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En el laberinto de siempre, pero en un mundo nuevo

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02 junio de 2020

Por Guido Lorenzo Director Ejecutivo de LCG

Sucede algo paradójico en Argentina. Estamos atravesando lo que posiblemente sea el shock más grande de los últimos 80 años a nivel internacional. Un fenómeno nuevo que se da en circunstancias de una globalización que hizo que la crisis sanitaria se esparciera hacia todo el mundo. Los desafíos a nivel internacional son nuevos, pero en Argentina estamos preocupados por cosas que ya hemos vivido.

Los bancos centrales de países desarrollados están preocupados por los riesgos de insolvencia a quienes les están proveyendo de liquidez. Asimismo, los disturbios y el toque de queda en Estados Unidos, la relación entre China y el resto del mundo y la caída sin precedentes del comercio internacional nos dan una dimensión adicional de la magnitud del problema. En cierto punto, es algo natural que los países atraviesen nuevos problemas. En Argentina estamos otra vez encerrados en el problema del déficit, la emisión, el canje de deuda, la inflación reprimida y los controles cambiarios. Los mismos problemas de siempre. En parte esto se debe a que la economía ya venía complicada antes de que la ataque la pandemia.

La respuesta del Estado para paliar la situación económica que se deriva de la crisis sanitaria parece insuficiente y con dificultades en la asignación. Hay complicaciones para llegar a todos los estratos que la necesitan producto de una economía informal enorme y por la falta de eficiencia del Estado para poder asistir a los deciles de ingresos del medio.

Las medidas de política económica parecen estar dirigidas a atravesar un shock transitorio que no deja secuelas pero, en verdad, no sabemos cuántos comercios y pymes levantarán la persiana que cerraron el 20 de marzo.

La política macro de asistencialismo es necesaria, pero nos están atravesando nuevos problemas que la coyuntura quizás está tapando. Problemas que hay que empezar a pensar hacia delante. Algunas actividades desaparecerán, otras florecerán, la asignación fuerte de recursos entre sectores suele ser compleja. Un punto adicional para atender es la nueva distribución del ingreso.

Actualmente el capital productivo no está funcionando mientras que los inmuebles, por ejemplo, sí lo hacen. La educación virtual funciona en algunos ámbitos y en otros no se llega a implementar con éxito. Los ingresos de los empleados del sector público parecen asegurados y los de los privados están en una situación de incertidumbre plena.

Estos nuevos desafíos se conjugan con el contexto macro complejo. La crisis macroeconómica y la falta de respuesta a estos cambios estructurales podrían traer complicaciones no sólo para la economía, sino para la política. Una caída de dos dígitos del PIB per cápita en una economía que acumulará 3 años de caída consecutiva y pobreza en aumento son difíciles de administrar. Más cuando se piensa que quedan 3 años y medio de mandato presidencial. El paternalismo que plantea Alberto Fernández parece surtir efecto y su imagen mejora, pero no sabemos cuán sostenible es este fenómeno.

Esta situación de problemas estructurales y coyunturales en simultáneo deberían ser abordados y acordados con una oposición que no se logra conformar debido al escaso tiempo que pasó desde que asumió el nuevo Gobierno y se retocaron las cámaras en el Poder Legislativo. Existe la posibilidad de que la balanza se incline hacia quien cedió el poder a Fernández: la vicepresidenta y su equipo. Luego de 12 años la evidencia demuestra que esa ala del Gobierno es más proclive a competir que a cooperar.

El riesgo no es que el ala kirchnerista tome el poder sino que ese espacio nunca gobernó en un contexto como el que estamos atravesando, ni el coyuntural y menos el estructural. La confianza que puede tener este sector en aplicar las recetas del pasado nos pueden llevar a una mala pasada donde incluso su propio público deslegitime estas políticas. Una crisis política sería un combo explosivo en esta situación. El Gobierno anterior fue pésimo, principalmente en resultados, pero el último mandato de Cristina Fernández también lo fue. El verdadero riesgo es que estemos subestimando lo que se está engendrando en la sociedad, que reclamará a una dirigencia política que se rige con otra lógica que no tiene respuestas para los nuevos desafíos.

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