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Economía de la Conducta en tiempos de Covid-19

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16 junio de 2020

Por Pablo Mira Docente e Investigador de la UBA

La Economía de la Conducta (EC) presume, con razón, de ocuparse del comportamiento “real” de los seres humanos. En tiempos de Covid-19, reconocer que no somos homo economicus sino homo sapiens parece central para comprender las reacciones de la gente ante una pandemia que representó el mayor costo económico de que se tenga registro.

Conocer el comportamiento general del público es un objetivo deseable, pero es una empresa dificultosa. No por nada la economía tradicional sobresimplificó el asunto declarando al humano como un ser económicamente racional. De seguro, ya nadie cree en este individuo mágico, pero nadie cree tampoco que la EC haya podido desentrañar todas y cada una de las actitudes del agente económico representativo, o como se le quiera llamar. De hecho, frente a uno de los desafíos más importantes de la historia como lo es la pandemia, la EC ha tenido un desempeño relativamente marginal.

Lo que no significa que sea nulo. La EC proveyó explicaciones justificadas sobre los sesgos cognitivos que afectan la percepción acerca de lo que sucede. Se ha remarcado que las impresiones del público sobre los riesgos  de la pandemia son inexactas. Por un lado, la heurística de disponibilidad significa que exageramos el pánico ante imágenes salientes (como al ver fosas comunes), y también ante el desconocimiento de la enfermedad y de  sus consecuencias. Pero también están quienes subestiman esos mismos riesgos, ignorando la naturaleza exponencial de los contagios y sus posibles fatalidades. He aquí el mejor ejemplo de la confusión reinante en la EC: nadie sabe a ciencia cierta, finalmente, cuál es el sesgo predominante. Si hemos de tomar decisiones públicas para suavizar estos fallos, ¿qué estrategia deberíamos seguir? ¿No alarmar a la población para no crear pánico innecesario, o alarmarla para que no se deje estar ante los riesgos no percibidos?

Es cierto que no todo es confusión. Las políticas sugeridas por la EC (llamadas “nudges”, algo así como “empujoncitos para inducir decisiones”) han contribuido a diseñar mensajes convincentes para  estimular conductas preventivas. Comunicaciones claras, salientes y repetitivas son el ejemplo más a mano de las recomendaciones típicas. De nuevo, se trata de un objetivo loable, pero la mayoría son sugerencias que siguen el sentido común y sobre las cuales no es claro cómo asegurar su sostenimiento en el tiempo. Un mensaje inteligente me recuerda que me lave las manos esta semana, ¿pero lo seguirá haciendo dentro de tres meses? Habrá que esperar un tiempo para medir adecuadamente el impacto empírico de las recomendaciones de la EC.

Hay dos aspectos más que a mi juicio la EC no se ha dedicado a estudiar suficientemente. Uno es que la disrupción económica no ha sido pareja: el costo de las restricciones que produce la pandemia afecta  desproporcionadamente a quienes tienen menos capital y menos poder de decisión. En particular, algunos consumidores sufren el abuso de no poder  dejar de pagar servicios que no están utilizando debido a las dificultades que imponen las empresas para desistir de ellos, actitud que Richard Thaler ha bautizado como “sludge”. El otro aspecto es la ausencia de “historias” de contagio que nos permitan establecer mejor las prioridades. ¿Qué circunstancias generan más probabilidad de contagio? ¿Qué tipo de contactos y de qué duración producen más chance de infectarse? ¿Y cómo podríamos comunicar estas historias de una manera que sea precisa y memorable para el público?

Finalmente, la realidad es que las grandes discusiones que entornan el enfrentamiento de la pandemia, como las que refieren a la trazabilidad y al testeo, no parecen caer bajo la órbita de la EC. Es evidente que las políticas  llevadas adelante en término de aislamiento y otras restricciones están lejos de constituir “nudges”: se trata, más bien, de intervenciones decisivas e invasivas, aunque seguramente necesarias.

La EC es una disciplina nueva y en pleno aprendizaje. Si bien no es una moda, su “curva de impacto”, a diferencia de la de los contagios, podría  estar encontrando su punto de inflexión. Sus aportes durante la pandemia han sido útiles, pero no decisivos. Para los verdaderos economistas “behavioral”, que procuran minimizar sus propios sesgos, este era unresultado esperable. Habrá que seguir trabajando.

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