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La Nación, la bandera y las personas

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19 junio de 2020

Por Sebastián Giménez Escritor

Tremenda fué la semana que tuvimos que pasar. El proceso preventivo de crisis de Latam que deja a muchas familias en suspenso. La inseguridad se ensañó en el municipio de Merlo, con tres muertes violentas que derramaron muchísima tristeza en pocos días: las víctimas, laburantes, gente de a pie como cualquiera que iban o volvían de trabajar. Se anunció el pago segmentado del sueldo anual complementario a los estatales, una muestra más de la crisis económica tremenda. El sacrilegio de un Gobierno peronista que difiere el aguinaldo. Y el virus se propaga de forma geométrica, comenzando a tocar a las figuras políticas. María Eugenia Vidal, Martín Insaurralde y otros legisladores también. El ministro Daniel Arroyo tuvo un hisopado negativo y otro resultado hubiera determinado probablemente hisopar al Presidente. Agarrate Catalina. Esto se viene con todo es la sensación.

-“Tirame una buena”, podría decir uno luego del repaso poco feliz de la semana.

Y la buena la pateo para adelante, porque el sábado es el Día de la Bandera. Quedate en casa, le dijo el médico presidencial a Alberto Fernández. Quedate en el jardín de la quinta de Olivos mirando el cielo como Belgrano hace más de dos siglos, el cuento afable que nos contaron las maestras. ¿Y por qué no la pintó de gris y blanco entonces? Porque era un optimista, te podrían responder. O porque era de ese color la tela que había en la casa de alguna patriota que sabía tejer. Los rosarinos se atajaron y le dijeron al Presidente: no venga, como gritaron al saber de su intención de visita los invictos catamarqueños, que ojalá sigan así. Como se quejaron los de Villa La Angostura en la visita reciente de Fernández.

Si antes la visita del máximo jefe estatal ameritaba fotos, selfies y la consabida frase “por fin se acuerdan de nosotros”, en este caso no es así y recibe las mismas prevenciones que cualquier otra persona que venga del AMBA, la zona de fuego del Covid- 19. “Estamos bien, olvídense de nosotros”, parecen decir. Bien podría el Presidente quedarse encerrado en un despacho de Olivos por la prescripción médica y decir: no me quieren recibir en ningún lado, que los ayude Mandraque. Gobernar un país en pandemia es saber entender también los rechazos. O el “visitanos por Zoom, Meet, mandanos un correo electrónico Alberto pero quédate en tu casa, hermano”. Que evoques a Belgrano en el lugar de los hechos no es una actividad esencial, podrían decir los rosarinos. La memoria es importante, claro, pero podemos hablar por videoconferencia. Quedate en casa, le dice el médico y es el responsable de una Nación con 24 provincias y de gran extensión territorial, madre de Dios.

¿Y cómo funciona esto entonces? El mundo, el país, va a seguir andando más allá de todos, una verdad irrebatible. Si la pandemia debe servir de algo podría ser para descentralizar de verdad la administración pública. O sea, brindar poder de decisión y recursos a las instancias locales, a los que están más cerca de los vecinos. Los gobernadores, los intendentes, cada oficina de la AFIP, de la Anses. Desunitarizar un poco, por lo menos, política que sería interesante llevar a cabo así sea por una problemática evidente: cualquiera puede enfermarse. Y, en este sentido, cualquiera debe poder ser reemplazado sin que genere un vacío ni cimbronazo institucional. El personalismo es el talón de Aquiles de una democracia atravesando la pandemia.

Una semana difícil, con muestras de la economía deshaciéndose y la violencia en hechos cotidianos que entristecen y preocupan, porque pueden ser el síntoma de sucesos que se repitan si no se actúa de alguna forma a tiempo. Con el virus esparciéndose entre todos, se vuelve urgente encontrar mecanismos con poder decisorio que transciendan a las personas. Lo tuvo en claro Belgrano en 1812 cuando creó la bandera para identificar al equipo (sin eufemismos) de los patriotas. Un hombre sencillo y que no murió como un prócer sino huérfano de todo reconocimiento en su momento. Una cuestión que no lo tenía para nada angustiado, y probablemente hasta se reiría de la celebridad que alcanzara su nombre tiempo después. Enemigo del personalismo, apostó a inventar la divisa para un país, una Nación nada menos. Mirando el cielo, el horizonte, lo que fuera, pero siempre más allá de sus narices. La Nación, la bandera, las personas. Para que suba por primera vez la bandera del amor, esa canción que entonara como nadie la negra Sosa. Y sentirnos todos, en esta coyuntura dificilísima, cada vez más argentinos.

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