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No dejar vacíos

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Carlos Leyba 24 abril de 2020

Por Carlos Leyba

Finalmente y ante el doble riesgo de colapso económico y explosión social al mismo tiempo, ha surgido un consenso entre la mayoría de los economistas. Ese consenso incluye a los más destacados monetaristas y algunos popes de la ortodoxia, por otra parte y a mi criterio, mal entendida.

El consenso dice: “En estas condiciones la emisión monetaria -destinada a sostener vivos a los consumidores, a impedir que las empresas se desintegren y a proveer los pesos para que el Estado cumpla algunas obligaciones- no es inflacionaria”.

Es que la alternativa a esta emisión es la eutanasia de los consumidores, las empresas y el Estado.

El consenso profesional es saludable, permite enfrentar sin adversarios mediáticos la disposición de liquidez inmediata que es la primera necesidad del sistema.

Se trata de sostener la logística alimentaria de la cuestión social y abastecer las necesidades del sistema económico ante la parálisis de generación de valor y demanda de consumo.

La cuarentena sanitaria impide los movimientos masivos y paraliza la producción de bienes y servicios no esenciales.

Una medida del impacto es que, al hacerse excedente la producción de combustible, su precio tornó negativo: ya no había dónde almacenarlo. El petróleo es el bien más global y su precio negativo o declinante es una parábola de esta conmoción.

No debemos olvidar, para señalar que los malestares económicos tienen muchas más fuentes que el virus, que el dinero también tuvo precio negativo o cero: algunos bancos cobraban por los depósitos. El dinero es un fluido tan global como el petróleo.

Antes de la cuarentena productiva nuestra economía transitaba que el aparato público debía sostener la vida material del 40% de la población. Y transitaba por el estado de terapia para una multitud de empresas y sectores productivos.

Veníamos en pendiente negativa y la cuarentena nos empujó hacia abajo. Entonces el único actor capaz de contener el cuerpo en descenso era el Estado.

La cuarentena duplicó el peso muerto de la economía y de la sociedad.

Alberto Fernández logró, con la cuarentena, disipar la hecatombe sanitaria. El tiempo ganado ayudará a la fortaleza del sistema y a que la investigación contribuya, con remedios o esperanza de vacunas, a flexibilizar los rigores de la cuarentena económica.

Mientras tanto la logística alimentaria es el antídoto para el riesgo de explosión social. Por estos días hasta la mitad de la población suburbana necesita de recursos para la subsistencia (dinero, alimentos). Una magnitud inimaginable.

Es la sociedad que vive fuera del sistema de distribución capitalista cuya principal herramienta es el régimen salarial.

Una frase atribuida a la gran economista de Cambridge, Joan Robinson, refiere que ante la multitud de personas que en la India vivían en la mendicidad, dijo: “Es preferible ser explotado por alguien que no ser explotado por nadie”. Esas personas pertenecen a esa multitud que Francisco identificó como los “desechados” y cuya existencia obliga a una reflexión sobre el sentido de la organización económica que los excluye.

Tuvimos advertencias tempranas. El 18 de abril de 1997 Carlos Auyero murió en el programa de TV de Mariano Grondona, con Horacio Verbistky. Con un corazón ya muy debilitado sufrió la indignación que le causó la frase “ya tienen un muerto” proferida por Eduardo Amadeo, entonces secretario de Desarrollo Social de Carlos Menem. Esa frase trataba de silenciar la expresión profética de Auyero, el mejor de todos al decir de Verbistky, que anunciaba que esos piquetes no eran en contra del sistema sino de los que querían, y tenían derecho, a ingresar en él.

El mal se arrastra desde entonces. ¿Funcionamiento perverso de un sistema que necesita excluir?

La debacle había comenzado. Más de dos décadas y no lo hemos podido detener.

Hoy la cuarentena, la supresión de la changa y del cartoneo, obliga a una logística social de distribución eficiente. ¿Lo hemos logrado?

No es fácil. No tenemos información completa. Sí sabemos que existe una enorme capacidad industrial de procesar alimentos de alta calidad nutritiva y cuidado sanitario, que podrían facilitar enormemente la logística de la distribución, ahorrando tiempo y recursos. ¿Las autoridades de desarrollo social están abiertas a esas posibilidades o hay una preferencia por una suerte del “hágalo usted mismo”?

Potenciar esa industria alimentaria para acelerar la logística de resolución de este desafío, no se escapa a la mirada de futuro ya que puede contribuir a fortalecer las futuras exportaciones de alimentos preparados. La tan ansiada llegada a la góndola que nos aleja de ser sólo proveedores de materias primas.

Una emergencia, inteligentemente administrada puede producir un salto cualitativo.

La otra cuestión es el colapso económico como consecuencia de la incapacidad de las empresas para pagar salarios a los trabajadores que, por prohibición, no pueden presentarse a trabajar. Que por no facturar no pueden cumplir sus compromisos con los proveedores ni con los acreedores y que como consecuencia de ambas cosas tendríamos más desocupados y menos consumo de bienes esenciales y el corte de la cadena de pagos.

