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Aprender y evaluar en cuarentena

30 mayo de 2020

Por Graciela Piana Magister en Educación

La escuela hace accesible a los sujetos aspectos culturales imprescindibles para el desarrollo integral de la persona, pero sabemos bien que estos aspectos no se limitan solamente a lo cognitivo/intelectual sino que involucran capacidades de equilibrio personal, inserción social y de relación interpersonal configurando el binomio cognición-emoción como dos caras de una misma moneda.

En la escuela actual la idea de competencia impregna toda la práctica educativa, porque no se enfoca solo en la transmisión de conocimiento, sino que aborda una perspectiva más compleja que contempla habilidades cognitivas, pragmáticas, personales y sociales, en definitiva, saberes, capacidades y actitudes (saber, hacer y ser) que se activan en un determinado momento movilizando los recursos que posee el sujeto y constituyendo su capital personal.

Esta complejidad y variedad de los contenidos escolares son brindados a todos los individuos y pueden aprenderse.

En ese sentido, me gustaría decir parafraseando a Ausubel, que el aprendizaje supone cambio, estabilidad, experiencia y actividad del sujeto y que mediante él se adquieren capacidades y destrezas demandadas por el entorno. Es decir, aprender implica acciones del sujeto, que no se limitan meramente copiar o reproducir un conocimiento, sino que supone una construcción personal del contenido a aprender.

Pero esta no es una construcción ex-nihilo sino que resulta de la interacción de las diferentes estructuras cerebrales entre sí, los diferentes estados del cuerpo y de los estímulos pedagógicos que faciliten el desarrollo del potencial de cada sujeto respetando sus particularidades de aprendizaje y creando un entorno favorable para desarrollar recursos internos.

Esta acción educativa se centra en un estudiante que aprende integralmente y en la idea de un profesor como mediador que posibilite su desarrollo potencial, uniéndose de esta manera procesos de aprendizaje y facilitación externa.

En esta vinculación se encuentra uno de los pilares de la tarea educativa el enseñar a aprender, que como contrapartida implica en el estudiante el aprender a aprender, es decir la competencia para regular y gestionar los conocimientos y sus emociones, logrando así una aptitud emocional que le posibilite manejar el enojo, controlar impulsos, lograr empatía y solucionar positivamente los conflictos.

Pero, ¿cómo evaluamos todas estas prácticas que son cotidianamente inseparables de la escuela? ¿Con la resolución de trabajos hechos via internet podremos brindar una devolución que sea una “evaluación pedagógica”? ¿O enfocaremos nuestra evaluación -aunque sea cualitativa- en alguna escala que refleje solo los aspectos cognitivo/intelectuales? ¿Y el resto? ¿Resignaremos la integración entre cognición, emoción y acción? o ¿todo lo que involucra la idea de Competencia como pilar y objetivo de la práctica pedagógica?

Seguramente las respuestas a estas preguntas no son sencillas porque no estamos preparados para esto que nos está ocurriendo, pero debemos pensar en metodologías que nos permitan como educadores generar en los estudiantes la motivación necesaria para aprender, aún en este contexto.

Sabemos que la evaluación pedagógica es una práctica insoslayable en el proceso de enseñanza-aprendizaje, solo mediante ella puede hacerse el diagnóstico del ritmo del proceso y captar los requerimientos y necesidades de los alumnos y, en esta situación particular, las de su entorno.

Deberemos pensar entonces que estas aulas virtuales ya no son un “apoyo a la presencialidad”, sino que se han constituido en la presencialidad misma inaugurando nuevas relaciones comunicativas para el desarrollo de la clase y ¿expandiéndola? brindándole un plus con iniciativas docentes de intercambio como los foros, trabajos grupales colaborativos e interactivos, con diseño de actividades que empleen estrategias y técnicas que presenten la información de manera diversa para “Aprender con todo el Cerebro”, como dirá Linda Williams, es decir modificar el modo de enseñar no el qué.

Dado que se genera entonces un ambiente estimulante en lo emocional y en lo intelectual los estudiantes se convierten en sujetos activos en el proceso educativo otorgando significatividad a los aprendizajes, lo que supone una construcción y reconstrucción de los saberes.

Aristóteles decía, todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber, y creo que esta nueva forma de tarea pedagógica puede favorecer y fortalecer ese deseo generando en el estudiante la motivación necesaria para aprender con un carácter creativo e innovador que responda a las demandas sociales de estos tiempos en cuanto a formación de ciudadanía, respeto por la diversidad, tolerancia, bienestar personal y en la salud.

Para ello, como dirá Harari, deberemos sentirnos cómodos con lo desconocido, necesitaremos muchísima flexibilidad mental y grandes reservas de equilibrio emocional.

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