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La Argentina feudal

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17 junio de 2020

Por Constanza Mazzina (*)

Hace algunos años, reflexionando sobre las características de la democracia delegativa, Osvaldo Iazzetta, señalaba la importancia de la separación entre intereses públicos y privados en una democracia para evitar “las diversas formas de privilegio que recompensan a algunos ciudadanos según su  filiación partidaria”. En la misma línea, la separación entre presupuesto público y patrimonio privado establecía una separación clara entre recursos públicos y funcionarios, como precondición para regular la vida democrática. Para el autor, “la partidización del Estado y la captura de fondos públicos para fines privados o partidarios derriba esa frontera necesaria” que termina socavando las propias instituciones de la democracia. Dicho así, el modelo elegido por la Argentina no es la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, como tantos temen, sino la Formosa de Gildo Insfrán o, yendo más al sur, la Santa Cruz de los Kirchner (de Néstor a Alicia). La visita del Primer Mandatario a la provincia de Formosa y sus elogios para el gobernador marcan el camino inexorable.

En todo caso, los modelos tienen coincidencias: el avance sobre el Poder Judicial, sobre los medios de comunicación independientes, sobre la  oposición e incluso, la cooptación del Poder Legislativo. Los puestos clave,  además, son ocupados por allegados, amigos y familiares. No olvidemos la perpetuación en el poder del caudillo: Insfrán ha ganado las elecciones provinciales desde 1995, siendo vicegobernador en los dos períodos anteriores, alcanzando más de treinta años al frente de la provincia, récord que difícilmente pueda superar el chavismo. Al igual que Chávez, tanto Néstor como Gildo modificaron la Constitución para incluir la reelección indefinida. Mientras tanto, el crecimiento del sector público no tuvo freno y la pobreza, tampoco: según datos del Indec, para 2006 la provincia de  Formosa tenía 31,90% de pobres; para el 2016 había ascendido a 32,60% y, para el año pasado, la última medición registraba 40,1% de pobreza.

Esta tradición jerárquica y autoritaria en la política argentina no es nueva. Los problemas de establecer gobiernos efectivos en el medio siglo después de la Independencia, cuando los hombres fuertes (caudillos) dominaron la política, condujeron a una centralización de la autoridad y al desarrollo de un Estado de tipo corporativo para asegurar el orden. Tanto la  centralización como el corporativismo reforzaron el Gobierno autoritario y  desdeñaron las instituciones y los controles republicanos. El autoritarismo y la intolerancia a la oposición siguen siendo la característica de la política subnacional.

La ausencia de una cultura política común, entendida como los valores y las creencias sobre la forma y el alcance de los procesos políticos (qué es y qué no es un comportamiento aceptable), incluido el poder gubernamental y sus límites, es la nota característica de la política en nuestro país: a pesar de un creciente consenso en torno a una cultura democrática participativa en las últimas décadas, en muchas provincias se guarda una deuda impagable con la democracia. Los procesos electorales se convirtieron en el cheque en blanco para que caudillos y familias políticas se repartieran las provincias, cargos, y demás beneficios su antojo, mientras la ciudadanía

abrazaba las urnas, ellos se convertían en verdaderas oligarquías en el poder. Allí, cada caudillo impuso su voluntad por medio de favores, prebendas y privilegios. Se consolidaron como verdaderos señores feudales.

Y el paisaje se repite en distintas latitudes de nuestro territorio. Todos,  detractores de la meritocracia, como no podría ser de otro modo, priorizan la lealtad política de sus funcionarios antes que la capacidad técnica o la idoneidad. En todo caso, las crisis ocurridas por falta de personal calificado para hacerles frente, agravan la situación y, entonces, ponen en vigencia leyes de emerrística de la política subnacional.

Los procesos electorales se convirtieron en el cheque en blanco para que caudillos y familias políticas se repartieran las provincias, cargos, y demás beneficios a gencia que se sostienen indefinidamente agregando facultades extraordinarias al ejecutivo. Ese es el modelo. El modelo feudal. Ese es el camino del autoritarismo. Como decía Juan Bautista Alberdi en Sistema Económico y Rentístico: “El gobierno que se hace banquero, asegurador, martillero, empresario de industria en vías de comunicación y en construcciones de otro género, sale de su rol constitucional; y si excluye de esos ramos a los particulares, entonces se alza con el derecho privado y con la Constitución, echando a la vez al país en la pobreza y en la arbitrariedad”.

(*) Doctora en Ciencia Política

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