Ese colapso económico si ocurre puede contribuir a la explosión social aunque la logística del reparto haya funcionado correctamente.

La fuente del riesgo es sólo la falta de liquidez y allí debe arrimar la ayuda monetaria del Estado, la segunda ola de liquidez a la que, casi toda la profesión, no le asigna inmediata consecuencia inflacionaria.

El Gobierno ha dispuesto diversas normas destinadas a proveer recursos.

Pero, como siguiendo una norma de procedimiento no escrita, el Gobierno llega tarde ?cuando todos están con el Jesús en la boca “como hago para pagar”- y llega con poco.

El poco caracterizado por una serie de filtros, controles y análisis que reflejan una lectura desencajada de las urgencias y la realidad.

Así como la logística de la distribución se resiste a convocar a la producción industrial de alimentos y alienta las “cocinas populares” y el reparto de materias primas o casi. Así también la disposición de liquidez apunta primero, y está muy bien, a llegar a los más pequeños suponiendo que son los más necesitados y poniendo condiciones adicionales, sometiendo a juicios de tribunales con el protagonismo de la AFIP, para disponer la provisión de recursos.

Los parámetros, por ejemplo, pasan por el número de asalariados para disponer la ayuda. ¿Ese es un criterio lógico o el criterio es el estado de la empresa?

Las condiciones básicas para la eficacia de estos modelos de asistencia son la simplificación y automatismo en el delivery y, por cierto, el control ex post asociado a severísimas sanciones que se deben explicitar antes de la entrega. Evitar las demoras es una condición básica. Lo que llega tarde es inútil.

La propiedad de la emergencia es llegar a tiempo y en las cantidades necesarias. Para el control hay tiempo y mucho mas tiempo si la emergencia se resolvió a tiempo.

El Presidente y su equipo de asesores de salud fueron a la cuarentena sanitaria sin restricciones y los ajustes o las flexibilidades las instrumentaron con la cuarentena en marcha. Dieron un ejemplo de método.

A esa estrategia de emergencia le debemos que el número de riesgos de vida hasta la fecha sea mínimo en relación a la capacidad del sistema para atender a los enfermos graves. Salvada la emergencia hay tiempo y ánimo para los ajustes.

El equipo social y el equipo económico, unos más y otros menos, han enfocado en la dirección correcta. Pero están enfocados más en la administración previa detallada que en la eficacia resolutoria y la lógica aplicación de controles posteriores. Esa es una falla metodológica importante. Tal vez porque no están del todo convencidos que, si hay daños, el control posterior, subvenida la emergencia, es posible.

“Controlar el daño ex ante”, puede generar llegar tarde y ese es el peor de los defectos del equipo de bomberos. El riesgo de no dominar la escena es dejar lugar para que se cocinen iniciativas fuera del ámbito de los que conducen la economía y tienen la responsabilidad. Dominar la escena exige el anuncio de un programa y una visión integral: se deben escuchar todas las voces. Pero la circunstancia exige una visión global y un programa anunciado.

No hacerlo genera espacios vacíos que otros tratan de llenar. Ese es un gran riesgo. Un ejemplo, en el Congreso, que tiene la enorme tarea de pensar y definir la normativa a largo plazo tanto en el área del escandaloso fracaso social y del fracaso económico de los últimos 45años, han surgido iniciativas tributarias para el corto plazo. Una de ellas, provocada por el vacío de discurso económico del Ejecutivo frente a la crisis, es la propuesta de eliminar el ajuste por inflación en las liquidaciones del Impuesto a las Ganancias.

Fue el régimen de la convertibilidad el que instaló esa normativa bajo el supuesto que, con la eliminación de la moneda nacional y su reemplazo por un vale llamado peso, que hay que recordar que el gobernador Néstor Kirchner defendía como propia, que ilusionaba con que quien lo tenía poseía un dólar, no habría más inflación y no correspondería ningún ajuste.

A la convertibilidad se la devoró la deuda y la destrucción del aparato productivo y nos quedó la inflación.

Pondré un ejemplo para ilustrar este delirio tributario. Usted tiene 200 vacas que, a fin del año pasado, valían un peso cada una. Usted tenía 200 pesos. A fin de este año, por la inflación, las vacas valen dos pesos. Usted tiene 200 vacas, pero 400 pesos. Sin ajuste por inflación, para la AFIP, usted “ganó 200 pesos” pero tiene las mismas vacas. Paga 70 pesos de Impuesto a las Ganancias, le entrega a la AFIP 35 vacas, le quedan 165.

Con ese régimen y la inflación en poco tiempo no le quedarán mas vacas.

Si los ministros del área económica siguen sin explicitar un programa integral para administrar la cuarentena económica, la inspiración de los voluntariosos de la economía seguirá a toda velocidad.

Unos harán y otros, lo contrario. El silencio, en economía, no es salud. No dejar vacíos.

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