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22 mayo de 2020

Por Daniel Muchnik

No se termina de entender al peronismo. Desde el poder no siempre aplicó las mismas políticas ni las mismas soluciones económicas. Le fuera bien o mal con los distintos sectores o actores o con los precios internacionales. Y en sus relaciones con Washington y otras reconocidas potencias. ¿Qué tiene que ver el privatista Menem con los que ahora tienen el poder?

Que tiene que ver el primer peronismo con el del segundo período o el del tercero? Es cierto que las circunstancias y las variables que imperaban eran muy distintas, pero siempre se reclamó un mínimo de coherencia. Cada período ganó o perdió adeptos.

Así las cosas, el peronismo le puso una barrera al macrismo en diciembre pasado con un Frente que intentó superar fricciones y frustraciones entre partidarios que decía representar al “auténtico” peronismo. Y lo lograron en muy pocos meses.

La situación se prestó. Los dos últimos años de la administración anterior conjugaron una aceleración inflacionaria, un abultamiento descomunal de la deuda externa, un aumento de la pobreza, y una gran ausencia de sensibilidad ante sus efectos por parte de la Casa Rosada y sus ministros. Desaprensión o soberbia: eso fue lo que muchos cuestionaron.

El Frente se presentó como una redención y los gobernadores y compañeros de militancia lo respaldaron. Sin embargo, en estos días esos jefes provinciales se encuentran con las manos atadas y con la necesidad de que los socorra el Tesoro Nacional. Por lo tanto guardan silencio.

En su costado, cierta izquierda residual, admiradora del populismo, está de parabienes. Ese devenir también está ocurriendo en España, por ejemplo. La populista “Podemos” es socia del socialismo en los manejos del Estado.

Es evidente que cuando se designaron los principales funcionarios quien sacó ventaja fue Cristina Fernández: quedó con los organismos que manejan fondos millonarios: AFIP, Anses, PAMI, entre otros. Sus administradores actúan pidiéndole consejos.

Consagraron un poder paralelo al de Alberto Fernández, que, por lo visto y sentido aceptó este juego de fuerzas. También el Senado la favoreció. Se erigió Cristina en la primera vicepresidente con más funciones, más dineros y mayor capacidad de maniobra en la historia argentina. Ni siquiera preside el Senado como lo manda la Constitución Nacional, como debiera: solo abre y cierra cada sesión.

En el intermedio sale a tomar aire o a dialogar con sus admiradores. En lo que lleva transcurrido abril el cristinismo se pareció como nunca al chavismo. Una ferviente admiradora de Cristina, la diputada Fernanda Vallejos salió al ruedo pidiendo que las empresas privadas que recibieron o recibirán ayuda estatal en la cuarentena cedan una parte proporcional de sus acciones. ¿Cómo calificar esta propuesta? Es estatización en estado puro.

Se agregó el proyecto del banquero Carlos Heller y el jefe de la bancada del Frente en Diputados Máximo Kirchner. Fija un impuesto especial a “los ricos”. Se calculan en 10.000 ciudadanos con tenencias mayores a los US$ 3.000.000 millones. El Estado podría - en tiempo potencial - absorber entre US$ 3.000 y US$ 4.000 millones. Es un monto parecido al que se fugaría del país en una estampida loca del dólar duradera o en cualquier maniobra oficialista inoportuna.

Tanto el proyecto de Vallejos al cual se subieron otros diputados y el de Heller-Kirchner tuvieron el consentimiento explícito de Alberto Fernández.

Se dice que es dinero destinado a paliar la pandemia. Eso sí: no hablan de las repercusiones. Creen con ello hacer una hazaña a lo “Robin Hood”, pero con un costo muy grande. Se transformaría es un espantapájaros que alejaría a cualquier inversor importante y aumentaría al caudal que se escapó del sistema argentino y que supera con creces los US$ 300.000 millones. Un total representativo de la desconfianza frente a los vaivenes, órdenes y contraórdenes de gobiernos de distinto signo.

Lo sorprendente es que no se está escuchando a ningún vocero empresarial (ni la UIA, ni CAME ni Federaciones ni representaciones rurales) que objete o se oponga a estos desplazamientos apremiantes del cristinismo, que tiene el timón de las grandes decisiones.

No faltará quien afirme que el Gobierno está usando el miedo por el Covid-19 para lograr (en un panorama de quiebra en el universo productivo) , concretar su anhelado sueño del “Vamos por todo”.

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