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La economía mundial en la pospandemia: el triunfo de los Estados

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Pablo Maas 01 abril de 2020

Por Pablo Maas

La Gran Depresión de 1930 desembocó en el New Deal en Estados Unidos y tras el fin de la Segunda Guerra Mundial sobrevino el Estado Benefactor en Europa. Y si es cierto que la historia se acelera durante las crisis, esta pandemia bien podría acelerar ciertos cambios que ya estaban en marcha antes de su estallido.

Uno de estos cambios tiene que ver con el nuevo equilibrio geopolítico mundial y las relaciones entre China, la superpotencia emergente y Estados Unidos, la superpotencia dominante. Tras las victorias en la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, escribe Martin Wolf esta semana en el Financial Times, Estados Unidos consolidó su rol de líder mundial no solo por su poderío económico, sino también porque era visto como un líder competente y decente. A pesar de su creciente poder económico, China no lo era. “Pero los tiempos pueden cambiar. El coronavirus puede acelerar el proceso”, señaló.

En una línea similar razona Paul Krugman el 30 de marzo en The New York Times, en un artículo con un título estremecedor. “Esta tierra de negación y muerte”. Con “esta tierra”, se refiere a su país, en el cual la pandemia puso en evidencia el lado oscuro del excepcionalismo estadounidense. En su combate contra el coronavirus, Estados Unidos está en la peor trayectoria de cualquier país avanzado, mucho peor que Italia en el mismo estadío de la pandemia.

“Cuando hagamos la autopsia de esta pandemia (lo que en este caso no es una metáfora) probablemente vamos a encontrar que la misma hostilidad al gobierno que continuamente debilita los esfuerzos para ayudar a los estadounidenses más necesitados, es la misma que desempeñó un papel crucial en demorar una respuesta efectiva a la actual crisis”, dice Krugman.

Para el premio Nobel de Economía de 2008 no hay duda de que el ascenso de la “derecha dura” de su país ha transformado a Estados Unidos en esa tierra de negacionismo y muerte, “una transformación que ha ocurrido gradualmente a lo largo de las últimas décadas, sólo que ahora estamos viendo las consecuencias en modo acelerado”.

El otro cambio que se estaba incubando en la economía mundial y que ahora también podría acelerarse es el avance de los Estados nacionales en las tensiones con las grandes corporaciones multinacionales. Tras la Gran Recesión de 2008-2009, se introdujeron reformas al sistema financiero como la Ley Dodd-Frank en EE.UU., que volvió a regular en cierta medida a Wall Street y a proteger a los consumidores de productos bancarios. También se avanzó considerablemente en el combate a los paraísos fiscales y los secretos bancarios. En Gran Bretaña, gobiernos conservadores están recientemente re-nacionalizando los ferrocarriles, cuya privatización había sido un emblema de la “revolución conservadora” de Reagan-Thatcher de comienzos de los '80.

Estas tendencias se aceleran en la crisis. Ahora, “todos somos keynesianos”. Boris Johnson, el primer ministro conservador británico, contrasta la respuesta de su gobierno frente al coronavirus con la que se ensayó hace una década durante la crisis financiera, cuando “todo el mundo decía que habíamos rescatado a los bancos y que no cuidamos a la gente que realmente sufría”. Larry Kudlow, el principal asesor económico de Donald Trump, describió al plan de ayuda económica de dos billones de dólares anunciado recientemente por Washington, como “el mayor programa de asistencia a la economía productiva (Main Street) en la historia de los Estados Unidos”, comparándolo favorablemente con el rescate a Wall Street y a las grandes corporaciones “demasiado grandes para caer” de hace una década atrás. Europa, por su parte, dejó sin efecto el pacto de Maastrich y tiró por la borda los límites fiscales al gasto y al endeudamiento permitido para sus países miembros. Mientras dure la crisis del coronavirus y las economías en cuarentena, no habrá límite para la asistencia estatal a empresas y personas.

La expansión del gasto público, de la deuda y los déficits financiados con emisión alrededor del mundo ya han alcanzado cifras colosales, que por lo menos duplican la de una década atrás. Y todavía falta bastante por ver en la evolución de la producción y el comercio internacional ante el desplome simultáneo de oferta y demanda. Lo que muchos se preguntan es que ocurrirá con estos estímulos y con el tamaño del Estado en la pospandemia. No son buenos tiempos para los economistas llamados “libertarios”. Según The Economist, por ejemplo, “esta nueva noción de que el gobierno necesita preservar a las empresas, los puestos de trabajo y los ingresos de los trabajadores a prácticamente cualquier costo puede perdurar, especialmente si la intervención prueba ser exitosa en períodos limitados”. Estas políticas van a finalizar formalmente una vez que el peligro de la pandemia haya pasado, pero las presiones políticas para restaurar esquemas similares (desde la nacionalización de empresas tambaleantes hasta la provisión de un ingreso mínimo universal) podrían ser más altas la próxima vez que se aproxime una recesión.

“Si los políticos pueden preservar el empleo y los ingresos durante esta crisis, mucha gente verá pocas razones para que no lo hagan de nuevo en la próxima”, advierte el semanario británico. Por otra parte, la historia del capitalismo de los últimos 300 años demuestra que el gasto público es generalmente inflexible a la baja. Desde la guerra de los siete años de 1756, los estados nacionales crecieron en tamaño, recaudando más impuestos y tomando más deudas, para pagar los gastos bélicos. Muchos países introdujeron el impuesto a las ganancias para financiar la Primera Guerra Mundial con la promesa de que se trataba de una medida temporaria. “La creciente capacidad estatal, a su vez, permitió el surgimiento del capitalismo tal como lo conocemos hoy, con mercados adecuadamente regulados, telecomunicaciones y transportes eficientes y ciudadanos sanos y educados”, observa The Economist.

En cualquier caso, el capitalismo del Siglo XXI, en la pospandemia, enfrenta desafíos impensados, incluyendo el de más largo plazo, como el cambio climático. Y si bien hay creciente consenso en que la economía mundial ya no será la misma que antes, el cambio a nuevas formas de organización económica no es automático.

Según Thomas Piketty, las transformaciones de las economías de posguerra en la segunda mitad del siglo XX tuvieron como antecedente una transformación intelectual que había estado madurando desde el siglo XIX: “Había un poderoso movimiento socialista, sindical, social, que preparaba el terreno para otro mundo”. Hoy, esto no está presente en la misma magnitud.

Para Piketty, que habló con el Nouvel Observateur en ocasión de presentar una película sobre su best-seller de 2013 estrenada el 10 de marzo, hay todavía muchas preguntas sin respuesta.

“No alcanza con decir hay que cambiar el sistema económico. Hay que describir qué otro sistema económico, qué otra organización de la propiedad, del poder dentro de las empresas, qué otros criterios de decisión. Hay que reemplazar el PIB y la maximización del PIB por otras nociones”, dijo el economista.

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