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Mercados alterados, teorías alteradas

Ariel-Mercados
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21 abril de 2020

Por Pablo Mira Docente e Investigador de la UBA

La pandemia está afectando nuestra salud, nuestro bienestar, y también a la teoría económica. Para preservar nuestra salud, tomamos medidas extraordinarias. Para preservar nuestro bienestar, también tomamos medidas especiales. Pero en el caso de la teoría económica, ¿estamos tomando los recaudos correspondientes?

En muchos casos la respuesta es un no rotundo. Varios analistas siguen pensando en términos de una teoría que puede servir en estados de normalidad, pero que es muy probable que falle en tiempos alterados. Más aún, en versiones más extremas, las teorías tradicionales fallan incluso en comprender las crisis en situaciones de normalidad que provienen del propio funcionamiento macroeconómico, como es el caso de los colapsos financieros. ¿Cómo no fallarían entonces estos análisis al procurar identificar consecuencias y alternativas de una pandemia de esta magnitud?

Para estar seguros, la pandemia altera de fondo casi todos los comportamientos económicos. La mayoría de las actividades están completamente dislocadas, y si bien algunas funcionan, las decisiones en torno a ellas parecen depender más de las políticas estatales que del verdadero estado de situación del mercado. En estos contextos, determinar los “excesos” de oferta o de demanda se vuelve una tarea complicada, y consecuentemente los precios observados son al mismo tiempo transitorios, arbitrarios e informacionalmente poco útiles. El colmo del absurdo es la noticia reciente de un precio “negativo” del barril de petróleo, que sugiere que si uno lo compra, encima le pagan por eso. Es evidente que este precio no tiene sentido como valor “de equilibrio” relevante para decidir, en parte por su transitoriedad, pero además porque las transacciones físicas reales están virtualmente obturadas.

Al problema del mal funcionamiento de los mercados debemos sumar el cambio en las actitudes de los agentes, que al estar completamente restringidas, se vuelven menos predecibles, y destilan pura incertidumbre. Los individuos toman decisiones de manera intuitiva, movidos a veces por teorías improbables, otras por informaciones falsas, y a veces por mera imitación. La racionalidad se concentra en la pandemia, no en la economía.

El análisis económico, especialmente el normativo (el que analiza las alternativas más eficaces), debe pisar con cuidado. Consideremos, por ejemplo, el intento de aplicar la teoría microeconómica básica al comportamiento presente de los precios. Un comerciante del rubro alimentos resuelve aumentar sus precios porque goza de una demanda “cautiva” gracias a la gran cantidad de departamentos en un radio de cinco cuadras, y porque tiene poca competencia en el barrio. ¿Es esta conducta moralmente aceptable?

En circunstancias normales de mercado, la respuesta depende de cuán bien funcionen los mecanismos de asignación. Un precio demasiado alto convence al consumidor de caminar un poco más, o eventualmente permite que abra otro almacén gracias a los nuevos beneficios del negocio. Ese es el mercado funcionando como corresponde.

Pero en una pandemia el consumidor no puede moverse, y ningún inversor puede disponer la apertura de un nuevo negocio. Esos precios más elevados son renta pura y simple que el comerciante extrae del consumidor, sin ningún componente correctivo en el futuro inmediato. Además, en el contexto de una urgencia muchos podrían juzgar con razón estas actitudes como socialmente indeseables. Aquí la intervención del Estado puede justificarse, aunque debe ser llevada con cautela para evitar provocar, por ejemplo mediante clausuras apresuradas, precios aun mayores entre quienes no puedan ser controlados.

Podemos extender este razonamiento a la aplicación de modelos “de equilibrio general” destinados a entender los costos de la pandemia, o para plantear alternativas al aislamiento. La gran diferencia con el ejemplo anterior es que estos marcos analíticos, al utilizar herramientas inapropiadas, podrían estar jugando con la vida humana. Hoy el “realismo de los supuestos” que pueblan nuestros modelos de referencia no puede ser más significativos y relevantes. Si el funcionamiento del mundo cambió, la teoría debería adaptarse, y si esto no es posible en el corto plazo, quizás lo mejor sea retrasar las recomendaciones hasta estar más seguros.

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