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Cuando llega el miedo se terminan las palabras

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04 junio de 2020

 Por Sebastián Giménez Escritor

Infectadura, declama el documento en forma de solicitada publicado hace poco por distintas personalidades intelectuales. Es el gueto de Varsovia, dijo Juan José Sebreli sobre Villa Azul. La política argentina abunda en ejemplos rimbombantes, exagerados. Herminio Iglesias quemó el cajón y le dio el triunfo a Raúl Alfonsín. El caudillo pejotista no era la dictadura pero lo pareció, cuando la sociedad quería otra cosa, arrastrando al PJ a la primera derrota sin estar proscripto. Fue un recurso estilístico, se apresuraron a aclarar los firmantes del documento crítico con la forma de la cuarentena en los tiempos actuales.

“Se va a acabar, la dictadura de los K”, grita una plaza. “Macri basura, vos sos la dictadura”, gritaba la otra. La dictadura funciona como el lugar donde poner al otro indeseable, la papelera de reciclaje de lo que no puede tramitar la democracia con el diálogo. Dictadura son represión, violaciones, 30.000 desaparecidos, respondió el infectólogo Pedro Cahn. Las recomendaciones de los facultativos, apoyadas en su indiscutible experticia, te obligan a cuidarte. Estamos acostumbrados a que el doctor nos diga: no comas grasas que sube el colesterol, ¿pero si un amigo te invita a un asado no le vas a decir que no? La práctica institucional del consejo médico y el paciente que acata o desobedece según le parece. Pero esto es otra cosa, claro.

Un virus que se esparce como la pólvora, con relativa letalidad pero una contagiosidad de mil demonios. Se multiplica el peligro de contraerlo y de colapsar el sistema de salud si la bendita curva de contagios sube en línea vertical, sin insinuar mesetas. Prácticas de cuidado difundidas y el aislamiento social preventivo y obligatorio. En el panóptico del que hablaba Michel Foucault, no está sólo un guardia de seguridad sino los infectólogos. “Vigilar y castigar”, se llama el libro del filósofo francés. Hoy, parece encarnarse la práctica paradójica del Vigilar y cuidar. Te vigilo para que no te pongas en peligro o pongas en riesgo a los demás. Porque, como dijo Cahn, y cita a menudo el Presidente Alberto Fernández, el virus no viene a buscarnos si no que nosotros vamos a buscar al virus. Quedáte en casa, no se sabe hasta cuándo. El acuerdo social de limitar la libertad para resguardar la salud se erosiona y se desgasta por la extraordinaria longitud del tiempo.

Como planteara el escritor Martín Rodríguez, el Gobierno plantea un totalitarismo paradójico: te obliga a no morir. Cuento aquí una anécdota de una telellamada que tuvimos en el equipo educativo en que me desempeño. En las escuelas que intentan sostenerse en la virtualidad sigue habiendo reuniones de equipo, informes de los alumnos e intervenciones remotas. O sea, la escuela quiere seguir siendo ella misma, con todos los agregados burocráticos de la presencialidad cumplidos a la distancia. Se cristaliza el deseo de intentar continuar como si nada hubiera pasado, como en parte ocurre en el país y en los sectores que critican la cuarentena y reclaman la vuelta imperiosa a la normalidad. En la reunión del equipo educativo participó excepcionalmente una profesora que nos iba a capacitar en recursos tecnológicos. De repente, su exposición se interrumpió y dijo: “Disculpen, a mi padre le dio Covid positivo”. El silencio ocupó la videollamada sin haber ningún problema de conectividad.

El miedo se corporizaba ahí, sin faltar más aditamentos. La ilusión virtual de la escuela se derrumbó como un castillo de naipes encarnando un espontáneo: primero la salud, después la educación. El virus crece y se vuelve cada vez más cercano, con los consiguientes riesgos en el AMBA por la concentración de la población.

Los debates pro y anticuarentena, las disquisiciones sobre repúblicas y dictaduras las suelen dar los filósofos de la cotidianeidad que están mayormente sanos. Pero el número que todo el tiempo nos actualiza la televisión se corporiza en personas, algunas de ellas cercanas. Habrá que acostumbrarse a convivir con el virus, escuché decir a especialistas. Sin hablar de democracias, de dictaduras, sino de algo mucho más complejo: cómo transitar lo mejor posible este combate contra un enemigo completamente desconocido e invisible que hasta desbordó a sociedades pretendidamente desarrolladas. Escuchando al otro, dialogando sin subestimar el peligro, intercambiando pareceres también pero reconociéndonos todos atravesando una situación excepcional. Porque la excepción es la regla. Y, cuando el miedo, la amenaza se corporiza, muchas veces se terminan las palabras.

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