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Una década más para recuperar los ingresos (en dólares) perdidos

26 mayo de 2020

Por Ricardo Delgado Director de Analytica Consultora y Santiago Gambaro Economista Jefe de Analytica Consultora

El debate económico de estos meses, como es natural, está dominado ampliamente por los efectos del Covid, las herramientas que permitan sostener un nivel mínimo de actividad durante la cuarentena en el AMBA y las decisiones de política cuando llegue el (aún lejano) momento de definir el final del aislamiento en CABA y el Gran Buenos Aires. Ir algo más allá es impensado.

Sin embargo, el Gobierno dio algunas pistas cuando presentó la oferta de canje a los bonistas. Allí trazó un sendero, con múltiples limitaciones de estimación, de cómo sería el cuadro macroeconómico de los próximos años y los criterios de sostenibilidad de la nueva deuda. El panorama planteado es discreto, y se coincide en la incapacidad para retomar velozmente la actividad perdida y la necesidad de mejorar la distribución del ingreso en los años por venir.

Porque el mundo se encamina hacia una “desglobalización” que puede dislocar actividades y cadenas de valor globales, porque en los próximos años crecerá mucho menos, porque las exportaciones presumiblemente estarán sesgadas hacia destinos que consuman bienes agrícolas poco manufacturados, porque Argentina no luce a priori como un lugar demasiado atractivo para invertir, es que estamos obligados a imaginar por dónde surgirán -si es que lo hacen- los nuevos motores para volver a crecer.

Si el mundo y las inversiones no aparecen, habrá que mirar una vez más hacia adentro. Tres cuartas partes de la demanda agregada es consumo. En este cuadro signado de imposibilidades, entonces no hay más remedio que pensar en “volver a crecer” desde el mercado interno, las importaciones y, por cierto, los ingresos. Aun con diferencias, todos los ciclos económicos del pasado concluyeron invariablemente en devaluaciones que desplomaron las importaciones, la inversión y el consumo y los reubicaron en niveles más bajos, adecuados a una menor disponibilidad de divisas. Los efectos recesivos de las devaluaciones gestadas desde el mercado dejan, además, una redistribución regresiva del ingreso que empeora las condiciones sociales.

¿Cómo medir la capacidad de consumo medio de una economía? Aunque no refleja inequidades distributivas, el producto bruto por habitante, medido en dólares, es el indicador que mayor coincidencia muestra con los ciclos económicos.

Medido al tipo de cambio oficial, hoy se ubica ligeramente por encima del promedio regional: US$ 9.200 estimado para 2020 contra US$ 8.600 para una media de países latinoamericanos. Si bien esta medida es útil para evaluar el poder de compra en términos de importaciones (la cuenta corriente), si se quiere proyectar la capacidad de ahorro (la cuenta capital) es preciso utilizar el tipo de cambio bursátil (MEP o CCL).

En este caso, el PIB por habitante de Argentina está muy por debajo de los pares latinoamericanos: para 2020 rondará los US$ 6.000, un nivel que aún se ubica 60% por encima de los prevalecientes en la crisis de 2001-2002, ajustado por la inflación de Estados Unidos.

¿El ingreso en dólares puede caer hasta los niveles de entonces? Los contextos no son comparables. En 2002 la salida fue rápida: aún con crisis bancaria, la economía se recuperó con una conjunción de superávits fiscal (por licuación de gasto y deuda en renegociación) y externo (por violenta caída de importaciones y shock de precios de las exportaciones). El horizonte actual es otro. Constreñidos por la restricción externa y fiscal, la única opción es buscar un crecimiento muy lento, sujeto a la escasez de dólares comerciales para pagar importaciones, y mantener la estabilidad nominal. No hay stocks que consumir, como en la crisis de la posconvertibilidad.

Aunque resulta evidente que un acuerdo con los acreedores es obviamente mejor que entrar en un default masivo, es probable que Argentina siga fuera de los mercados voluntarios de deuda por, al menos, dos años. Además, está pendiente cómo pagarle al FMI. Un nuevo acuerdo que postergue pagos incluirá, con certeza, nuevos monitoreos fiscales y externos, si no alguna condicionalidad de carácter estructural.

Las restricciones externas son tales que deberemos acostumbrarnos a no ahorrar en dólares al tipo de cambio oficial. El cepo llegó para quedarse y, por supuesto, la brecha también.

Bajo estas restricciones, no debe apostarse más que a un crecimiento moderado de la actividad y escasas chances de apreciar el peso. Así las cosas, los argentinos podremos recuperar el ingreso en dólares que teníamos en 2018 recién una década después. Los US$ 14.900 anuales de 2015 quedarán para una nueva oportunidad.

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