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Alberto Alesina: pionero de la economía política moderna

Alesina
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24 mayo de 2020

Por Miguel Braun (*)

Las grandes ideas que cambian el mundo parecen obvias una vez que son conocidas, pero a alguien se le ocurrió primero, cuando no era tan obvio. Y otros trabajaron para hacer digeribles esas ideas para los demás e incorporarlas a la discusión cotidiana. Alberto Alesina hizo eso: convirtió en mainstream para la ciencia económica moderna la idea de que la política es importante para los resultados económicos. Antes de Alesina, los economistas analizaban el gobierno como un “planificador benevolente”, que buscaba maximizar el bienestar general sujeto a las restricciones existentes. Después de Alesina, nada fue igual, y la política se metió de lleno en los modelos económicos.

Lo hizo a fines de los ´80, cuando los economistas eran como las caricaturas que hacen los demás de los economistas: focalizados en los números, en el homo economicus hiper-racional, que maximiza utilidad o beneficios sujeto a la restricción presupuestaria o de costos. Lo hizo con una serie de papers sobre el rol de la política en el ciclo económico americano, mostrando que la interacción entre líderes políticos ideológicos y votantes con información incompleta podía afectar el crecimiento antes y después de las elecciones, producto de decisiones estratégicas sobre la política fiscal y monetaria. Una idea obvia, diríamos hoy, pero en 1987 no lo era.

Alesina siguió trabajando en la intersección entre economía y política durante toda su vida, y trabajaba mucho. Como dicen que dijo Mark Twain, “yo creo mucho en la suerte, pero encuentro que cuanto más trabajo, más suerte tengo”. Escribió sobre el tamaño óptimo de las unidades políticas, buscando entender los determinantes económicos del gran aumento en la cantidad de países desde la segunda guerra mundial. Estas ideas lo llevaron a contribuir en numerosas ocasiones a los debates sobre la Unión Europea. Investigó las diferencias entre los estados de bienestar y las políticas redistributivas de EE.UU. y Europa, y echó luz sobre por qué es tan difícil estabilizar una economía con un déficit fiscal excesivo (spoiler: nadie quiere pagar los platos rotos). Trabajó sobre el impacto de distintos modelos de organización sindical, sobre por qué la política puede llevar a medidas ambientales subóptimas y sobre las condiciones para que un ajuste fiscal sea expansivo. Sus últimos trabajos incluyen uno sobre violencia contra las mujeres en Africa, otro sobre polarización y uno sobre diversidad, inmigración y redistribución.

Lo conocí en 1996 cuando fui a hacer el doctorado en economía a Harvard. Inmediatamente le pedí que fuera mi mentor y aceptó. Viniendo de la Argentina convulsionada, un italiano dedicado a la economía política parecía una excelente decisión, y no me equivoqué. Alberto era cálido, generoso y con un gran sentido del humor. Como buen profesor, te guiaba para que pudieras resolver solo tus problemas. Era querido y admirado por todos los alumnos, no solo por su trabajo, sino porque transmitía una enorme pasión por la vida. Siempre estaba bronceado por algún viaje de ski, y siempre estaba bien acompañado.

Creo que hubiera ganado el Premio Nobel, seguramente compartido con otros gigantes de la economía política moderna, pero se fue demasiado temprano, a los 63 años, haciendo una de las cosas que más disfrutaba: caminar por las montañas con su mujer.

(*) Economista y Senior Adviser del CSIS Americas Program

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