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02 junio de 2020

Por Ignacio Pérez Moreno Analista financiero

Existe una multitud de posibilidades si lo que se desea es noquear la economía de un país. La fórmula más repetida en los últimos años ha sido la formación de un Gobierno con presencia, total o parcial, de un partido populista de izquierdas. Acceden al poder a través de la emergencia de un líder encumbrado, de crear confrontación entre clases y de atribuirse el concepto de “pueblo”, de manera que aquel con convicciones políticas distintas a las suyas no está contra el populismo sino contra el pueblo.

Lo que ya ocurrió en Argentina, en Venezuela y en Grecia, está ocurriendo en España. El populismo nunca ha funcionado y no es casualidad. No estamos hablando de que se hayan aplicado un conjunto de razonamientos bienintencionados pero que no hayan surtido el efecto deseado, estamos hablando de ideas que llevan a cabo lo contrario de lo que fingen defender y que únicamente buscan la permanencia con perpetuidad del populismo en el poder.

Argentina posee una inflación desorbitada, unas tasas de interés de las más altas del mundo y una moneda en devaluación continua. La política populista se ha basado en un despilfarro del gasto público, disparando las cifras de endeudamiento. El previsible desenlace se hizo oficial el pasado mes de mayo y Argentina se convertía en el primer país del mundo en entrar en default en lo que va de crisis económica del coronavirus. Emisiones de bonos con vencimiento a 100 años pero con tres quiebras en las dos últimas décadas podría ser un resumen del despropósito en el que se ha convertido la economía de Argentina.

Está más que comprobado que la historia se repite, por ello hay que ser conocedores de ella. El caso de España puede acabar siendo muy similar al de Grecia: tras años caracterizados por un derroche irresponsable de gastos insostenibles y financiados con deuda pública con los que costearon unos déficits gigantescos, en 2009 los mercados pierden su confianza y dejan de financiar a Grecia. La Unión Europea le ofrece un rescate de fondos de los contribuyentes europeos, más de 200.000 millones de euros, a cambio de que el país rescatado implemente unas reformas para garantizar que Grecia pudiese devolver esos créditos a la Unión Europea.

Entonces existían dos posibles escenarios: que Grecia saliera de la Eurozona o que implementara los ajustes. Este fue el marco perfecto para la emergencia de un partido populista: Syriza. En la Atenas del 2015 y con Alexis Tsipras a la cabeza, el populismo llega al poder prometiendo lo imposible: que no se iba a llevar a cabo ninguna reforma adicional, pero que tampoco iba Grecia a salir del euro. Para sorpresa de pocos su plan fracasó y tras un pulso con Europa tuvo que aceptar un tercer rescate a unas condiciones mucho más duras que las que tuvieron la posibilidad de aceptar con anterioridad.

En España el populismo de izquierdas lleva años obteniendo buenos resultados electorales, respaldados en las urnas por aquellos que entienden que “déficit público” es un thriller de acción de Hollywood y que suelen ser fácilmente derrotados en los juegos de mesa de pregunta/ respuesta. El populismo forma actualmente parte del Gobierno español en coalición con un partido socialista.

La situación es cuanto menos preocupante y una España fuera de combate se encuentra a las puertas de la mayor recesión económica de sus últimos 80 años. Semana tras semana se vienen implantando ajustes que penalizarán duramente su situación económica en el mediano plazo. Se ha propuesto la derogación de una reforma laboral que Europa veía con buenos ojos y que disminuyó los niveles de desempleo y temporalidad. Se han prohibido despidos, implementado rigideces regulatorias y creado nuevos impuestos. ¿Está España abocada a solicitar un rescate?

Al mencionar la palabra “rescate” lo primero que le viene a la cabeza a un ciudadano de Europa han dejado de ser los famosos relatos infantiles en los que un príncipe se dirige a un castillo resguardado por un dragón donde una bella princesa espera pacientemente ser liberada. El europeo hace mucho tiempo que tiene interiorizado este concepto como un rescate económico por parte de la Unión Europea a su país.

Las cuentas no le cuadran a un Gobierno español que lleva meses jugando a que dos menos tres son veintitrés. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) en sus últimas previsiones estima un déficit público de 150.000 millones de euros en 2020 y 110.000 millones en 2021. En base a esto se escuchan teorías económicas. “Una eficaz reactivación de la economía evitaría la necesidad de recurrir a fondos europeos” o “con el programa de compras del BCE no sería necesario un rescate europeo, España puede seguir financiándose a través de nuevas emisiones de deuda pública”. Todas estas teorías son equivocadas.

Es cierto que el BCE está respaldando a países como Italia o a España con sus programas de compras de su deuda soberana, facilitando nuevas emisiones a intereses bajos y enviando un mensaje a los mercados de que la Eurozona respalda las economías de ambos países. Sin embargo, estas medidas en ningún caso son suficientes, aunque algunos gurús de la economía afirmen que sí.

España cerrará el 2020 en unos niveles de deuda pública superiores al 120% sobre su PIB. Es habitual escuchar el argumento de que hay empresas privadas cuyos proyectos, o la empresa en sí, poseen unos niveles de deuda muy superiores a los que registra España. Siempre es preferida la opción de que un banco o una entidad ajena financien un proyecto a que lo haga la propia compañía. El proyecto generará unos beneficios superiores para el empresario, el cual cumplirá con sus obligaciones de pago y ambas partes quedarán satisfechas. Sin embargo, no es lo mismo financiar gasto corriente que financiar una inversión. España no está llevando a cabo inversión alguna con sus emisiones de deuda y está costeando gasto corriente. ¿Considerarían ustedes sostenible a una empresa que gasta más de lo que ingresa y que se endeuda para financiar las facturas de la luz y agua?

Comprender la economía es más difícil que la tabla del uno, pero bastante más fácil que las integrales de dos páginas a las que me enfrenté durante mi etapa de estudiante de ingeniería. Es tan simple como una ecuación de una sola incógnita: si a las estimaciones de que España va a permanecer en niveles de déficit público hasta el 2031 le añades un alto nivel de endeudamiento y le sumas los aumentos que el Gobierno actual está llevando a cabo en gasto público, despejamos “x” y obtenemos que España padece de un problema de solvencia, y no de liquidez.

La política monetaria del BCE hubiera sido útil si se hubieran llevado a cabo reformas de restructuración de la economía, como medidas de austeridad. Sin embargo, no se resuelve un problema de solvencia inundando Europa de liquidez.

La Comisión Europea está en vías de aprobación de ayudas a aquellos países del Eurosistema más afectados económicamente por la pandemia. De aprobarse, España recibiría 140.446 millones de euros, cifra insuficiente para cubrir sus necesidades y que no evitan en ningún caso un rescate europeo con mayor condicionalidad. España necesitará asistencia del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), institución creada por la UE tras la crisis financiera del 2008 que puede conceder a España la financiación que tanto va a necesitar.

España va a ser rescatada antes de final de año. El populismo nunca vería con buenos ojos las reformas estructurales que Europa exigirá a cambio del rescate, ajustes para generar riqueza y aumentar la capacidad solvente de España. La única incógnita que nos queda por resolver es si tirarán la toalla los populistas dando por finalizado el combate o se avecina un nuevo pulso con Europa como ya ocurriera con Grecia. Yo lo tengo claro.

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