mente de Xi Jinping.

La historia indica que el debate ambiental y climático se vino desplegando sin atender ni entender cabalmente las presiones objetivas de la realidad.

El primer Grupo sobre medio ambiente del exGATT (actualmente la OMC), se estableció en 1971 y el actual Comité de Medio Ambiente nació con bombos y platillos en 1994, como parte de la Ronda Uruguay. El Comité de la Aviación sobre Protección Ambiental (CAEP en su sigla inglesa) de la OACI se estableció en 1983 y la Conferencia de Río de Janeiro (fundacional de esta disciplina) sólo llegó en 1992. De este último foro nacieron los primeros sollozos orgánicos de lo que hoy se conoce como el principio (antes enfoque) precautorio, el que engendró su variante y lenguaje más tóxico en el borrador de Acuerdo de Libre Comercio birregional UE-Mercosur de junio de 2019.

Guadagni no sólo entendió rápidamente que el Acuerdo de París sobre cambio climático carecía de efectividad para reducir el volumen de las emisiones y hacerlo consistente con el ritmo indispensable que se requiere para controlar el daño irreversible que surge del enloquecido crecimiento de los GHG, sino que el asunto requería una acción de shock. La precipitada abundancia de esos gases enloqueció la temperatura terrestre y produjo sequías, i n u n d a c i o n e s , h u r a c a n e s , tsunamis, deforestación, incendios incontenibles, reducción de la oferta alimentaria y la desaparición del hábitat de los mares y polos terrestres. Ninguna de esas consecuencias es ó fue asintomática.

Cualquier esquema que se apruebe sobre el particular debería evitar reglas que faciliten el incumplimiento de los compromisos (los free-riders) o la gotera (leakage), por lo que yo no aconsejaría en ningún caso inducir a un pacto exclusivo de la masa crítica (Alieto habla del Grupo de los Seis integrado por Estados Unidos, China, India, Rusia, la Unión Europea y Japón que concentra el 70% de las emisiones), porque eso nos precipitaría a otro inoportuno impasse. El grupo crítico puede ser el módulo prioritario, si arrastra a la base total o un número suficiente de participantes. Tengo la impresión de que en el mundo hay mucha gente trabajando sobre estas mismas ideas, por lo que no sería superfluo aprovechar las posibles sinergias.

No obstante esa inquietud, nadie estará realmente entusiasmado en participar de una reforma estructural, si el conjunto de los interesados (stakeholders) no se involucran en la gesta, ya que la noción de apostar al esfuerzo de los otros es una idea que no tiene admiradores en los países desarrollados.

La experiencia también indica que un futuro organismo o mecanismo de negociación, cooperación y transparencia, tiene que permitir el desbloqueo de los componentes de política comercial, de la perversa localización de inversiones y los altos costos económicos involucrados en el ajuste climático. Su concepción no puede chocar contra obstáculos fundamentales como a) el presente rechazo al multilateralismo y a la noción de financiar nuevas burocracias; b) el riesgo de caer en la misma trampa de la Convención sobre Diversidad Biológica, un show financiado y controlado por los guiones de la UE, que le sirve para exportar los errores y aciertos de su revolución tan verde como proteccionista; c) el hallar un lugar de alta seguridad y abundante medios logísticos, y d) no equivocar el perfil que deberían tener las delegaciones y la Secretaría.

En la OMC los comités técnicos como el Sanitario y Fitosanitario y el de Obstáculos Técnicos (SPS y TBT), suelen convocar a la simultánea acción de negociadores profesionales y especialistas en cada materia. Cualquier organismo futuro que discuta asuntos ambientales y Cambio Climático debería combinar ambas sabidurías en el mismo recinto. Quienes deseen una mejor lectura de esa observación, deberían entender que un grupo de 90 grandes empresas multinacionales son responsables de crear dos tercios de las emisiones globales que se intentan reducir o poner bajo control. También que el problema no son las multinacionales, sino los premios y castigos económicos que hacen posible la destrucción del equilibrio climático, de muchos sistemas ecológicos y del uso insostenible del patrimonio biodiverso.

Einstein decía que repetir cierto error un creciente número de veces, no corrige el problema. El insumo más crítico de estos desafíos son la falta de tiempo y el agotamiento de los recursos naturales. El mundo no puede observar, por otros cincuenta años, cómo se destruye la tierra.

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