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Coronavirus: impacto en la democracia y en la esfera privada  

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22 mayo de 2020

Por Pablo Orcinoli  Director de Prolugus

La irrupción del Covid-19 viene a quebrantar nuestro statu quo, a poner patas para arriba una forma de vida arraigada a nuestra cultura. La tranquilidad con la que cada sujeto se desempeñaba y se movilizaba en el ámbito público quizás tal vez no vuelva al cauce anterior. Vale recordar que el cisma derivado del ataque a las Torres Gemelas y al corazón del poder global fue un hecho que, por su magnitud y espectacularidad (*), simbolizó el alerta y miedo permanente ante un enemigo que ya no era un Estado Nación sino grupos terroristas dispersos por doquier. Nos acostumbramos a normas de seguridad extremas pero necesarias y socialmente aceptadastanto al ingresar en aeropuertos, edificios, centros comerciales, entre otros. Ese hecho derivó en  una invasión a la privacidad con cierta dosis de legitimidad.

Hoy, nuestro enemigo Covid-19 no muestra la cara y, a diferencia del anterior hecho, se presenta inidentificable. A su vez, además de favorecer la fragmentación política materializándose a partir de la voluntad de aislar pueblos enteros, el cierre de fronteras y las disputas al interior de los países (posiblemente también derive en roses internacionales), en el plano de la sociedad civil nos hace a todos potenciales portadores, léase culpables, sobre todo quienes están más expuestos.

Los repudiables actos de escrache ante profesionales de la salud y otras actividades esenciales denotan una profunda conciencia individual antes que colectiva, visibilizando el nuevo rasgo cultural, o en verdad el patrón que siempre estuvo, pero permanecía ocluido y hoy florece.

Estas reacciones, que recuerdan al "estado de naturaleza" hobbesiano, no son patrimonio exclusivo de las personas, sino que Estados e instituciones también recurren a ello. Esto, sin mencionar la nociva (e intencionada) propagación de trascendidos y primicias por medios digitales que contribuyen al pánico generalizado. Tal es así que por ello la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció el concepto de "infodemia", para referirse a la rápida difusión de noticias falsas o maliciosas sobre la pandemia.

La seguridad permanente, ¿y aceptada?

El impacto de la pandemia provoca que la sociedad sea una verdadera zona de seguridad en tanto que cada uno de nosotros es concebido como un potencial portador. En Asia, los gobiernos desarrollan políticas para obligar a las personas que entran en cuarentena a llevar un brazalete digital. En China, por ejemplo, cualquier persona identificada con fiebre es un criminal en potencia y aislada al instante (también la gente con la que tuvo contacto). Estas medidas de seguridad son aceptadas más fácilmente en Oriente puesto que se trata de sociedades confucionistas con una marcada conciencia de lo colectivo y donde la disciplina es parte del ADN.

Para conceptualizar correctamente, denuncia Byung Chul Han, que “China ha creado una sociedad disciplinaria digital que permite una vigilancia biopolítica y un control sin fisuras de la población”. Dicho de otro modo, contrariamente a lo que ocurre en Occidente, esta invasión a la esfera privada no es percibida en Asia como una restricción de los derechos individuales sino como cumplimiento de deberes colectivos. Tal es así que según el emblemático estudio de Gert Jan Hofstede sobre dimensiones culturales, en Oriente “las personas pertenecen a grupos, clanes, organizaciones, familias, que tienen cuidado de ellos y a los que ellos deben lealtad”. Es decir que en primer lugar hay lealtad e identificación con el grupo, y luego con uno mismo.

Por el contrario, en Occidente, donde la noción de pueblo luce anacrónica, no hay un nosotros, sino un yo, por lo que se presenta la dificultad de cómo generar conciencia colectiva para protegernos del agresor invisible. Y en el medio está el condimento del miedo, esa herramienta política tan eficaz y tentadora para contener y controlar sociedades, y para desnudar la naturaleza del hombre. En ese barullo, un actor clave es el social media, fenómeno ante todo emocional que explota el tribalismo y la reacción sin reflexión, favoreciendo comportamientos en los que prevalece el yo y donde no hay sentido construido sino identificaciones, en contraposición con el tipo de sociedad oriental donde prevalece el nosotros.

En nuestros países, vivimos en un tiempo sin un antes ni después, un tiempo donde todo es presente y donde valores como el compromiso y la lealtad (conceptos que trascienden la actualidad) pierden relevancia, lo cual dificulta cualquier tipo de construcción colectiva. Estableciendo un paralelismo entre la sociedad anterior y la actual, dice Han que “en la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa conciencia de dominación”. En Occidente explota el individualismo y es el propio hombre quien contribuye por voluntad propia con ese estado. En la nueva posverdad, donde la percepción de la realidad se ve esparcida por la multiplicación de versiones sobre ella misma sin que importe su verosimilitud, el miedo derivado del Covid-19 viene a legitimar la invasión a la esfera privada. Y por otro, los gobiernos parecen capitalizar el pánico inducido, acaso el antídoto más efectivo para construir poder, gobernar y manejar la agenda pública a discreción. A su vez, como el potencial impacto del Covid-19 ha penetrado profundamente en el imaginario colectivo, en su instinto de autopreservación son los propios seres humanos los guardianes del miedo y de una invasión que, en las circunstancias actuales, asegura mayores niveles de poder y gobernabilidad.

(*) En el sentido que fue el primer episodio de tamaña magnitud transmitido en vivo y en directo, tanto por medios oficiales como por personas.

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