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Recesión y coronavirus: no cede la incertidumbre

En caso de una recesión más aguda y persistente, no sería evitable un episodio de triple crisis, bancaria, cambiaria y de impago total de la deuda pública, no sólo del Gobierno Nacional.

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Héctor Rubini 18 mayo de 2020

Por Héctor Rubini Economista de la Universidad del Salvador (USAL)

El achatamiento de las trayectorias de contagio de Covid-19 sigue siendo el indicador deseado para retornar a cierta normalidad. Si ocurrirá antes o después de un “pico” y si ese “pico” será sólo uno, nadie lo sabe. Sin vacuna disponible, al menos hasta mediados o fines de 2021. La marcha hacia la fase posterior (años 2022-2023) es todavía incierta.

Sin vacuna al menos hasta el año próximo, el distanciamiento físico es la única herramienta preventiva y el aislamiento físico con atención específica es lo único disponible para esperar la recuperación de los pacientes afectados. Ambos exigen la paralización de todas las redes de transporte y logística y toda actividad humana con contagio físico. Lo que no es claro es cuántas empresas podrán reabrir y por cuánto tiempo. Varios sectores manufactureros están retomando parcialmente sus actividades, pero es incierto el retorno o no a cierta normalización y de manera permanente. Los números recientes de contagios preanuncian una dinámica de “corsi e ricorsi” entre nuevas cuarentenas y flexibilizaciones parciales. Además, la dinámica observada en cada país es específica a cada uno y los resultados también.

Salvo algunas contadas excepciones, en la gran mayoría de las flexibilizaciones en el mundo lejos se está de una recuperación económica y de un achatamiento de curvas de contagio. El quiebre de tendencia que marcó este virus no ha modificado el patrón observado desde el inicio de la cuarentena: se postergó todo tipo de consumo y gastos, salvo el esencial para mantenerse en el hogar. Aun con inflación promedio en baja, se observa una dinámica difícil de revertir en los próximos meses, que apunta a la deflación de precios de activos reales (propiedades, fundamentalmente) e ingresos salariales.

Recién a mediano largo plazo podrá observarse baja de precios de algunos rubros de bienes de consumo, pero difícilmente se revierta la caída de producción de bienes esenciales con una demanda que lejos está de enfriarse. La suba de precios inevitablemente va a persistir en los llamados “bienes salario”.

Los segmentos de población sin capacidad de ahorro padecerán un empobrecimiento difícil de soportar sin mayor ayuda estatal. Los que cuentan con activos y bienes durables podrán soportar varios meses así, y en caso de no contar con ingresos laborales razonables, se verán forzados a vender esos activos y bienes durables a precios depreciados. Los últimos en la cola serán en algunos casos los inmuebles, en otros, las tenencias de oro o de moneda extranjera.

Sin reactivación económica ni mayor demanda de servicios, materias primas y bienes, será necesaria una nueva fase de subsidios estatales para evitar sostener cierta demanda y evitar la caída de oferta de bienes y una aguda crisis general por desabastecimiento de bienes masivos de consumo. Algo que no podrá contenerse con créditos ni con emisión de dinero o cuasimonedas. No evitará la incobrabilidad de créditos bancarios y no bancarios, al menos hasta que no se reactive la producción y la demanda de bienes y servicios.

En caso de una recesión más aguda y persistente, no sería evitable un episodio de triple crisis, bancaria, cambiaria y de impago total de la deuda pública, no sólo del Gobierno Nacional. En los países con una dinámica de estanflación como el nuestro, a mayor duración de la cuarentena y menores montos y facilidades para acceder a subsidios o créditos, mayor será el impacto negativo sobre pequeñas y medianas empresas, y sobre las actividades de cuentapropistas.

Bajo esta circunstancia, la reincidencia en cuarentenas agrava los problemas del trimestre en curso. El retorno a confinamientos, aun parciales, conducirá a la quiebra de miles de empresas y a la acumulación irreversible de despidos. En ese contexto, el potencial reactivador de la expansión del crédito, aun a tasa nominal cero (negativa en términos reales) no sería efectivo. La experiencia de nuestro país con tasas reales negativas hasta la Convertibilidad tampoco permite ser optimistas.

Urge la flexibilización de los mecanismos para las transferencias forzosas que suponen los concursos y quiebras y la ejecución de contratos y estirar en el tiempo las ejecuciones lo más que se pueda. Los acreedores más endeudados pueden sostenerse si se reduce la inflación y si no se derrumban sus ingresos de fondos, pero la realidad es muy variada. Conceder créditos y blandos es un complemento necesario, pero insuficiente. Un alivio de las obligaciones tributarias se torna más que necesario en una recesión.

En el caso de Argentina, esta crisis agrava y con carácter general el impacto negativo del programa iniciado con el FMI para cortar (sin éxito) con la crisis cambiaria de 2018. Su esencia no fue la austeridad monetaria, sino el encarecimiento y corte del crédito. La caída de la actividad, con inflación y empobrecimiento hasta fin del año pasado se ha agravado con el derrumbe económico en curso. Si bajo estas condiciones se extienden aún más las cuarentenas, la estanflación en curso se puede agudizar en caso de desabastecimiento sin enfriamiento de la demanda agregada. Pero también puede caerse a una recesión deflacionaria de duración incierta. Con otro origen, Japón ingresó en esa dinámica después del estallido de su burbuja financiera a fines de los '80: dos décadas de estancamiento y deflación crónica, con tasas de interés cercanas a cero y superávit comercial.

En el caso japonés, los “efectos de sustitución” esperados por las tasas de interés desde un banco central no se observaron en absoluto. Las empresas cuando arrastran largos períodos de iliquidez y con riesgo cierto de quiebra no se focalizan en maximizar beneficios y reasignar activos. La prioridad es minimizar su pasivo. Sus deudas.

En ese caso la expansión monetaria no resuelve casi nada y el tradicional argumento de la “demanda especulativa de dinero” para explicar el caso de la trampa de la liquidez también pierde sentido. Se acumula fondos por precaución: se cancelan deudas, pero los acreedores no gastan esos fondos. Con expectativas de deflación, la demanda agregada no se reactiva sin una mejora del saldo de cuenta corriente de la balanza de pagos y/o una reducción del ahorro neto del sector público. En un caso como el de Argentina no es un escenario imposible. Contraer la oferta monetaria complica el escenario, pero optar por el emisionismo con sustitución de monedas, aun reprimida, no funciona: la represión cambiaria aumenta la incertidumbre, y sin “pesificación” voluntaria, no forzada, incuba un futuro estallido cambiario e inflacionario, y no reactivación. Lo que se requiere es un programa de reforma fiscal y regulatoria que tenga presente que la reactivación es del mercado interno y las exportaciones, y no de una cosa a costa de la otra.

Resolver estas incertidumbres exige una vacuna para detener los contagios y de ser posible erradicar este nuevo virus. Si se logra desarrollar, será un colosal logro por su rapidez, pero otra cosa es que sea universalmente accesible. Si los países de altos ingresos retienen vacunas y stocks de otros insumos médicos, continuarán las cuarentenas. Inevitable, si como estiman algunos, la vacuna costaría no menos de U$S 10 por dosis más costos de distribución. Un precio inaccesible para países de ingresos medios-bajos. No es imposible un escenario de vacuna desarrollada, pero con dificultades para adquirirla y aplicar a toda la población. Algo que también habrá que anticipar debidamente, si es que existe la intención de prevenir y evitar un empeoramiento de la crisis sanitaria y económica en curso.

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